NeoClub Press. Miami, Estados Unidos, 9 de septiembre de 2011
Por Armando Añel
Amir Valle nació en Guantánamo en 1967 y es narrador, editor y periodista. Su obra ha merecido numerosos premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio de Novela policíaca Distel Verlag, el Premio de Novela Mario Vargas Llosa, el Premio Rodolfo Walsh, el Premio Ciudad de Carmona y el Premio Novelpol a la mejor novela negra publicada en España durante el año 2007. Ha publicado más de una veintena de libros y actualmente dirige, desde Berlín, la revista digital Otro Lunes.
Amir Valle tuvo la gentileza de responder a las preguntas de nuestra encuesta-entrevista:
Dicen que en Cuba hay más tiempo para escribir. Dicen que en el exilio hay más libertad para escribir. ¿Dónde se hace mejor literatura, dentro o fuera de Cuba?
La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿a quién conviene que los escritores cubanos llevemos más de cuarenta años preguntándonos dónde se hace mejor literatura, si allá en la isla o acá en el exilio? Y yo tengo muy claro que el único beneficiado es el pensamiento totalitario de ese régimen que nos ha dividido con las mismas malas artes con las que ha dividido a nuestro pueblo, contaminándolo con la intolerancia que es intrínseca a un sistema como el socialismo, si nos atenemos a lo que la historia de ese sistema ha demostrado hasta hoy mismo.
Me siento tan avergonzado cuando escucho a escritores del exilio condenar a los escritores de la isla de “castristas” como cuando desde la isla se ataca a los escritores que han querido o tenido que emigrar, acusándolos de “vendepatrias”. En ambos casos, es curioso que se asocie la pertenencia ideológica a la calidad de la literatura, pues ambos bandos lanzan claras señales de que, por pensar distinto, ya se escribe mal. Pero lo cierto es que hoy nadie puede negar la altísima calidad literaria de la obra de un “revolucionario” como Alejo Carpentier ni la de un “gusano vendido al imperialismo” como Cabrera Infante, para poner dos ejemplos muy conocidos en la cima de nuestras letras.
Siento sonar pedante pero he leído “literatura cubana” de categoría “Z”, es decir, lo peor de lo peor, escrita tanto desde la libertad del exilio como desde la superabundancia de tiempo de la isla. Y he leído obras que considero imprescindibles para la historia de la literatura cubana de todos los tiempos, escritas en Miami o Manzanillo, Barcelona o Viñales, Santiago de Chile o Santiago de Cuba, Estocolmo o La Habana… Y siento decir que cada día que pasa, aunque muchos quieran negarlo, compruebo que el flagelo de la intolerancia sigue persiguiendo por igual al cubano de la isla como al que se va al exilio y dice sentirse, al fin, “libre”. Es, para decirlo con palabras de otro cubano ilustre, como si nadie pudiera salvarse de “ese Fidel Castro, de ese dictadorzuelo que todos llevamos dentro”, y lamento decir que a esa inoculación se debe que un régimen tan absurdo haya sobrevivido tanto tiempo. Pues los cubanos gastamos más tiempo en atacarnos unos a otros hasta por un simple matiz distinto en el pensamiento que en la necesaria búsqueda de lo que nos une en la diferencia como individuos que queremos un país mejor.
Y por si fuera poco, siento decir que si hace unos cinco años atrás les estábamos dando una buena lección a los intolerantes de ambas orillas de que los intelectuales, escritores y artistas cubanos de la isla y el exilio podíamos saltar los muros que otros habían construido para dividirnos y abrazarnos en la diversidad (cosa que pude comprobar en muchos eventos internacionales donde cubanos de la isla y el exilio, de ideologías distintas, se abrazaban y conversaban civilizadamente a pesar de sus diferencias ideológicas), en los últimos dos años se ha retrocedido bastante en ese camino adelantado, han regresado los ataques divisorios, las exclusiones y las utilizaciones en sentido denigrante de la palabra “el otro” en los discursos culturales. Basta mirar, por sólo citar un caso reciente, a dos íconos culturales como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, enfrentados simplemente por ver distinto una misma realidad, para entender hasta dónde hemos vuelto a retroceder en esa batalla que, pasito a pasito, íbamos ganando al régimen.
Se habla mucho del avance del relativismo y la doble moral en Cuba. La Dra. Hilda Molina dice que Fidel Castro “enfermó el tejido social de la sociedad cubana”. Desde tu salida de la Isla, ¿crees que los cubanos han evolucionado hacia el postcastrismo o involucionado hacia el neocastrismo?
Soy muy pesimista en este sentido. Hace unos meses, en Berlín, conversaba con Carlos Alberto Montaner y le comentaba que mi mayor preocupación de cara al futuro es la falta de cultura política del cubano, incluso tratándose de aquellos que, por elección o destino, están envueltos en la lucha política que hoy libra nuestro país. Y es que me llama mucho la atención que se haga casi imposible hablar en profundidad de tal o más cual ideología y de los beneficios que esas diferentes tendencias pudieran traer al necesario concierto democrático de una futura Cuba. Estando en la isla, a lo largo de los años, pude conversar con dirigentes políticos del gobierno y en todos los casos, salvando un par de excepciones, su cultura política no iba más allá de la consigna, el lugar común y la convicción de que lo único importante en el programa político de la Revolución era no dejar el poder en “manos del imperialismo”. Cuando terminé de abrir los ojos al desastre y comencé a mantener contactos frecuentes con la oposición, también, salvo un par de excepciones, me encontré con una dura realidad: sabían lo que estaba mal, pero no tenían idea coherente de qué cosas mínimas había que hacer una vez que lograran el poder político. Lo más triste es que en ambos casos, castristas y opositores, tenían la mira puesta en el poder político y no en cómo podrían expandir su ideario político entre el pueblo: los castristas porque creían que “ya la Revolución ha demostrado todo lo que el pueblo necesitaba saber”, aunque estoy seguro que lo dicen convencidos del férreo control que tienen sobre la vida del pueblo, y los opositores porque “hay mucho miedo en la gente y no vale la pena perder tiempo, hay que concentrarse en otras cosas”.
En definitiva, tanta propaganda política acompañada de tanto fracaso político en estos 50 años es lo que mejor le ha funcionado al gobierno cubano como táctica para eliminar la cultura política del país, y así ha evitado el surgimiento de líderes políticos de real impacto popular, fenómeno social que era normal antes de 1959 en toda la isla. El mayor mérito de la oposición en Cuba es que, sin ninguna información sobre el acontecer ideológico internacional, sin formación política (con excepciones, ya lo he dicho) y sin un verdadero apoyo popular, ha sabido enfrentarse a un régimen totalitario que está constantemente atacándola físicamente y en su integridad moral, sembrando dudas sobre la limpieza ética de su lucha.
Pero la abulia política del pueblo cubano de la isla, debido a la sobresaturación en la que vive, es tan grande que, por sólo mencionar un detalle, cuando el “gran timón”, el “genial ideólogo” salió del escenario político, no hubo ni la más mínima conmoción, porque a la gente lo que le importaba era sobrevivir, fuera con Fidel, con Raúl, o con Chávez si se cumpliera aquella idea disparatada de fundir a Cuba y a Venezuela en un mismo país, con un mismo gobierno. Ese, el rescate de la cultura política, del respeto por la ideología plural como motor de pensamiento de una sociedad, y de la convicción de que cada persona puede influir en su sociedad y en la política de esa sociedad, será una de las tareas más duras, difíciles y largas a la que tendrá que enfrentarse esa Cuba democrática futura a la que muchos aspiramos.
Cada vez más cubanos abusan del refugio político que les concede Estados Unidos, como perseguidos, y a los seis meses viajan a Cuba a hacer turismo. Esto pudiera poner en peligro la Ley de Ajuste Cubano, excepción diseñada para exiliados políticos, no para inmigrantes económicos. ¿Cómo hacer para que en lugar de justos paguen los pecadores?
Aunque suene duro decirlo: ése es un resultado más de la doble moral con la que viven hoy la mayoría de los cubanos. Y es un flagelo peligroso: “resolver mi problema” a cualquier coste, y sin que importen o medien criterios éticos y de dignidad. Llegar a un país y decir: “escapé de aquello porque es un infierno y mi vida corría peligro” para, meses después, querer regresar de vacaciones al infierno, desde mi punto de vista, además de falto de ética es una manifestación clara de esa doble moral y de un irrespeto total al país que decidió acogerte.
Acá en Alemania, por ejemplo, conozco a grupos de cubanos que se pasan la vida diciendo que se fueron del país para buscar mejores condiciones de vida, lo cual ya, quiéranlo o no, es una decisión política en el caso de Cuba, ya que el desastre económico es culpa, en primer lugar, del gobierno, y sin embargo esos cubanos acuden a cuanta actividad convoca la asociación “Cuba Sí” para gritar consignas a favor del régimen e incluso asisten a actividades donde participan opositores para poner en dudas sus opiniones críticas sobre la realidad en la isla. Viajan cada año a la isla gracias al dinero que ganan en el capitalismo que tanto critican y regresan de Cuba reafirmándose que no vuelven para allá “ni para coger impulso”. En el caso de los “emigrantes económicos” es una vergüenza, sí, pero también es un derecho que tienen, y eso hay que respetarlo. Otra cosa es para el emigrante político, pues en principio, según la legalidad internacional, cualquier Estado puede retirar la condición de refugiado político a cualquier persona cuando esa persona viole el refugio (y viajar al país que supuestamente te persigue lo es). ¿Qué hacer? Eso corresponde a cada gobierno, en este caso a Estados Unidos.
La Ley de Ajuste Cubano es, debemos comprenderlo también, un arma de doble filo tanto para el gobierno cubano como para el gobierno norteamericano. Aunque sé que esto puede levantar muchas ronchas, una de mis mayores desilusiones con la oposición política en Cuba de inicios del 2000 fue que muchos se limitaban a hacer un activismo político tímido y cauteloso, funcionaban como una especie de “figurantes” sólo para que sus nombres estuvieran en las listas de los diplomáticos norteamericanos en la isla, pues el verdadero propósito de esos “opositores” era salir del país. Era una verdad triste que la propaganda del gobierno se encargó de inflar, para contaminar con esa mancha a quienes realmente luchaban por cambiar las cosas.
Pienso que, al menos en lo que concierne a figuras como el asilo y el refugio político, Estados Unidos debería ser más exigente y establecer controles de seguimiento más rigurosos si no quieren chocar, una y otra vez, con la piedra de la doble moral de muchos de esos cubanos que en la isla, como solemos decir, “no le tiraron ni un hollejo a un chino” y llegan allá diciendo que son activistas políticos, que huyen por amenazas de cárcel o muerte, y también para no ser burlados, como ahora mismo lo son, por antiguos represores que, como se ha dado mucho en los últimos tiempos, no se sabe si se fueron de Cuba desilusionados realmente o si siguen cumpliendo una misión del gobierno.
Imagina que estamos en el año 2020. ¿Qué ha sido de Cuba?
Al paso que vamos: en lo económico, un país parecido a Haití en índices de pobreza y desilusión política; en lo político, una extensión del presente pero en manos de la dinastía de los Castro, que se están posesionando en sitios de poder económico, financiero, militar y político; en lo social, un país lleno de violencia, prostitución, altas tasas de criminalidad; en lo moral, un verdadero muestrario de las más bajas pasiones humanas. Lo siento, pero soy extremadamente pesimista.
Imagina que estamos en el año 2050. ¿Qué ha sido de Cuba?
Espero que para entonces la generación a la que pertenece mi hijo, que tendrá entonces 50 años, comience a ver algo de luz. Espero que esa luz rescate todo el espíritu de decencia, todo el espíritu emprendedor, todas las virtudes perdidas por el pueblo cubano. Ya para esas fechas será aplicable aquel dicho: “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, y en honor a la verdad, lo bueno que tiene caer en lo más hondo de un agujero es que sólo hay una salida: hacia arriba, buscando la luz.