Post Populi, Italia, 27 de julio de 2013
Por Giovanni Agnoloni
De Cuba a Europa: éste es el trayecto recorrido por Amir Valle, escritor y periodista de gran experiencia, aunque el hecho de que ahora vive en el Viejo Continente no es el fruto de su decisión, sino del destierro de su país, del que nos habla en sus novelas y libros de denuncia social, dos de los cuales, Non lasciar mai che ti vedano piangere (Anordest, 2012) y Le porte della notte (Anordest, 2013), he traducido personalmente al italiano. Es con mucho gusto que lo he entrevistado, ya que para mí es un maestro y un amigo.
Tu vida de escritor es al mismo tiempo una vida de testigo y de narrador. Tus novelas ofrecen una fotografía de Cuba sin reticencias, sobre todo de los aspectos menos “turísticos” de un país sobre el que muchas veces se esconde o se niega la verdad. ¿Cómo has descubierto esta vocación tuya?
Mi primer libro de cuentos, Tiempo en cueros, publicado en 1988 en Cuba, ya traía esa mirada: una mezcla entre el mundo de ilusiones del niño que narraba las historias y la realidad que yo vivía entonces. Luego, siguiendo los consejos del norteamericano Ernesto Hemingway, que como bien sabes creía necesario que un escritor fuera también (o tuviera alma de) periodista, cursé esa carrera universitaria y a partir de ese momento, que coincide con el inicio de mi carrera literaria en Cuba, toda mi literatura ha estado signada por el realismo. Y esa visión realista creció aún más cuando me fui a vivir a los barrios de Centro Habana, pues descubrí en esos barrios una vida marginal muy compleja, muy humana, llena de contradicciones de todo tipo… una vida que nada tenía que ver los discursos oficiales del gobierno, con la propaganda de sociedad perfecta que trasmitían la prensa escrita, radia y televisiva, y mucho menos con ese paraíso que nuestros gobernantes le mostraban al mundo. Supe que debía escribir de esas historias de vida que veía con mis propios ojos día a día. Y ese es el mundo que aparece en casi toda mi literatura.
Contemporáneamente, el hecho de que vives (aunque desterrado) en Europa, y más, en el corazón de la Europa más avanzada, Berlín, te hace un observador privilegiado de otra parte de mundo, y especialmente de un mundo en crisis como hoy es el Viejo Continente. ¿Cuáles son tus impresiones sobre las dificultades actuales de Europa?
Lamento si mis palabras pueden herir a algunas personas honestas afectadas por este mundo en crisis, por esta crisis europea. Pero creo firmemente que, además de que se demuestra cuán débil y criminal es el capitalismo; además de que se demuestra cuán cínicos, manipuladores y corruptos suelen ser la inmensa mayoría de los políticos; además de que se demuestra la verdadera voracidad inhumana de la banca; además de todo eso, se demuestra hasta qué punto de ceguera puede llegar la gente cuando quiere vivir en la opulencia, en la riqueza, sin detenerse a pensar realmente si la prosperidad en la que nadan tiene bases sólidas. Hasta que estalló la crisis y millones de personas se vieron al borde de la quiebra, sólo unos pocos “iluminados” advirtieron de que se estaba viviendo en una mentira, pues se estaba viviendo por encima de las posibilidades reales de cada sociedad. Lo que importaba era gastar; que cada miembro de la familia tuviera un coche; que una misma familia de obreros de clase baja, aunque fuera pequeña, se metiera en dos o tres hipotecas; que cada miembro de la familia tuviera dos o tres tarjetas de crédito para, pagar las deudas de una tarjeta con el dinero de la otra tarjeta…, en fin, vivir como millonario sin tener dinero. En ese momento nadie se fijaba en que los bancos soltaban dinero a dos manos; nadie se quejaba de que el negocio de los bancos era darle una hipoteca a cualquiera; nadie se preocupaba de que ese dinero era un dinero vacío, es decir, un dinero que no estaba basado en una riqueza verdadera. Y aunque realmente en un aspecto somos víctimas de la mala gestión política y económica de políticos, banqueros y otras alimañas, lo que más me preocupa es que la mayoría de las personas no quiere reconocer el grado de culpabilidad que tuvieron en esa crisis. ¿Qué quiere decir eso? Que mañana alguien encuentra una solución para crear otra falsa burbuja de prosperidad y todos: políticos, banqueros y pueblos europeos volverán a hacer lo mismo que antes: consumir, consumir, consumir, vivir por encima de las posibilidades. Hasta que todos no acepten su cuota de culpabilidad en esta crisis, ese ciclo se repetirá, de crisis en crisis.
En tus novelas – especialmente en Non lasciar mai che ti vedano piangere – analizaste también la historia reciente de Europa y los inquietantes movimientos de extrema derecha. ¿Cuánto piensas que la política del siglo XX, con sus contraposiciones ideológicas, es todavía parte de las formas de pensamiento del Homo Europaeus de hoy?
El Centro Simon Wiesenthal acaba de lanzar una campaña para atrapar a los que se suponen sean los últimos nazis. Según sus directivos no lo hacen para vengarse de esos ancianos que una vez fueron asesinos de miles de personas; lo hacen porque la memoria de ese horror no puede perderse. Y lamentablemente hay muchos interesados en que se deje de hablar de un crimen tan descomunal como fue el holocausto, provocado por la ideología fascista. Lo curioso es que eso no ocurre sólo en la extrema derecha, pues también se han generado movimientos de izquierda que apuestan por la eliminación física del contrario ideológico. Vivimos en un momento histórico de extremos, en los que cada cual quiere imponer sus deseos. Ustedes mismos, los italianos, tienen una prueba de hasta dónde pueden llegar esos extremos en materia de ridículo: desde un Berlusconi a un Beppe Grillo. O acá en Alemania: donde supuestos grupos de izquierda se enfrentan a los neonazis con sus mismos métodos y uno los puede diferenciar sólo por la ropa que usan. O en España, donde tanto en la izquierda como en la derecha hay vergonzosos escándalos de corrupción y de ineficacia política. No hay ideología que se salve y cada una de esas ideologías se está atrincherando en los extremos, ya no para dialogar, sino para atacar y aplastar al contrario. La verdadera democracia y todo lo que ella representa en materia de diálogo y prosperidad humana, ante ese escenario, va siendo confinada cada vez más a menos países. Y se impone cada día más la máxima fascista que dice: “quien piensa distinto no es sólo mi adversario ideológico, es mi enemigo”. Y es bueno recordar que precisamente por llevar a los extremos ese concepto, acá en Europa, tanto en la Alemania de Hitler, como en la Rusia de Stalin y en otras naciones “socialistas” murieron millones y millones de personas.
¿Puedes hablarnos de tu experiencia personal de destierro de Cuba por las verdades incómodas que denunciaste sobre la criminalidad, el régimen y la prostitución en la Isla (bien subrayadas por tu serie de novelas negras “El descenso a los infiernos”)?
Lo digo alto y claro: nunca quise irme de Cuba, me desterraron. Aprovecharon un viaje que di a España para no dejarme entrar a mi país cuando quise regresar. Tres años después de mi salida, al terminar el período de la beca “Writers in Exile”, que me concedió el PEN Club alemán, Me vi forzado a pedir asilo político porque el gobierno cubano se empeñó en no dejarme regresar. Y ahora mismo, cuando supuestamente existe una ley que permite la entrada y salida libre de los cubanos del país, tampoco puedo regresar porque estoy en una lista negra de cubanos que, según me han dicho, “perdieron su derecho a regresar”. Mi único delito es, como bien dices, haber escrito en mis libros sobre temas que el entonces gobernante Fidel Castro no quería que el mundo conociera: la gran oleada de prostitución que trajo el turismo, la inmensa corrupción administrativa y política, la pérdida de los valores morales del pueblo cubano debido a las imposiciones ideológicas de la Revolución, el mercado negro a todas las escalas, el tráfico de drogas en la isla y el surgimiento de grupos de narcotraficantes generalmente controlados o dirigidos por oficiales de las fuerzas armadas… Eso escribí en mis novelas, en todos los casos a partir de casos reales, y eso denuncié en las entrevistas que di, en Cuba y fuera de Cuba, y eso escribí, como periodista, para los más importantes periódicos del mundo en esos años.
Por eso siempre aclaro: no soy un exiliado, soy un desterrado, que es una cosa bien distinta. Pero estar en Alemania, un país de una poderosa cultura, haber publicado acá ocho de mis libros y haber tenido la suerte de ser bien reconocido en el medio cultural alemán; además del hecho de que mis dos hijos se han insertado en la sociedad alemana como si hubieran nacido acá, me ha ayudado a decidir que, si alguna vez se produjera un cambio real en la isla, no voy a vivir allá, aunque pase allá algunas temporadas de mi vida. Y fíjate que te digo que iré “si se produce un cambio real” porque también he decidido que jamás pediré permiso para entrar a mi país. Iré a Cuba cuando pueda entrar y salir del país sin pedirle permiso a nadie, como haces tú en Italia o cualquier otro ciudadano en un país civilizado.
Has sido traducido a muchos idiomas, y he tenido personalmente el placer de traducirte al italiano. ¿Cuenta mucho la dimensión de la internacionalidad en el trabajo de un escritor, hoy?
Me alegro que lo preguntes porque quiero empezar diciendo que no existiría Amir Valle para el público lector italiano sin Giovanni Agnoloni. No sólo has sido mi traductor sino la persona que ha asumido mis libros como sueños propios hasta convencer a los editores para que publiquen esos libros. Y a ti, por derecho ganado, te corresponden también esos muchos elogios que sobre mi obra me llegan a cada rato de lectores de Italia, donde gracias a tus traducciones he publicado Non lasciar mai che ti vedano piangere, en el 2012 y hace unos meses la primera novela de mi serie criminal sobre casos reales ocurridos en Centro Habana, allá en Cuba: Le porte della Notte.
Ese es el primer escalón de eso que llamas “internacionalidad de un escritor”: de pronto descubres que no escribes sólo para gente de tu cultura, que tu público se hace tan grande como grande es el mundo. Ir sentado en el metro de Berlín y ver que alguien está leyendo una de mis novelas traducidas al alemán ha sido una de las experiencias más enriquecedoras que he vivido. Me acerqué a la lectora, una muchacha universitaria, interesado en si lograba entender mi libro y ella no podía creerse que estaba delante del escritor del que se había leído ya tres libros. Literalmente, me comió a preguntas. O recibir cada día dos y tres mensajes de lectores que me escriben, en español o en otros idiomas, desde rincones del mundo donde yo ni imaginaba que podría llegar un libro mío.
Cosas así te crean un compromiso. El compromiso de afilar tus sentidos para, sin dejar de ser cubano, escribir historias que apunten a la esencia humana, esas historias que podrán leer lo mismo en Japón que en Guinea Bissau o en Estados Unidos. Es algo que te obliga a ser más cubano y, al mismo tiempo, más universal. Algo difícil, pero posible.
¿Puedes hablarnos también de tu actividad de periodista, y especialmente de la revista “Otrolunes”?
Amo el periodismo porque me permite cuestionar el mundo. Pero el periodismo que hago no tiene trincheras: soy crítico con todo lo que crea criticable según mis principios. Y es un periodismo libre, que responde sólo a mis credos. Escribo mis artículos y los mando a donde creo que tendrán más efecto, incluso aunque en muchos casos no me paguen un centavo.
OtroLunes – Revista Hispanoamericana de Cultura es un sueño hecho realidad. Siempre quise tener mi propia publicación y en Cuba eso era imposible porque allá sólo el gobierno tiene el monopolio. Yo había sufrido la censura en la isla de las dos revistas independientes que publiqué por mi cuenta, rebelándome contra ese monopolio: Letras en Cuba (que llegó a tener 30 números) y A título personal (con sólo 2 números). Y eso sucedió cuando aún ni siquiera existían las revistas literarias cubanas en internet que luego y hasta hoy protagonizarían el escenario literario nacional.
En una conversación en el restaurante del Liceo de Bellas Artes de Madrid, los también escritores cubanos Jorge Félix Rodríguez y Ladislao Aguado coincidieron conmigo en la necesidad de fundar una publicación que reflejara la fenoménica de la más reciente literatura latinoamericana. Ladislao, desde su llegada a España, había interrumpido su trabajo en el mundo de las revistas, especialmente en La Gaveta, una publicación cultural estatal de Pinar del Río, provincia más occidental de Cuba. Elaboramos el proyecto, las secciones, el perfil editorial, y conformamos una revista que, finalmente, y gracias a la entrada al equipo del escritor cubano León de la Hoz y de la diseñadora española Ade Castro vio la luz en la primavera del año 2007. Ahora, en julio, acabamos de publicar el número 28. Y es importante destacar que, aunque el nombre pueda remitir a la publicación cultural cubana Lunes de Revolución, editada en la isla al triunfo de la Revolución (suplemento cuya importancia en la cultura cubana reconocemos y respetamos), OtroLunes no tiene absolutamente nada que ver con aquella publicación: en primer lugar no se trata de una publicación para cubanos ni sólo de literatura cubana, y su perfil, intereses y proyección, aunque incluyen también las letras cubanas, van por otros caminos, como cualquiera puede comprobar simplemente visitando cualquiera de nuestros números.
Me enorgullece decir que, aunque no podemos pagar ni un centavo a nadie por las colaboraciones, el prestigio que hemos ganado posibilita que muchos de los más destacados escritores latinoamericanos y de España de hoy son colaboradores habituales de OtroLunes.