Cada cubano tiene su propia Habana

Nueva Onda Cuba. Estados Unidos, Lunes 4 de enero de 2010

Por Mickey Garrote

En el Parque Humboldthain, cerca de su casa en Berlín.

En el Parque Humboldthain, cerca de su casa en Berlín.

Amir Valle (Cuba, 1967) Narrador, escritor y periodista. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y la Asociación Cubana de Publicitarios y Propagandistas (ACPP). Es miembro, además, de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP). Su obra literaria ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales, entre ellos Premio Nacional de Cuento «13 de Marzo» 1986, Premio Nacional de Crítica Artística y Literaria José A. Portuondo 1998, Premio Nacional de Novela Erótica La Llama Doble (en dos ocasiones) 2000 y 2002, Premio Internacional de Novela «Mario Vargas Llosa» 2006 y Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007.

A continuación, entrevista con el escritor sobre su obra recién publicada La Habana: Puerta de las Américas

 

Almed acaba de publicar tu libro La Habana: Puerta de las Américas. ¿Por qué otro libro sobre la capital cubana? ¿Por qué este libro?

Se han escrito, por suerte para los cubanos, muchos libros sobre La Habana, es cierto. Pero yo parto de un principio: cada cubano tiene su propia Habana, su íntima Habana. Yo, jocosamente, al inicio de mi carrera literaria decía: «yo, como todo oriental que se respeta, vivo en La Habana», pero nunca llegué a creer que esa ciudad se me colaría en la sangre como si siempre hubiera vivido allí. Nací en Guantánamo, me crié en un pueblito del campo en Holguín, viví hasta los 18 años en Santiago de Cuba y hasta mis 39 años viví en La Habana. De cada una de esas ciudades guardo recuerdos hermosos, difíciles y jubilosos. Y por eso, cuando un entrañable amigo, el escritor y periodista español Jesús Lens Espinosa de los Monteros, me dijo que si me atrevía a escribir un libro sobre La Habana contesté que sí, tal vez impulsado por esa fuerza ancestral, casi mágica, que sigue siempre a quienes hayan vivido en la capital de nuestra isla. La Habana. Puerta de las Américas es, además, un desquite contra los que decidieron desterrarme impidiendo mi regreso a Cuba en el 2005: pude rescatar en las páginas de ese libro una Habana que es mía, que viaja conmigo, que no me han podido arrebatar.

 

¿Cuánto tiempo te demora escribir esta última obra tuya?

La idea me la propuso Jesús Lens a mediados del 2006. Acepté, y como dato curioso, te diré que escribí el primer capítulo sentado bajo el mismo árbol de ciruelas desde donde el ruso Alexander Solzhenitzin se sentaba a mirar, extasiado ante la pródiga naturaleza de esa parte de Alemania, los campos que rodean la casa de campo propiedad del escritor alemán Heinrich Böll, lugar que, por decisión de la esposa de Böll se convirtió en una casa de refugio creativo para escritores, periodistas y pintores de países con problemas políticos. Terminé de darle los últimos retoques en Berlín, a fines del 2008. Es decir, poco más de dos años.

 

¿Cuales dirías, si acaso algunos, fueron tus descubrimientos sobre el tema al escribir La Habana?

La Habana es una ciudad asombrosa. Los habaneros o los cubanos que vivimos allí pasamos por sus calles sin saber que esa ciudad, una ciudad pequeña, capital de una islita del Caribe, ha sido protagonista de buena parte de la historia del mundo. No es chovinismo, pero mientras más conozco a La Habana más la admiro, más la quiero, más orgulloso me siento de ella y de ser cubano, porque ha sido una ciudad que ha sorprendido a la historia de la humanidad en miles de ocasiones: desde aquellos lejanos días de la conquista del Nuevo Mundo en que se convirtió en el corazón del imperio español en las Américas, hasta hoy cuando, tristemente, tiene el oscuro récord de ser la capital donde sobrevive la más larga dictadura que ha conocido el mundo moderno.

 

¿Has regresado a La Habana después de tu salida a Europa?

En octubre del 2005 salí a España a presentar mi novela Santuario de sombras, que ya en ese año denunciaba un fenómeno que dos años más tarde se pondría de moda: el tráfico de personas entre Cuba y Estados Unidos vía marítima. Cuando llegó el momento de regresar, las autoridades migratorias cubanas me lo impidieron y comencé una lucha por regresar que no creo haber perdido porque mi caso quedó bien documentado por la prensa internacional como una violación más del gobierno cubano a la libertad de movimiento de los cubanos. Pero ya en el 2007 creí haber agotado todos los sitios de denuncia y desde entonces, hasta ahora mismo, vivo en Alemania, un país que me ha abierto las puertas de su capital (vivo en Berlín) y de su cultura (tengo ya acá ocho libros míos traducidos al alemán). Lamentablemente, no he podido regresar a Cuba desde el 2005, pero he aprendido que ninguna tiranía te puede quitar algo que llevas contigo a donde quiera que vas. Y La Habana, Santiago, el pueblito Maceo donde pasé mi infancia, Guantánamo, Cuba entera, están conmigo siempre.

 

Definitivamente eres uno de los protagonistas del mundo literario. ¿Te consideras parte del mundo literario de la isla? ¿Es posible ser parte de ese escenario de la cultura cubana estando fuera de Cuba, geográficamente hablando?

No creo ser protagonista de nada; diría más bien que he tenido suerte, aunque vivo orgulloso de que mis libros circulen clandestinamente en Cuba y que, también, sean leídos ya en varios idiomas en muchas partes del mundo donde he publicado. Pero hablo de la suerte porque conozco a colegas en Cuba, de mi promoción, incluso mucho más jóvenes, que tienen mucho más talento que yo, pero esa gran mentira que es la cultura oficial cubana no ha sido capaz, en cincuenta años de supuesto desarrollo cultural, de crear una estructura que lance todos esos talentos al universo editorial internacional. Allá, los oficiales de la cultura, les mienten a los escritores asegurándoles que si no publican en la isla estarán muertos intelectualmente; no les importa, por poner sólo un ejemplo, que Antonio Orlando Rodríguez haya ganado el premio Alfaguara con una novela, Chiquita, que quedará en la historia de las letras cubanas quiéranlo o no, y se la pasan sembrando la división entre los escritores y artistas de la isla y el exilio. Pero el tiempo es el mejor juez, y hay una realidad: Celia Cruz seguirá eternamente al lado del Benny; Enrique Arredondo seguirá haciendo reír eternamente a la misma altura que hoy lo hace Álvarez Guedes; Lezama Lima es tan gran poeta como Eugenio Florit; Carpentier es tan narrador como Cabrera Infante; Wifredo Lam es tan gran pintor como Cundo Bermúdez… y sería infinita la lista que salta del allá hasta el acá, en igualdad de condiciones antes las leyes inviolables de la Cultura Cubana, la verdadera Cultura Cubana. Siento vergüenza ajena por esos colegas que, desde la isla o desde el exilio, con o sin razón, insisten en levantar muros dentro de la cultura cubana. Lo siento si suena visceral o irrespetuoso hacia heridas que sé siguen abiertas en la vida personal de muchos de esos colegas, pero eso es hacer el juego a la dictadura que ideó esas divisiones hace ya cincuenta años. Y no se puede pensar en un futuro mejor para Cuba si se continúa arrastrando ese odio que nos inyectaron esos dementes que hoy perpetran la política en nuestra isla. El odio sólo engendra odio, la sangre sólo engendra sangre, la venganza sólo engendra venganza, y yo no quiero para Cuba un futuro de odio, manchado de sangre y lleno de ansias de venganza.

 

¿En qué te encuentras trabajando ahora mismo?

Acabo de terminar una novela que, por ahora, se llama Nunca dejes que te vean llorar, y que gira alrededor de la figura de Charles Chaplin. Descubrí unos datos curiosos que vinculan a Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de Hitler; a Ché Guevara, Marilyn Monroe, el pelotero Joe Dimaggio, y a una joven alemana, que había sido neonazi, con la figura del genial cómico inglés, en distintas etapas, claro. Y la novela cuenta esas historias: una trama en 1942 que transcurre entre Berlín, París y Hollywood; otra trama, en julio del 52, durante la corta estancia del Ché en Miami (es aquí donde aparecen la Monroe y Dimaggio); otra trama, en la Navidad de 1977 cuando se roban el cadáver de Chaplin de su tumba en el cementerio de Vevey, en Suiza; y una trama más cercana, en la actualidad, sobre la historia de esta joven neonazi alemana. Como ves, será una novela donde Cuba no será el tema.