Amir Valle, un cirio en la larga noche cubana

Árbol invertido, 19 de noviembre de 2020

Por Rafael Vilches Proenza

 Link original de la entrevista.

Amir Valle en su estudio en Berlín. Fotografía: Marvin Ivo

Amir Valle en su estudio en Berlín. Fotografía: Marvin Ivo

Esta es la segunda entrevista que me concede Amir Valle. Uno de los grandes intelectuales y luchadores por los DDHH nacido en Cuba. Que a pesar de llevar 15 años fuera de ella, es referente obligatorio en las Letras Nacionales, y más allá. Maestro para escritores de todas las generaciones en los Cuatro Puntos Cardinales (y no exagero, se reconoce su magisterio más allá de «lo cubano»). Sus novelas son buscadas, perseguidas por miles de lectores dentro y fuera de su suelo natal. Amado y admirado por sus amigos. Odiado y respetado por la corte policial, cultural y política de su patria. Leído por los amantes de la literatura y, a escondidas, por sus encarnizados enemigos. Su profundo sentido de la fidelidad a la literatura y sus valores humanísticos, su respeto a la diferencias de cualquier índole entre las personas (y más si éstas son de origen cubano) y la ética y limpieza con la que lleva años luchando desde el pensamiento, la creación y el activismo contra los desmanes de la dictadura impuesta en Cuba desde 1959, lo han convertido en uno de esos pocos cirios que iluminan con su ejemplo intelectual y humano esa ya larga noche cubana que gravita sobre nuestra isla. Ahí les va un puñado de preguntas con sus respectivas respuestas.

 

¿Qué recuerdas del Amir niño, del adolescente, antes de convertirte en el escritor que ibas a ser y que eres hoy?

Dos imágenes recurrentes: la primera, el hermoso rostro de mi madre, leyéndome en las noches alguna historia. Mi amor por esos mundos de la ficción, por leer, por escribir, se lo debo a ella, a esas lecturas, y a ver que, tanto para ella como para mi padre, era lo más natural del mundo sentarse en cualquier sitio, abrir las páginas de un libro y sumergirse en esos otros universos. La segunda imagen, esperar, como al más preciado de los juguetes, aquellos libros que fueron conformando mi espacio más íntimo en mi cuarto de infancia: una nutrida biblioteca en la que destacaban los gruesos ejemplares de la colección El tesoro de la juventud, donde tanto y con tanta magia se enseñaba sobre el planeta, el ser humano, la vida, las artes, la literatura. Fue un privilegio tener padres maestros de profesión.

Hoy, en esta sociedad de idiotas iletrados que habitamos, los padres regalan teléfonos celulares, aparatos electrónicos de juego y todas esas otras «maravillas tecnológicas» que, curiosamente, lejos de incitar a pensar y crecer humanamente, como lo hace un buen libro, convierten a los niños en descerebradas y cada vez más deshumanizadas marionetas de la modernidad.

 

¿Amir Valle y Seis del Ochenta?

Es uno de los períodos más bellos de mi adolescencia como escritor. Y, en muchos sentidos, el primer encontronazo con la dura realidad que habitábamos en la Cuba de los años ochenta. Éramos unos locos soñadores, por entonces aspirantes a escritor, que me hicieron caso cuando les dije que si nos sentíamos como hermanos, podíamos impactar nuestro entorno cultural en Santiago y Cuba formando un grupo literario que fuera contra todas las normativas y todos los encorsetamientos que sentíamos en la sociedad y la cultura. Así nació el grupo Seis del Ochenta, que al final éramos cuatro «fijos» (Alberto Garrido, José Mariano Torralbas, Marcos González Madlum y yo), dos invitados (Ricardo Hodelín Tablada y José Manuel Poveda Ruiz) y una «invitada especial» (Radhis Curí) que jamás asistió a nuestros encuentros de cada semana en lo que llamábamos «el Palomar de Torralbas», pues desde la loma en la que estaba su casa podía verse una gran parte de la ciudad. Al final conmocionamos la narrativa santiaguera, obtuvimos casi todos los premios de la provincia y saltamos al reconocimiento nacional. Marcos, el verdadero genio de todos nosotros, rompía todo lo que escribía y un día dejó la literatura; Torralbas, que hoy vive en Estados Unidos, hace un tiempo me confesó que ha seguido escribiendo, aunque se desvinculó del mundo cultural desilusionado políticamente de todo y de todos; José Manuel Poveda Ruiz, que vive hace años en España, sigue siendo en mi opinión uno de los más grandes y originales poetas de nuestra generación; Alberto Garrido es un nombre ya imprescindible de la literatura cubana, y yo… pues sigo aquí, tan loco como cuando fundé ese grupo, allá en 1984.

 

¿Amir Valle y el Centro de Formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso»?

Era el sueño de mi mentor, el escritor Eduardo Heras León. Muchas veces, en esos años en que yo, recién llegado a La Habana de 1986, lo visitaba en su apartamentico de la calle Marqués González, lo escuché soñar con esa escuela y vi nacer esa escuela en aquellas charlas mientras lo veía preparar tortilla, arroz y plátano maduro, o batidos de alguna fruta para Ángel Santiesteban y para mí, que aparecíamos allí a cualquier hora del día, dispuestos a escuchar sus consejos, sus historias de vida, sus secretos, o para que leyera nuestros cuentos más recientes y nos prestara muchos de los libros prohibidos que él tenía en su enorme biblioteca. Años después me invitó, junto a otros colegas de mi generación, a integrar la primera promoción de ese Centro; más tarde, considerando que de todos nosotros yo era el más estudioso de las técnicas narrativas y sabiendo que yo impartía dos talleres en Centro Habana, me pidió participar en un seminario de televisión que conmovió a todo el país y que fue el primer programa de lo que sería luego el proyecto televisivo Universidad para Todos. De ahí, gracias al éxito increíble de público que tuvo aquello, algo tan específico como enseñar por televisión los instrumentos básicos de la narrativa, me propuso ser profesor del que entonces todavía era Taller Onelio, junto al también escritor Francisco López Sacha. El taller poco después, gracias al apoyo estatal, se convirtió en el Centro único y más importante de su tipo en el país, de donde han salido prácticamente la mayoría de los escritores de todas las generaciones que vinieron después de nosotros. Recuerdo con mucho amor todo el trabajo que nos llevó hacer esa gruesa compilación de acercamientos al arte de narrar que es el libro Los desafíos de la ficción, el manual utilizado hoy allí. Y no olvido cuánto aprendí del trato diario en ese específico magisterio con Sacha y el chino Heras, e incluso en las clases con aquellos muchachones que soñaban con hacerse escritores y sentían que el taller y nuestras enseñanzas era lo más grande que les había sucedido hasta ese momento en sus vidas. Fue una verdadera escuela que recuerdo con nostalgia, aunque como casi todo en mi relación con Cuba se empañó después por ciertas oscuridades: una de esas oscuridades es el hecho simple de que en la mayoría de los homenajes que se le han hecho a ese Centro en todos estos años mencionan siempre a muchos otros profesores que vinieron después, pero mi nombre brilla por su ausencia (excepto en las palabras de uno de aquellos primeros alumnos).

 

¿Es una necesidad escribir o sientes que es un hobby?

Quien decide apostar por este oficio sabe que hay un poco de necesidad, de hobby, de escapismo y de responsabilidad, entre otras cosas que varían en dependencia del ser humano que cada escritor es. Yo, simplemente, y creo haberlo dicho muchas veces ya, escribo porque cuesta librarse de esa enfermedad una vez que se contrae. Un día descubrí que soy mejor ser humano cuando estoy escribiendo algo, pues en esos escasos períodos en que la vida me ha obligado a postergar la creación, salta de mí un Amir irascible, peleón, estresado, que ni yo mismo soporto. Después, cuando uno asume también esa cuota de responsabilidad que es escribir sabiendo que lo que haces puede impactar a otros para bien o mal, siente que escribir es también una manifestación ética vital. Y aún así debo decir que cuando uno es escritor no anda pensando en nada de eso y escribe, solo escribe, así que, por ponerte un ejemplo, yo mismo me sorprendí cuando un grupo de profesores de universidades europeas, latinoamericanas y norteamericanas decidieron hacer el libro Cuba: Representaciones del infierno en la obra de Amir Valle y en esos más de treinta ensayos sobre mis obras se repite la tesis de que todo lo que he escrito hasta hoy gira en torno al infierno, a lo infernal de ciertas situaciones humanas, a la lucha humana de los cubanos por escapar de ciertos infiernos innombrables. No creo haber sentido jamás la necesidad de escribir desde esa perspectiva y estaría enfermo si escribiera algo así como un hobby.  

 

¿Haces el intento por trascender?

En lo absoluto: la única trascendencia que me importa es la de que Dios manifieste sobre mí SU Misericordia divina, perdone todas esas imperfecciones, defectos y pecados que me alejan de SU Presencia y me permita estar con ÉL el día que me toque dejar este mundo. Lo que sí hago, como escritor, es intentar exprimir al máximo el talento que Dios me dio, con el único objetivo de sentirme satisfecho por haberlo hecho lo mejor que pude. Lo demás: si soy un genio o un mediocre, me tiene sin cuidado, porque Dios me pedirá cuentas por lo que expliqué antes: por si utilicé a fondo, y para bien, ese talento, o ese don de escribir. Aún así, poniendo a un lado mi lucha cotidiana mediante Dios contra el ego, debo aceptar que, pese a que no existe el tal Amir Valle para ciertos colegas/compatriotas «jerarcas promulgadores del canon cultural cubano» (si es que existe algo así) en la última década mi ego se ha sentido alimentado gratamente al escuchar a importantes y respetados investigadores de las letras latinoamericanas (ninguno de ellos es cubano, por cierto) incluyendo dos de mis libros: Habana Babilonia, y Las palabras y los muertos, entre los clásicos en lengua española en los géneros No ficción y novela histórica, respectivamente.

 

Quince años de destierro forzado, ¿logros y pérdidas?

El destierro, al menos en mi caso, ha sido un inmenso enriquecimiento personal, familiar y profesional. En una entrevista a nuestro amigo, el escritor Félix Luis Viera, le decía que lo que he logrado en este destierro forzado me permite lanzarle una trompetilla a ese triste escritor-comisario, sólo reconocido hoy por su melena y su lambisconería política, que pronosticó que, lanzándome al destierro, terminarían mis días como escritor. Este recuento al que me obligas me hará sonar estruendosamente autosuficiente y me recuerda demasiado a un Amir Valle ególatra contra el que lucho cada día desde que conocí a Cristo, pero ahí va: Por citar solo un par de los premios que he recibido, menciono al Premio Internacional Rodolfo Walsh al mejor libro de No Ficción publicado en lengua española en el 2007 otorgado a mi libro Jineteras (más conocido como Habana Babilonia) y el Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa 2006 a mi novela Las palabras y los muertos. En una visita que me hizo en Berlín, cuando me preguntó qué había publicado en estos años, paré a mi amigo, el ensayista y escritor Ernesto Sierra, delante mi librero y le enseñé lo publicado en Cuba (apenas diez centímetros de libros finos y feos) y luego le mostré los tres sectores del mismo librero donde se acomodaban, en sus diferentes ediciones en varios idiomas, las obras que he publicado desde que me desterraron en 2005:  nueve novelas, dos libros de testimonios, un libro de cuentos, una historia novelada sobre La Habana, una antología personal con mis mejores narraciones cortas de los últimos 20 años, dos libros de entrevistas a reconocidos escritores latinoamericanos, españoles, árabes y africanos…, tres libros de ensayos culturales sobre la censura y la cultura en Cuba, y recientemente un libro de literatura infantil, todos esos libros publicados en grandes editoriales como Planeta, Seix Barral, Ediciones B, Grijalbo, Aguilar/Santillana, Metailié en Francia, para mencionar solamente a las más conocidas. Aparte de eso, he preparado cinco antologías del cuento cubano y latinoamericano para editoriales de América Latina, España, Estados Unidos y Eslovaquia; he logrado mantener desde 2007 una publicación: OtroLunes – Revista Hispanoamericana de Cultura, para orgullo de nuestro equipo, considerada hoy una de las revistas más serias y consultadas en lengua española, que llega este 2020 a su número 57; y mis novelas y cuentos han sido traducidos desde entonces a siete idiomas. Como periodista, la carrera que estudié en Cuba, trabajo en los servicios de televisión y de noticias online de la más importante agencia de prensa alemana, la Deutsche Welle, y tengo columnas y colaboraciones habituales en más de cinco periódicos en América Latina y Europa. Y como experto en América Latina, título que recibí en un Máster impartido por Naciones Unidas, trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania preparando en política, cultura, historia e idioma a los diplomáticos alemanes destinados a altas responsabilidades en las embajadas latinoamericanas… Por si no bastara, desde 2017 fundé la editorial Ilíada Ediciones, donde ya hemos publicado cerca de 50 títulos, muchos de ellos escritos por nombres imprescindibles de las letras en España, Cuba y América Latina… Y sigo ahí, sin descanso, pues no he dejado de soñar con nuevos proyectos.

 

¿Exiliado o desterrado?

Siempre hago esa distinción: un exiliado es aquel que toma la decisión de abandonar un país (una decisión que puede deberse mayormente a determinadas condiciones políticas, económicas e incluso familiares, por ejemplo, alguien que se enamora de un ciudadano o ciudadana de otro país y decide irse por amor); un desterrado es alguien que es obligado a irse tras una condena o una decisión impuesta por las autoridades. Aquí quiero ser claro: muchas personas se consideran desterradas porque se vieron obligadas a abandonar el país porque su vida corría peligro; eso no es destierro. En el caso cubano, en otras épocas, las autoridades te condenaban, te montaban en un barco y te lanzaban al destierro. Hoy dejan salir a ciertos opositores o cubanos considerados por ellos «problemáticos» y, para evitar que sigan contaminando el ambiente en sus ámbitos de acción en la isla, toman la decisión de no dejarlos regresar, en muchos casos, incluso, impidiéndoles entrar cuando ya están en el mismo aeropuerto cubano. En mi caso, jamás quise irme de Cuba; salí de Cuba; alguien ya había decidido que yo era una manzana podrida que había que echar fuera del saco y las autoridades migratorias me impidieron regresar al país, así que, por una decisión de algún poder allá en Cuba, me vi forzado a permanecer en el destierro. Yo, entonces, no vivo ni en la diáspora, ni en el exilio: vivo en el destierro.  

 

¿Para ti y las tuyos durante estos 15 años lejos de Cuba qué ha significado Alemania?

Imagínate, llegué en marzo de 2006 a Alemania y tengo acá publicadas cuatro novelas de mi serie negra (Las puertas de la nocheSi Cristo te desnudaEntre el miedo y las sombras y Santuario de sombras), una novela erótica (La piel y los desnudos), una novela histórica (Las palabras y los muertos) y mi libro Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba. La traducción de Las palabras y los muertos estuvo compitiendo por la mejor traducción a la obra de un autor extranjero el año en que se publicó; me han incluido en varias antologías de cuento escrito por autores extranjeros residentes en Alemania; tengo una muy activa vida literaria gracias a las buenas relaciones que mantengo con el PEN CLUB, la institución que durante mis primeros tres años europeos me mantuvo en una beca en Berlín para escritores perseguidos; escribo usualmente para las más importantes publicaciones culturales acá, y me paso la vida viajando por universidades e instituciones culturales del país dando conferencias, cursos, presentando mis libros… Mis hijos se integraron de tal modo que fue mi mayor aliciente para aceptar de una vez que yo podía ser «un alemán de origen cubano». No puedo quejarme.

 

Cuando llegaste a Berlín ya llevabas una carrera literaria de lujo, eras uno de los escritores más premiados  y reconocidos en el panorama literario hispano, ¿cómo lograste insertarte en los círculos literarios alemanes y europeos que no hablaban español?

Aquí debo hablar de las personas responsables, porque no creo tener otro mérito en eso más allá de tener obras escritas que podía proponer a los editores. Gracias, primero que otros, al escritor cubano Justo Vasco, residente entonces en Gijón, que se convirtió en mi mayor promotor, conocí a mi editor alemán, Peter Faecke, y a la editora que arriesgó todo por mí cuando nadie me conocía fuera de Cuba: Nicole Cantó. A ellos, y a la locura hermosa con la que publicaron mis novelas, debo la posibilidad de entrar en el mundo de la edición española y alemana. Un escritor italiano, el también traductor Giovanni Agnoloni, me insertó en el difícil mundo editorial en Italia, traduciendo tres de mis novelas y colocándolas en editoriales que él conocía. A una de las más grandes escritoras cubanas, mi amiga de muchos años, Karla Suárez, debo estar publicado en la más respetada y seria de las editoriales francesas, Editions Metailié… La periodista y traductora Regina M. Anavy me permitió publicar en inglés… Podría seguir mencionando personas que han apostado por mis obras, y las han traducido y publicado en otras lenguas, pero prefiero limitarme a esos idiomas que son, digamos, los más conocidos. Y en conjunción con todas esas intervenciones personales de amigos, está el trabajo de la agente literaria alemana Ray Güde Mertin, que comenzó a representar mi obra a fines de la década del 90. Sería injusto si no menciono a dos grandes amigos que, en mi opinión, son los responsables de que mi obra saliera de Cuba y comenzara a publicarse en las grandes editoriales de la lengua española, en este caso específico, en la editorial Planeta: el escritor y librero Álvaro Castillo Granada y el escritor Santiago Gamboa, ambos colombianos. Ellos, en visitas a Cuba, leyeron el manuscrito de Habana Babilonia y, según me dijeron, conmocionados por la lectura, decidieron presentárselo al editor de Planeta en Colombia, quien un año después publicaría ese libro, en su primera edición mundial bajo el título de Jineteras.  

 

¿A qué crees que se deba que después de 15 años de ausencia, y distanciado del lector cubano, este siga buscando tus libros y contactándote por las redes sociales?

Creo que esa pregunta deberías hacérsela a esos lectores. Pero, más allá del orgullo de saber que es cierto eso que dices, debo hacer aquí una precisión: en Cuba, las autoridades culturales (léase antiguos colegas y amigos cercanos) establecieron un veto casi absoluto a mi nombre y a mi literatura, una satanización inconcebible pues en verdad no creo haber tenido la importancia que ellos me concedieron ocupando su tiempo y todas sus mañas en desacreditarme e invisibilizarme. Eso hace que la mayor parte de mi obra no se conozca en Cuba, y que muchos me sigan valorando por aquellos, mis libros cubanos, aunque debo reconocer que con la entrada de las nuevas tecnologías de internet a la isla, he comprobado que los lectores se van actualizando con mis nuevos libros y por eso mismo me contactan bastante por las redes sociales. Lo más triste de todo esto es que mientras he disfrutado mucho de esa fidelidad conmovedora de mis lectores de entonces y de ahora, he sufrido viendo el silencio cómplice o la vergonzosa pasividad con la que mis amigos escritores, mis colegas de generación, y otros intelectuales que antes me alababan (y a quienes incluso he ayudado a publicar fuera de Cuba) han aceptado las imposiciones de silenciamiento y denigración dictadas por los comisarios culturales. No los critico, no los juzgo (el miedo es una cosa terrible y no todos están capacitados para superarlo, aunque se diga lo contrario), pero muchas veces me he sorprendido preguntándome si podrán mirarme a los ojos si algún día volvemos a encontrarnos. Yo, al menos, tengo mi conciencia limpia, y podré mirarlos con mi frente alta.

 

Antes del destierro ya eras uno de los autores que en Cuba estaban censurados y prohibidos, ¿eso le hizo bien o mal a la difusión y promoción a tu obra, dentro y fuera de la Isla?

Fue difícil y tuve que vencer obstáculos que ya suponía y otros que ni siquiera imaginé existían en el entorno cultural cubano. Vamos a un ejemplo de esos obstáculos: como algunos escritores cubanos, mi obra era representada internacionalmente por la Agencia Literaria Latinoamericana, que entonces dirigía Jorge Timossi. Jamás lograron colocar ni un cuento mío en ningún sitio fuera de Cuba. Y aquí debo comentar algo curioso: cuando estalla aquel escándalo con la circulación clandestina a nivel nacional de copias de Habana Babilonia, en un suceso que, como recuerdas, me regaló miles de lectores clandestinos, una de las especialistas  de la agencia me hizo saber que eso me hacía entrar en una especie de «listado de autores congelados». Eso, según sus palabras, había sido una estrategia creada por Timossi para evitar que agencias literarias internacionales lograran tener acceso a obras de autores cubanos «no confiables». Es decir, la agencia le ofrecía a esos autores representarlos en todos los derechos y todos los mercados y así impedía que esas obras «conflictivas» llegaran a manos de otros agentes: así evitaban que esas miradas conflictivas de la realidad cubana se publicaran fuera de la isla. Yo, como muchos saben, tuve muy buenas relaciones con Timossi, por el simple hecho de que le caí bien, e incluso en mi etapa de «escritor apestado», en la que ningún otro colega se acercaba ni siquiera a saludarme, Timossi me citó un par de veces a su oficina en el Vedado para darme consejos, decía él, «de viejo camaleón». Su consejo básico era que me aislara y dejara pasar el tiempo, porque en su experiencia, todas las aguas, en Cuba, por revueltas que se pusieran, siempre regresaban a su cauce. Por esa misma época me pidieron firmar un contrato de exclusividad con ellos, pero ya yo estaba siendo representado internacionalmente por una de las agencias literarias más importantes del mundo: la agencia literaria alemana Mertin LITAG, que también representaba a autores como Saramago, Luis Sepúlveda, Almudena Grandes y otros…

Mis novelas negras, que fueron lo que más publiqué en esos años, llegaban al mercado internacional en un momento en que se producía una especie de hartazgo de libros que atacaban a la Revolución y los editores buscaban otras miradas. Se producía además en ese tiempo el crecimiento del control de las editoriales en lengua española, y del mundo académico, por parte de un sector de la intelectualidad de izquierda que tenía una mirada muy nostálgica sobre lo que ellos llamaban «el socialismo cubano». Digo esto porque, contrariamente a lo que muchos piensan, mi obra se impuso en un tiempo en que ya «escribir contra Cuba», «escribir contra Castro» había dejado de ser esa ola que inauguró Zoé Valdés con La nada cotidiana en 1995, una ola de voracidad editorial por el tema Cuba que duró unos cinco o seis años. Por suerte para mí, la crítica española vio en mis novelas otra mirada, también crítica sin embargo y asentada en el entorno de la marginalidad social, y eso hizo que cada una de aquellas primeras novelas recibieran premios de crítica y del público.

 

¿Qué crees del régimen cubano con su estribillo como lema: “sálvese quien pueda, y el que no, que se las arregle como pueda”?

Hace mucho tiempo basta mirar el comportamiento del régimen para que hasta los más ilusos se den cuenta de que lo único que les importa es salvar “su proyecto”, aunque eso signifique, como hoy se ve, que se amplíe mes tras mes la brecha entre los pocos cubanos que tienen muchísimo, los otros pocos que tienen algo, los otros muchos que tienen para sobrevivir y esa otra mayoría que ha rozado o está ya por debajo del límite de pobreza. La pregunta que hago en los últimos tiempos a quienes pretenden defender aquello es: ¿acaso todo lo que se hace en materia económica no es puro y duro capitalismo que favorece a unos pocos y condena a la supervivencia a la inmensa mayoría de los cubanos de la isla? El discurso del régimen, sin embargo, sigue atrincherado en las mismas mentiras que cada vez les cuesta más trabajo sostener porque los cubanos hoy poco a poco van recibiendo una información que antes no obtenían de ningún sitio. Ahora, por ejemplo, cuelan solapadamente la idea de que el presidente pueda ser reelegido indefinidamente, siguen culpando de su pésima gestión política, administrativa y económica a un ente externo (Trump es el culpable de turno, pero ya veremos que si gana Biden también le colgarán ese cartelito, llegado su momento) y continúan violando los derechos y libertades individuales de los cubanos (especialmente de aquellos que intentan oponérseles) mientras van por el mundo diciendo que su concepto de Derechos Humanos es distinto al que se considera a nivel internacional. Como ya han dicho algunos especialistas, Cuba es la prueba más clara de que ese tipo de “socialismo” es el camino más largo entre el capitalismo… y el capitalismo. Lo más vergonzoso, algo que muchos nostálgicos de izquierda se niegan a ver, es que los mismos ideólogos que decían luchar para que Cuba no viviera el capitalismo salvaje que asola otras naciones pobres del mundo, ahora están imponiendo, paso a paso, reglas que empujan al pueblo cubano hacia el precipicio del capitalismo más salvaje que ha vivido Cuba desde que ese sistema entró a la isla, allá a inicios del siglo XX.

    

¿Qué criterio te merecen el último Premio Nobel y el Planeta?

La verdad es que de Louise Glück sólo había leído algunos poemas en una antología hace ya unos años. Pero a raíz del premio, busqué su libro Praderas, publicado por la editorial española Pre-Textos y, además de que la traducción es excelente, su poesía me gustó mucho. Como no soy un conocedor de su obra puedo solamente decir que parece merecerlo, aunque sinceramente creo que no lo merece más que muchos autores que llevan años esperando ese premio, entre ellos, para hablar sólo del género, el poeta sirio Adonis, la poeta canadiense Anne Carson o el poeta albanés Ismail Kadaré, autores cuya poesía ha influenciado la creación poética a nivel universal. Pero el Nobel es el Nobel, lo dan unos tipos que dudo lean literatura como para poder ejercer un veredicto real que equipare el impacto de ese premio al impacto y trascendencia real de los premios que se dan en las modalidades científicas, porque, con toda honestidad, los premios Nobel en Literatura y de La Paz se parecen cada vez más, salvo honrosas excepciones, a un mal chiste.

Del Premio Planeta no vale la pena hablar. Hace mucho tiempo se sabe que enviar a ese premio es perder el tiempo: es un premio concedido de antemano, usualmente a obras menores cuyo único valor es que son comerciales, pero ojo, no escritas por cualquiera, sino por figurones mediáticos o por autores (algunos de ellos respetables) que han mostrado buenas ventas. 

 

La FAO y Frey Beto han felicitado a Cuba y a sus gobernantes por el día de la alimentación, justo en el momento en que los cubanos de a pie estamos pasando hambre, miseria y necesidades de todo tipo, ¿crees que el mundo está ciego ante los crímenes de lesa humanidad que se cometen a diario en nuestro país contra su población?

Nadie debe asombrarse de que pasen esas cosas. Vivimos en el mundo de lo políticamente correcto y, según la norma internacional impuesta por esa progresía que cada vez más convierte al planeta en un espacio de autoritarismos y limitaciones a los derechos de expresión, no es correcto ni humano ir contra un sistema que, en el discurso, apuesta por un mundo mejor, aunque la tozuda realidad muestre una cara bastante fea en esa «humanista lucha». Es un ámbito muy polarizado que peligrosamente se va transformando en el paraíso de la intolerancia: se defienden los derechos de unos atacando a quienes piensan distinto y colgándoles etiquetas de fascistas, retrógrados e inhumanos a quienes tienen otros criterios. En ese escenario, que es un terreno de trinchera, se justifica cualquier cosa que hagan estos gobiernos. No olvido, por ejemplo, el shock que me provocó escuchar a uno de los grandes escritores españoles de novela negra decir que los fusilamientos de centenares de opositores inocentes, tras juicios sumarios sin la mínima garantía judicial, que ocurrieron en Cuba a inicios de la Revolución era, cito sus palabras, “algo justificable que pasa en todas las revoluciones” y que al final resultaba algo necesario para mostrar a los enemigos la fortaleza de la Revolución. Sin embargo, vi cómo a ese mismo escritor casi se le revientan las venas de ira cuando, en un encuentro literario al que ambos asistíamos, un connotado intelectual de derecha intentó minimizar el daño inmenso de los fusilamientos del franquismo casi con las mismas palabras con las que él me había justificado esa aberración en el caso de Cuba.

Por lo demás, no hay que ilusionarse, las instituciones internacionales son hoy, nadie lo niega, un nido de fantoches vividores de la política internacional: la ONU elige a Cuba como miembro del Consejo de Derechos de Humanos teniendo informes que muestra cuántos derechos se violan acá; la UNESCO habla maravillas de nuestra educación, que es un desastre de calidad y un mecanismo de manipulación ideológica de las nuevas generaciones, y es obvio que lo único bueno que tiene es su extensión territorial y gratuidad; la misma FAO que sabe que Cuba incumple los estándares universales de alimentación per cápita felicita al país porque, supuestamente, en la isla nadie se muere de hambre; la Organización Panamericana de la Salud participa en las ganancias que Cuba obtiene del alquiler de cientos de miles de médicos, mientras condena en otras naciones la explotación y malos salarios del personal médico… Es un escenario de vergüenzas, de intereses económicos claros, de geopolítica ideológica, de doble moral, de palabras cargadas de una falsa decencia y todavía más falso humanismo. Lo curioso es que tienen razón en uno de los argumentos que esgrimen para defender al régimen: dicen que si el pueblo cubano acepta lo que sucede, nadie debe entrometerse. Y aquí entramos nuevamente al gran tema: la solución debe venir de los cubanos; veo iluso en medio de este juego de intereses esperar soluciones de Estados Unidos, de América Latina, de la Unión Europea, o de las instituciones internacionales.   

 

Ya lo dijeron otros, y lo recalcó nuestro amigo, el escritor Guillermo Vidal en varias entrevistas, “escribir no es fácil” ¿Cuán difícil te ha resultado escribir tus libros en el destierro?

Escribir, desde que vivo en el exilio, ha sido una verdadera fiesta, un increíble aprendizaje. No es fácil escribir, es cierto, pero cuando llevas toda tu vida dedicado a este oficio (y yo escribí mi primer texto a los 7 años, y no he parado desde entonces) la materia ficcional se hace más maleable, los sentidos se te abren para alimentarse de esos temas y situaciones que conformarán tu literatura. Y en los tiempos que corren, vivir en un país donde la información está al alcance de un click del mouse, ayuda mucho. Recuerdo que en Cuba, allá a fines de los noventa, comencé a escribir una novela sobre Juan Garrido, el único jefe conquistador negro en la conquista de América. Pasaba meses buscando información y escribiendo emails a mis amigos fuera de la isla para que me localizaran información que necesitaba; era desesperante. Esa novela la terminé de escribir acá en un par de años, luego de un proceso de búsqueda de información que me llevó apenas unos seis meses. Yo, como he dicho, escribo todos los días del mundo, justamente siguiendo el consejo de Guillermo Vidal de que si escribes al menos un párrafo cada día, al año tendrás una novela.

 

¿Qué significa Cuba para Amir Valle como persona y escritor?

Es necesario, primero, hablar de las dos Cubas que el mundo contempla. Con esa Cuba que algunos manipuladores asocian a ese engendro llamado “Revolución”; es decir, con esa Cuba que para algunos sigue los lemas “Cuba es Fidel, Cuba es Revolución, Cuba es socialismo”… con esa Cuba nada tengo que ver, salvo recuerdos muy tristes de cómo me pagó la fidelidad que alguna vez le tuve, cuando estaba ciego por la propaganda oficial y por las enseñanzas de haber nacido en una familia de revolucionarios convencidos. A esa Cuba le debo, no obstante, el orgullo de tener ahora una nación fuerte, Alemania, que me representa y me abrió sus puertas permitiéndome adoptar la nacionalidad alemana, cosa que ocurrió cuando las autoridades gubernamentales cubanas me desterraron y me retiraron mi derecho a ser cubano, derecho que, por cierto, jamás les rogaré. Hoy soy sólo alemán, al menos en papeles, y lo digo con orgullo por todo lo que este país me ha enriquecido. Y aunque me siento cubano, volveré a serlo legalmente cuando pueda sentirme orgulloso de que mis logros profesionales favorezcan a una nación libre, soberana e inclusiva para todos los que nacimos allí, vivan donde vivan y piensen como piensen.

Pero hay una Cuba que nadie ha podido arrebatarme; una Cuba de recuerdos hermosos, de sitios amados, de personas que me marcaron… en fin, un entorno geográfico y social gracias al cual soy este Amir Valle que ves. En esa Cuba están los mimos tiernos de mi madre, a quien extraño desde su muerte hace ya dos años; la reciedumbre y la tozudez de mi padre, que creo haber heredado; estás tú, el Guille Vidal, mis hermanos de Seis del 80, Nelton Pérez, Ángel Santiesteban, Alberto Garrido, Enmanuel Castell, Jorge Ángel Pérez; están nuestros hermanos escritores de generación (sí, incluso aquellos que luego me traicionaron o me dieron la espalda cuando caí en desgracia, y a quienes prefiero recordar como cuando éramos inocentes y soñadores); están mis maestros literarios (Aida Bahr, Heras León, Salvador Redonet, Mercedes Melo), mis complicidades con mi primera asesora literaria Maritza Ramírez, las enseñanzas que me trasmitieron José Soler Puig, Luis Carlos Suárez, Daysi Cué,  y todo lo aprendido y vivido junto a ellos… Y mis primeros amores, mis tres matrimonios, mis años universitarios en Santiago de Cuba y La Habana, mis tiempos como periodista en la radio y la televisión, mis años de trabajo en importantes instituciones turísticas, que gracias  a un encuentro sentimental me permitieron entrar a la vida de ciertos personajes de la alta política y conocer en carne propia sus descaros. Los talleres literarios que fundé, aquellos inolvidables encuentros literarios cada año, los escritores que descubrí, el afecto y la fidelidad inquebrantable de colegas como Manuel Vázquez Portal, Pablo Vargas, Paquito González Casanova, mis desencantos y decepciones al descubrir la verdadera cara de “la Revolución”… Está Santiago de Cuba, Cienfuegos, La Habana, y esos largos períodos de mi vida en los que esos sitios fueron, más que geografías, adquisiciones espirituales que me transformaron… Como ves, cosas que uno lleva y que nadie podrá arrebatarte, casi todas relacionadas con gente a la que quise, respeté, de la que aprendí…  A esa Cuba, lamentablemente ya no puedo regresar, pero está ahí, en mis recuerdos, en mis escritos periodísticos sobre Cuba, en mis libros… 

 

¿Qué haces ahora en 2020?, ¿planes futuros?

Sobrevivo al Covid 19, como todos. Pero, debo confesarlo, estos períodos de confinamiento, que han sido traumáticos para otras personas, se han convertido en una enorme oportunidad de concentrarme en proyectos escriturales que había tenido que aparcar. Terminé de un tirón en el primer confinamiento una novela que llevaba ya siete años escribiendo pedacito a pedacito. Comencé el que creo será mi mayor proyecto literario: la serie “Los infiernos sumergidos”, que pretende ser una novela corta por cada año de Revolución, salvando las distancias, algo así como los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. La idea es contar la vida en ese año de dos cubanos: uno que fue emancipado por la Revolución y otro que fue destruido, intentando mostrar esa disyuntiva de apoyos y rechazos, amores y odios, realizaciones y pérdidas, que se ha mantenido hasta hoy en torno al proceso social impuesto a partir de 1959, dividiendo a nuestra gente en bandos irreconciliables. Pasado el primer confinamiento, tuve que encerrarme en una cuarentena porque estuve cerca de un colega periodista que dio positivo en la prueba de Covid 19 y aproveché para rehacer la primera noveleta de esa serie, que ya había terminado en 2018 y que se llama 1959: Habana es un nombre de mujer. Se publicará próximamente. Ahora mismo, antes de responder este cuestionario, estuve escribiendo un capítulo de la segunda: 1960: Un sombrero que no es de Chagal.