Anika EntreLibros.com. España, Octubre, 2006
Por Enrico Camerani
No quiero que me encasillen. Y aunque mis novelas de mayor éxito son negras, no me considero solamente un escritor de novelas negras.
Conocí de Amir Valle y de su obra gracias a un amigo común, joven poeta, que regresó de Cuba, asombrado de las maravillas de aquella isla y buscando explicarse sus contradicciones. Entre esas contradicciones me contó cómo la mayoría de los escritores con los cuales se encontró en Cuba, al hablarle de las últimas generaciones literarias, mencionaban siempre, en muchos casos con un cariño y un respeto muy visibles, el nombre de este escritor que (y ello era otra contradicción) se había convertido en uno de los más buscados por el público lector de la isla precisamente con uno de sus libros no publicados en Cuba.
Tuve en mis manos una copia casi desteñida, de tan manoseada, de ese famoso libro que todas las personas mencionaban en voz baja, y se pasaban de mano en mano, clandestinamente.
Y allí estaba, al final, una hoja con los datos de Amir Valle. Cuando regresé al bullicio de Milán, bien distinto de la algarabía caribeña de Cuba, decidí escribirle y en un par de días recibí su atenta respuesta. Comenzó así un intercambio de mensajes que devino en esta entrevista.
¿Por qué mostrar en Jineteras la cara sucia, la cara fea, de ese país tan hermoso que nos muestra el turismo?
Precisamente al turismo debemos el estallido de ese mundo escondido de prostitución, droga y corrupción que es la columna vertebral de ese libro. Es decir, aunque es un flagelo que siempre existe en cualquier sociedad (y en la cubana, como demuestro en el libro, nunca desapareció), es la conversión del turismo en la locomotora económica de la sociedad lo que abre esa Caja de Pandora. Y precisamente eso es lo que me despierta el deseo de recordar que ese mundo existía. Y fíjate que digo «recordar», porque no creo que se pueda «mostrar» algo que existe y que todo el mundo ve. Prefiero decir que escribí el libro para recordar esa realidad, porque empecé a notar cierta ceguera oficial en torno al fenómeno, cierto menosprecio oficial que parecía responder al criterio absurdo de que el país tenía otras cosas más importantes, de mayor prioridad de qué ocuparse. Y soy de los que pienso que no se resuelve nada escondiendo la cabeza bajo la tierra como el avestruz. Decidí que en mi labor como periodista tenía la obligación de escribir un libro con toda la profundidad que pudiera sobre el tema, utilizando mi derecho ciudadano a ser escuchado.
Hemingway decía que los escritores nos alimentamos de la carroña humana. Y yo creo que tiene razón.
¿Y dónde quedan los logros de la Revolución?
Hemingway decía que los escritores nos alimentamos de la carroña humana. Y yo creo que tiene razón. Bajo ese credo, escribir sobre los logros de un proceso cualquiera corresponde al periodismo, a los ideólogos políticos, a los propagandistas del gobierno, porque la literatura, hasta donde se ha demostrado por la propia historia de la literatura universal, se ocupa de los traumas humanos, de las miserias de nuestra raza en esta tierra, de las insatisfacciones, de los grandes conflictos del hombre en su realización. Y por desgracia, hasta hoy, la tendencia literaria que se ocupó de escribir de los logros de alguna sociedad, al menos de modo sistémico, fue el realismo socialista y ya el tiempo ha demostrado que de esa literatura han quedado solamente aquellas obras que se apartaron de esos esquemas y se dedicaron a hurgar en los conflictos del hombre en el socialismo.
Paco Ignacio Taibo II ha dicho que la novela negra es el nuevo mecanismo de hurgar en nuestra realidad latinoamericana. ¿Lo cree así Amir Valle?
Creo mucho en la novela negra. Un día descubrí el género leyendo a Vázquez Montalbán y, precisamente, a Paco Ignacio Taibo II, y me dije que era el modo de encauzar la realidad en la que yo vivía y hacerla accesible a la gente que, en Cuba, prefería mayoritariamente la llamada novela policial. La diferencia entre novela policial y novela negra, me la hizo saber un día el propio Paco Ignacio cuando me dijo que en la novela negra lo importante era el husmeo en los rincones más tristes y míseros de la sociedad. Pero, y he insistido mucho en esto, yo escribo ensayo, cuento, otras novelas no negras y hasta testimonios, que nada tienen que ver con ese mundo, aunque siempre se ocupen de asuntos muy cercanos a las miserias y luces del alma humana. No quiero que me encasillen. Y aunque mis novelas de mayor éxito son negras, no me considero solamente un escritor de novelas negras.
En nuestros intercambios de mensajes me habló de una periodista mexicana que le preguntó si la novela negra puede «concientizar gobierno o pueblos». Me gustaría que reflexionara sobre eso.
Puedo decirte casi lo mismo que dije públicamente hace poco porque es algo en lo que creo firmemente, y así, por ejemplo, lo dejé dicho en una entrevista para la revista especializada La Gansterera, que por cierto es uno de los espacios más serios y profesionales sobre el género. En esa entrevista le dije al amigo escritor que me entrevistó que para mí la novela negra es el Caballo de Troya de la literatura moderna, que era una bestia fuerte, hermosa, sensual, racional, noble, que todos los lectores aceptan precisamente por esas y otras visibles cualidades sin tener conciencia de que dentro carga una subversiva reflexión, basada en la amalgama de las miserias y los valores actuales e históricos de la humanidad, y que ninguno de esos lectores llegaría jamás a adivinar que esa carga de subversión podía arrastrarlos sin que se dieran cuenta, incluso, a un cambio drástico de postura ante la vida.
Creo firmemente en la seriedad de la literatura como oficio concientizador. Y es bien simple: lo que uno escribe y otro lee es el resultado de un pensamiento humano que conducirá siempre a otro pensamiento. Soy de los que creen que el don de pensar, la capacidad de pensar no la tenemos los seres humanos para andarla malgastando en banalidades e intereses mezquinos. Como cristiano, creo que Dios nos dio la inteligencia y la capacidad de pensar para que cumpliéramos SU sueño de convertir al hombre en un ser puro, limpio, digno de habitar la tierra. Y el escritor que hoy se acerque a los traumas, a los enormes problemas humanos y sociales que sufre la humanidad, y lo haga con frivolidad, con superficialidad, buscando ganar gloria, fama y dinero con la miseria que refleja en su obra, ése es un miserable. En esa entrevista y en mi respuesta a la periodista mexicana le decía que el dolor, la frustración, la desesperanza de nuestra especie merece respeto.
Pero no creo que la novela, ni la literatura, ayuda a concientizar gobiernos, ni siquiera en el caso hipotético y fantástico de que se tratase de un grupo de políticos fans a la novela negra que, también, dirigen un país. Al pueblo, al lector, que es parte del pueblo, la novela negra (y la literatura) les mueve resortes en la conciencia, los hace reflexionar sobre ciertos asuntos. Pero no le sucede eso a los gobernantes. Yo tengo la peor opinión de los políticos y de la política, pues creo que es el modo más miserable de jugar con la esperanza humana. Por ejemplo, yo me considero un hombre de izquierda, alguien que cree que es posible un mundo mejor para todos, pero me duele confesar que, hasta hoy, el capitalismo ha demostrado que no le importa ni siquiera pensar en la posibilidad de existencia de ese mundo más justo para todos, y el socialismo, que es quien más lo ha intentado, ha conseguido solamente el sacrificio vano de millones de personas y, lo peor, el paso traidor del hermoso populismo inicial al terrible totalitarismo que es tan inhumano, y a veces más, incluso, que el capitalismo: jamás producirá ese mundo mejor, más justo.
Yo tengo la peor opinión de los políticos y de la política, pues creo que es el modo más miserable de jugar con la esperanza humana
Tienes firmes credos…
Sí, a los catorce años, mi padre me dijo que él había hecho la Revolución, que se había jugado la vida contra Batista, para que yo pudiera tener todo lo que él no tuvo, y me hizo hincapié en que nunca olvidara que uno de esos derechos por los que él luchó era el derecho a decir lo que yo pensara, incluso si estaba equivocado. Es un comunista que se ha sacrificado, no ha aceptado jamás una medalla, y vive en un cuartucho de un solar en Centro Habana, sin privilegios de ningún tipo, contrariamente a muchos otros que han hecho de sus historias una carta de crédito que los hace vivir mejor que más del noventa por ciento de la población. Creo en mi padre aunque no crea ya para nada en el comunismo porque, repito, el comunismo que ha sobrevivido hasta hoy se parece mucho al fascismo. Y de ahí, del ejemplo de mi padre, me viene esa mentalidad. De modo que no le acepo a nadie que venga a decirme que no puedo decir lo que pienso aunque, repito, pueda darse el caso de que yo esté equivocado, cosa que en el caso de Cuba cada vez es más improbable. Siento que aunque no tengo toda la verdad, ando cerca.
En varios sitios identificas la izquierda con el pensamiento intolerante y has dicho que esa es una de las premisas que mueve tu obra…
El gobierno cubano es intolerante. Y por desgracia, en mis ya frecuentes salidas de la isla, he visto que la izquierda, en su afán por defenderse, está olvidando su capacidad de diálogo y está cayendo en posiciones de intolerancia. Y jamás olvido que de la intolerancia y la falta de diálogo se hicieron todos los regímenes fascistas que han existido en la tierra. Porque la intolerancia lleva a la marginación, a la segregación del que plantea la pregunta o la posición discordante al discurso oficial. Eso está sucediendo en Cuba. Y en mi caso, cuando mis obras no se han publicado en Cuba se debe a que trato temas que el gobierno quiere ocultar, aún cuando ya no pueda hacerlo. Por ejemplo, quieren negar el asunto de la prostitución y a finales del 2005, en una encuesta que se hizo en Europa un consorcio de agencias de viajes, más del ochenta por ciento de los entrevistados en el acápite de turismo individual, coincidieron en que viajaron a Cuba y República Dominicana para «probar el calor de la carne caribeña». Una de las razones que provocó escándalo a nivel oficial cuando comenzó a circular clandestinamente Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba (publicado ahora por Planeta bajo el título Jineteras) fue que allí yo decía que en Cuba la droga estaba tomando cauces peligrosos. Me llamaron mentiroso. Sin embargo, dos años después un titular del propio diario Granma, el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, reconoció que el asunto se le había ido de las manos y que se empezaban a tomar medidas drásticas para intentar frenar el asunto. ¿Por qué mentir al mundo si son fenómenos que toda sociedad debe enfrentar? Cuba está en el planeta tierra y que sus dirigentes piensen que allí no pueden existir esos fenómenos no impedirá que existan. Mientras tanto, sigo esperando respuesta a las preguntas que he hecho en Cuba en muchos escenarios, respuesta a las mismas preguntas que hago en mis libros. Y aunque yo no respete, porque las encuentro fascistas, ciertas normas de la política de mi país, e incluso aunque le haya perdido el respeto a la mayoría de los políticos de mi país, incluido Fidel, sigo respetando a mi tierra y sobre todo, el derecho de los cubanos a resolver nuestros problemas políticos y sociales con toda libertad y sin injerencias de nadie.
Recientemente, en la feria de Frankfurt 2006, dijiste que Cuba te había lanzado al destierro forzado. ¿Cómo así?
Es una prueba más de los peligros de la intolerancia, de la unilateralidad del diálogo, del ejercicio del poder contra quienes se oponen a una forma de gobierno. Te recuerdo que en Cuba, luego de ver cómo se me cerraron por decreto oficial todas las puertas culturales porque mi libro sobre la prostitución circuló de mano en mano en Internet; luego de ver cómo incluso llegaron a despedir a personas de sus trabajos por leer el libro, y luego de ver cómo altos directivos de instalaciones turísticas y políticas catalogaron mi libro de «contrarrevolucionario» y a mí de «traidor al servicio de Bush», sentí miedo de lo que pudieran hacerme a mí y a los míos cuando el libro se publicara por la editorial Planeta, una editorial satanizada por las autoridades de la Isla, pero jamás pensé que aprovecharan uno de mis viajes al exterior para impedirme regresar. Están intentando, incluso, que mi esposa (que viajó conmigo a Europa) regrese a la isla, para dividir mi familia, y eso es realmente macabro. Pero de esos asuntos prefiero no hablar mucho… duelen demasiado, y en cualquier caso habla muy mal de mi país. No quiero hablar mal de Cuba.
¿Fue difícil darte a conocer en Europa?
Yo digo que Dios lo quiso así porque hay muchos escritores en Cuba, con igual o mayor talento que yo, que no han tenido, digamos, esa «suerte». Primero gané algunos premios internacionales; después, algunos amigos escritores que tengo en el exterior me ayudaron mucho para hacerle llegar mis libros a editores a quienes les han gustado. Y lo más importante: tengo un agente literario que es, como decimos en Cuba, «una fiera». Aunque no me gusta hablar de esas cosas, mi agente literario, la querida Ray Güde-Mertin, es la misma agente de José Saramago, Luis Sepúlveda, Almudena Grandes, y otros renombrados escritores. Eso ayuda. Pero mi entrada a España, que fue mi gran catapulta hacia el reconocimiento, para ser justos, se la debo a un gran hombre que acaba de morir: el escritor cubano Justo Vasco, que hace unos años me pidió mis libros y los movió en Gijón, en la Semana Negra, de editor en editor hasta conseguir que Nicole Cantó, otra bellísima amiga y hermosísima persona, me publicara en la editorial Zoela.
Creo que lo que he logrado hasta hoy se lo debo a que siempre estoy aprendiendo de todo el mundo
Ese amigo por el que llegué a conocerte me comentó que conoció en Cuba a muchos buenos escritores que se enorgullecían de haber sido tus alumnos….
Hasta yo mismo me asombro cuando me pongo a recordar alguna que otra vez nombres de escritores cubanos que me enseñaron a mí sus primeros escritos y hoy son escritores de primer nivel. E incluso dentro de mi promoción, muchos de quienes se han convertido en nombres imprescindibles de las letras cubanas confiaron y confían aún en mi olfato crítico y mi capacidad para la artesanía del texto, para eso que se llama técnica literaria. Uno de mis orgullos, por ejemplo, es decir que el más grande novelista cubano de los últimos años, el ya fallecido Guillermo Vidal, jamás publicaba nada si antes yo no lo había leído. Yo hacía lo mismo con él. Y nos hacíamos pedazos nuestros textos, pero con cariño, con respeto, buscando lo mejor para la obra. Con Guillermo aprendí que uno nunca debe dejar de considerarse un aprendiz. Creo que lo que he logrado hasta hoy se lo debo a que siempre estoy aprendiendo de todo el mundo. Y la carrera literaria, aún cuando unos cuantos petulantes digan lo contrario, es un aprendizaje eterno. El escritor que deje de creer en eso simplemente no tendrá nada nuevo que decir.
¿Te consideras un autor de éxito?
Me imagino que lo digas en broma. No soy un autor de éxito, para nada. Mis libros han gustado a la crítica y al público, eso es otra cosa. En Cuba tengo miles de lectores que vuelan los pocos libros que todavía quedan de las ediciones viejas y se los pasan de mano en mano. Eso es hermoso. Que las autoridades en la isla hayan prohibido algunos de mis libros me ha convertido en un autor buscado por todos; ya se sabe, ése es el dulce sabor de lo prohibido. Y acá en Europa, Las puertas de la noche, mi primera novela negra fue mencionada en el periódico El País como una de las dos novelas negras más impactantes publicadas ese año (2001); Si Cristo te desnuda tuvo elogios en todos los periódicos culturales de España, fue alucinante; Entre el miedo y las sombras fue seleccionada entre las cinco mejores novelas negras publicadas en lengua española en el mundo y nominada al prestigioso premio Hammett; Santuario de sombras ha tenido una crítica realmente buena y estuvo entre los más vendidos en España en el primer mes de su salida; y Jineteras, publicado por Planeta para América Latina ha recibido críticas favorables en más de una decena de periódicos latinoamericanos y también estuvo entre los diez libros más vendidos en América Latina en el mes de su salida. ¿Qué más puedo pedir? Pero eso no me hace un autor de éxito, de verdad, para nada. No creo que con ninguna de esas novelas haya logrado la calidad con la que sueño cada día y que me convertiría en un autor de éxito.
Acabo de leer en tu sitio web personal una columna titulada «Fidel Castro y yo», donde pones entre la espada y la pared al presidente de tu país. ¿Siempre fue así?
Mentiría si dijera que siempre fue así. Como muchos cubanos, durante unos cuantos años, creí en el modelo que Fidel nos mostró y creí en Fidel. Pero te confieso que mi animadversión natural contra los políticos me sembró siempre el bichito de la duda, especialmente porque había algunas cosas que lograba leer, generalmente a escondidas, que me demostraban que algo no andaba bien en aquel modelo y en la figura de Fidel. Cuando comencé a viajar, a comparar realidades, aunque el resto del mundo no sea un paraíso, empecé a descubrir que me había tenido engañado. Y no perdono el engaño. Porque nadie tiene derecho a jugar así con la vida de la gente. Y yo pasé más de treinta años (cumplo 40 el 6 de enero del 2007) creyendo que debía sacrificarme y vivir como un animal porque los cubanos éramos los elegidos para salvar al mundo, que estaba peor que Cuba. Pienso que el que quiera seguirlo, mi padre por ejemplo, debe tener el derecho de defender eso y seguir unido a él en esa lucha. Pero quienes no crean en esa lucha no tienen porqué ser reprimidos, ni porqué estar presos en su propia patria si deciden buscar otros caminos en el mundo.
Recuerdo que hace unos meses le oí decir que él nunca había tenido problemas con la iglesia, y de pronto me vino a la mente una imagen: yo llegaba de chiquito a casa de mis abuelos, católicos, y me quedaba alelado con un inmenso cuadro de Jesucristo que estaba en la sala. Era un cuadro hermoso, fascinante incluso para mí que no creía en nada en esos momentos. Nunca, a esa edad, pude comprender porqué el cuadro un día dejó de estar en la sala y pasó a ocupar un espacio en el cuarto de la casa que jamás se abría. Así con todo. Y lo peor es que todos sus errores al frente del país siempre terminan cargándolos otra gente, como si la realidad no fuera una: en Cuba no se mueve un gramo de petróleo sin que él lo sepa. Ahora mismo, sigue dirigiendo el país desde la cama de convaleciente, en el hospital. Si a eso le sumas, como hombre de izquierda que soy, que siempre que pienso que por su modo de dirigir la Revolución ha convertido un proyecto hermoso de liberación nacional en un ejemplo más de totalitarismo, y que su falta de diálogo con el pensamiento de quienes se le opusieron y se le oponen ha provocado, incluso, muertes que no pueden olvidarse, desarraigos, traumas personales y sociales de envergadura, que no van a resolverse en décadas, no puedo creer en él como creí hace ya muchos años. En simples palabras, como ser humano, me atrevo a decir que cargará con toda la culpa de los odios, las venganzas, las muertes que le sucederán cuando no esté, y que es suya la responsabilidad de la intolerancia, las divisiones y las guerras actuales entre los cubanos.
Por eso escribí esa columna. Y aclaro que lo hago en medio de una guerra legal que mantengo con las autoridades de la isla porque se reconozcan mis derechos dentro de la isla. Por supuesto, esa desilusión no significa que yo deje de reconocer su papel en las luchas de la izquierda a nivel internacional y algo que siempre he dejado muy claro: su permanencia al frente del país, la desaparición o la conservación de su legado político, y todo lo que gravite alrededor de su responsabilidad con Cuba es un asunto que debemos decidir los cubanos, de adentro y de afuera, sin injerencias de nadie, ni de la izquierda ni de la derecha. Por desgracia, creo que ya la historia lo ha puesto en su lugar, al lado de Stalin, de Mao y de Kim Il Zung como ejemplos de cómo la intolerancia, la falta de diálogo y el caudillismo pueden derivar a sistemas totalitarios que no tienen mucho que ver con los sueños de sociedad que quiere la izquierda mundial, y sí se parecen mucho a ciertas formas de fascismo que todos, en la izquierda y en la derecha, queremos olvidar.
¿Qué tendremos de Amir Valle pronto en librerías?
Las palabras y los muertos… una novela que cuenta la historia de Cuba, pero no desde la perspectiva de la historia oficial, sino desde la perspectiva en que el pueblo ha recogido esa historia. Son las versiones del pueblo que se parecen mucho más a la verdad posible que la propia historia oficial. ¿El protagonista? Un guardaespaldas de Fidel que se considera, con orgullo, «la sombra» de su gran líder, y que es quien cuenta todo lo que sucede en la novela. Sobre esa novela, por ejemplo, el periodista José Manuel Martín Medem, de la Televisión Española, ha dicho: «Si algunos dudábamos que un escritor cubano pudiera acercarse con su obra a eso que ciertos críticos han denominado «la novela de la Revolución», refiriéndose a su ausencia, con Las palabras y los muertos, además de demostrar su valía como narrador, Amir ha vencido ese reto y nos ofrece esa «Novela de la Revolución», tan esperada«.