Periódico El Habanero. Cuba, 6 de febrero de 2001
Por Miguel Terry Valdespino
Era el muchacho más joven del grupo, en una Facultad donde todos pretendíamos el «modesto» sueño de llegar a escribir algún día como el más famoso de los autores colombianos; entonces tenía un aire de guajirito seneliano, aunque estaba desprovisto de la risueña torpeza de David, el protagonista de «No le digas que la quieres» y «El lobo, el bosque y el hombre nuevo.
Quizás tenía en el abdomen la tercera parte de las libras que hoy tiene y, al parecer, estaba rotundamente enamorado de Laura Avellaneda, el personaje más desgraciado de Mario Benedetti. No sé si en aquellas fechas, leía a Lezama. Estoy seguro que leía a Roque Dalton y en su maleta llevaba una estupenda novela llamada Conversación en la catedral
Corría 1986. La rubia Diony Duran «vivía» ante el pizarrón universitario los cuentos de Benedetti, Rulfo y Cortázar, tres monstruos servidos como plato fuerte, junto al imprescindible colombiano, en un aula enorme que daba a la calle G, en el Vedado.
De tiempo en tiempo, el delgadito Amir Valle Ojeda juraba que bien pronto vería la luz su primer libro de cuentos, escrito a los 17 años: Tiempo en cueros, en cuya segunda página del ejemplar dedicado a mí, escribió una chanza deliciosa que aún me tienta: «Para Miguel Terry, con la seguridad de que algún día ganará el Premio Nobel.»
Después lo vería crecer ante mis ojos con aquel testimonio sangrante (En el nombre de Dios, Premio UNEAC-1988), que me obligó a replantearme el sentido mismo de la vida, y a mirar con ojos bien abiertos la condición retorcida del hombre y el tamaño de su valor y esperanza, a partir del conflicto interminable entre Israel y Palestina.
Escribiendo novelas, cuentos, ensayos, preparando antologías compuestas por «escritoras que solo Amir Valle conoce» -según otro escritor de verbo implacable-, o con los conocidos por todos, y otras antologías con desconocidos y medio conocidos, polémico siempre, trabajando a toda hora, Amir encarna y respalda un nombre ante el cual no sería aconsejable permanecer indiferente, porque ideas, sueños, palabras y «espuelas» le sobran para aceptar cualquier reto y ponerse a contar a los lectores numerosas inquietudes de «chico malo».
A pesar de tus 34 años -casi nada en la vida de un hombre-, has publicado más que ningún otro escritor de la generación del ’90, y también has sido premiado como ningún otro miembro de esa generación. ¿Hasta dónde ayuda y perjudica ser tan premiado y publicado?
No creo ya ser el más publicado: uno o dos de mi promoción ya me sobrepasan. De los premios, solamente me falta ganar el Casa. Ahora, no creas que soy un cazador de premios, soy pragmático: en las condiciones de Cuba, un premio te coloca con un nuevo libro, se habla un rato de ti y te invitan a eventos. Las becas de creación Memoria y Razón de Ser me permitieron tiempo y dinero extra para escribir. Eso me hacía falta. Los libros han comenzado a salir y, por la recepción, parece ser que los jurados no se equivocaron. Ningún premio perjudica, más allá de chismes y críticas, si crees que la obra con la cual lo ganaste es una obra digna.
Dije en la pregunta anterior que eres un escritor de la promoción del ’90, una ubicación realmente no tan exacta, pues ya desde los ’80 estabas dando guerra con tres de tus libros: Tiempo en cueros, Yo soy el malo y En el nombre de Dios. ¿Qué le debes a cada una de estas promociones? ¿Qué las diferencia, si es que acaso hay algo que las diferencie?
A la promoción del ’80, ya lo he dicho, le debemos el punto de partida de la cotidianidad que ellos rescataron como tema, inaugurando una zona que podría llamarse de la épica cotidiana; ciertas experimentaciones, y un mediano desenfado al abordar la realidad cubana, aún marcada por una autocensura nacida en los traumas del 70, época en la que ellos se formaron. La promoción del ’90 desarrolla esa cotidianidad, esa experimentación y ese desenfado, y lo lleva a matices y escalas aún hoy increíbles, si se analiza la edad que tenían sus autores, cuando escribieron estas primeras obras. Sin temor a equivocarme, con todas sus limitaciones, la promoción del ’90 le iluminó el camino a la que ahora surge y le renovó incluso los prismas críticos a las promociones pasadas.
Por el volumen de todo lo que has escrito, pareces una suerte de Balzac tropical. ¿Te preocupa escribir mucho y que trascienda poco? ¿Te interesa para algo la dichosa posteridad?
Ojalá logre escribir un capítulo con la calidad de las Ilusiones perdidas, por ejemplo. Cuando pienso que en el mundo hay millones de personas intentando escribir un libro y trascender, y que muy pocos lo logran, la vanidad me parece una idiotez. Aquel que, por haber ganado muchos premios, se considere el más grande escritor, es digno de lástima. La posteridad no me interesa, aunque si viene a tocar a mi puerta, no la voy a echar a patadas. Sencillamente quiero escribir lo que me dé la gana y estar consciente de que lo hice con todo el talento que Dios me dio.
Está muy de moda hablar y despotricar de la generación de narradores cubanos de los años ’90. ¿Es realmente tan importante o fue pura fabricación de ese negro bromista llamado Salvador Redonet?
Redonet fue un oráculo. Él apostó por nosotros, y todas sus apuestas y vaticinios se han cumplido. Si es pura fabricación, qué hacen a la vista de todos, los premios y los buenos libros en Cuba y el extranjero, de Ena Lucía, Ronaldo, Garrido, Gumersindo, Karla, Arzola, por solo mencionar los más recientes.
Alguien me habló -quizás tú mismo- sobre una novela erótica llamada Muchacha azul bajo la lluvia, premio La Llama Doble de Novela Erótica en el 2000… ¿Hasta qué punto aquel guajirito, que llegó a la capital hace ya 15 años, se está metiendo en «temas picantes»?
En Santiago, por Tiempo en cueros, mi primer libro, se me «acusó» de pervertido sexual. La sexualidad y el erotismo siempre me interesaron, porque soy un poco freudiano: creo que la vida del hombre está determinada por el sexo y el eros. Muchacha azul bajo la lluvia, entonces, quiso ser eso: un homenaje a escritores y amigos que han basado gran parte de su obra en visiones muy interesantes sobre el erotismo: Vidal, Garrido, Curbelo. Era un juego intelectual en el que me divertí mucho y dije cosas que, de otro modo, no hubiera podido decir.
A pesar de residir en La Habana, continúa sin abandonarte ese aire fraterno que acompaña a la «gente de provincia», como a veces tildan de manera despectiva o lastimera a quienes residen más allá de extramuros. Ahora mismo, en este instante, ¿qué opinión te merecen los «escritores de provincia»?
Precisamente en mis primeros años en encuentros nacionales, perdí con artemi-seños: Tosca y Lastre, mis amigos después. Desde esa época, la literatura de esta provincia era fuerte y se ha fortalecido, a pesar de graves condiciones adversas: es la única provincia sin una capital, de gran dispersión territorial y concentración poblacional en núcleos distantes. Nunca existió un real apoyo editorial y promocional al talento surgido, y aún permanece el criterio de que nada de esto hace falta porque «están más cerca que nadie de la capital cultural del país». Para detenerme en lo que más conozco, es ya imprescindible tener en cuenta la fuerza de la narrativa con escritores de una obra digna de considerar, partiendo del mismo Tosca, que renovó toda una zona de la cuentística del ’90 en sus inicios, pasando por los aportes de Enrique Pérez Díaz y Ornar Felipe Mauri a la narrativa infantil, y por ese nuevo aire para la literatura de los ’80 que significaron los cuentos de Ricardo Ortega, hasta las historias de Francisco García González, siempre dinamitadoras y osadas. Creo que es hora de enfrentarse al hecho de que narradores como Francisco, Martínez Coronel, Carlos Cabrera, Reinaldo Medina, o como tú mismo, tienen una obra para analizar: no estamos hablando de novatos con sólo un buen cuentecillo.
Se habla de los «retos de la literatura cubana ante el mercado», una verdad que a veces parece tangible y cercana, y a veces fantasmagórica y distante… ¿Hasta dónde está listo el escritor cubano para enfrentar el famoso reto?
El escritor cubano siempre ha estado preparado. Precisamente por estar lejos de toda esa dinámica comercial que asola a otros países, sigue escribiendo sin fórmulas, sin pies forzados, sin contaminaciones que no sean las genuinamente literarias. Creo que el reto, más que para el escritor, es para las instituciones que lo representan o son responsables de su promoción nacional e internacional. Mientras estás instituciones y entidades no se ocupen realmente de ello, con más inventivas que recursos (porque siempre aparece el que empieza a objetar con cálculos económicos), no podrán exigir que nuestros escritores no se «prostituyan», término común ya en congresos y eventos culturales. Me parece injusto exigirle integridad al escritor, cuando no se ha cumplido bien con la parte que le toca a la institución y, por desgracia, no he visto progresos en este sentido.
En el seminario de Técnicas Narrativas de Universidad para Todos, terminaste siendo profesor de Literatura Universal de miles y miles de cubanos. ¿Para qué te sirvió este curso: para saber que la literatura es imprescindible o para reafirmar que «es un grito en medio del desierto, y un grito no muy desgarrador», como decía el español Camilo José Cela?
Me sirvió para descubrir que este es un país donde hay escuelas que propician e! estudio de la música, de las artes plásticas, de la danza, pero la mayoría de la gente lo que quiere es escribir, por lo que la literatura es imprescindible, aunque tenga razón Cela: será más un grito no muy desgarrador en medio de un desierto, sobre todo en momentos en que el mundo se inclina hacia la banalidad, desechando la posibilidad de salvarse con todo ese talento que escritores y artistas ponen a su alcance, y que parece ser solamente aprovechado por los mercaderes del libro.
Recientemente he entrevistado a tres escritores y para todas las entrevistas he buscado el mismo final. Quizás deba ser un poco más original; pero, como las respuestas de mis entrevistados han sido tan memorables, acabo por repetir la receta. Yo digo un nombre, una palabra o una frase, y tú respondes de manera tan brillante como tus tres antecesores.
Eduardo Heras León: la persona que más me ha exigido profesionalidad, después de mi padre.
Salvador Redonet: uno de esos ángeles que siempre hará falta para que el mundo sea mejor, un profeta.
Generación de los ’90: gente que hoy no está, o cruzó el mar muy lejos, o que permanece a nuestro lado, escribiendo y defendiendo lo hermoso de aquellos años en que éramos más jóvenes y más ingenuos.
Inspiración: una novia alada que viene a acostarse conmigo de vez en cuando, y a la que, otras veces, tengo que halar por los pies para que baje.
Mario Vargas Llosa: ¿literariamente?: alguien que, leyéndolo, me muestra lo mal que escribo.
Nietos del Boom: así quisieron llamarnos a los nuevos narradores de Hispanoamérica en un Congreso en Madrid. Por suerte, fue un alarido que se congeló en el frío madrileño.
Testimonio y Periodismo: mi espada y mi adarga. Sin ellos no sería ni una ínfima porción del escritor que soy.