La Gangsterera. España, Mayo 2004
Por J.I.Jiménez-Utra1
Hace unos meses hablábamos entre colegas, entre periodistas de varios órganos nacionales cubanos, de una realidad casi absoluta. Si es posible que existan verdades absolutas en lo que respecta a la literatura de tema policial en Cuba, aquella era una: la promoción que hizo el Ministerio del Interior desde el triunfo de la Revolución, en el intento de crear una literatura militante que realzara los valores de la lucha por el socialismo en la isla, lejos de ayudar a las letras cubanas y a este género, empañó el escenario de la creación con esquemas rígidos a seguir (si se quería ganar algún premio o publicar un libro en cualquiera de las editoriales, todas de administración estatal), tabúes políticos de censura en relación con la existencia de ciertos males sociales que no se querían reconocer aún cuando la población y el país los sufría, creó una casta de escritores «conocedores» (aquellos militares a quienes se les había dado la tarea de escribir libros) y otra casta de escritores neófitos (los pobres escritores de raza a quienes les interesaba utilizar el tema), priorizando, por supuesto a los «conocedores» por su obvio status oficial controlable. Lo peor de todo aquel intento de promoción politizada, que todavía hoy se mantiene, aunque ya en total descrédito por parte de los verdaderos intelectuales y escritores, es que las librerías cubanas se llenaron de miles de títulos de pésima calidad. Por suerte, hoy les sucede como a cierto lugar de La Mancha, en el inicio de la más grande novela de la lengua española: nadie quiere acordarse del nombre de aquellas horrendas obras.
Algunos autores, casualmente los que eran escritores de pura cepa, navegaron bien en las turbias aguas de la politizada campaña de la novela policial y de contraespionaje cubanas. Hoy siguen escribiendo, ya sin aquellas trabas, y ahí quedaron o siguen naciendo obras de calidad escritas por ellos: Ignacio Cárdenas Acuña, Luis Rogelio Nogueras (uno de los más importantes e interesantes poetas de la generación del 60, muerto prematuramente), Daniel Chavarría, Justo Vasco, Javier Morán (nombre literario de José Latour) en lo esencial.
Superado el trauma de esos años, y demostrado ya que no se puede fabricar por decreto ninguna literatura, sean cuales sean sus presupuestos, varía la visión de los viejos escritores (Chavarría, Vasco, Latour) y nace una mirada distinta, desprejuiciada y muy crítica, sin esquemas ni mecanismos ideologizantes (básicamente en la tetralogía de Leonardo Padura).
Coincidíamos en esa citada conversación entre colegas con el criterio de que, estos autores, abrieron la puerta a lo que podría llamarse el neopolicial cubano, de modo que los dos escritores que se han destacado luego (en los últimos dos años) nacional e internacionalmente (aún con más resonancia en Europa que en la propia isla) hayan propuesto una mirada estética sobre la literatura policíaca cubana que podríamos denominar: neorealismo negro cubano.
Algunos críticos han pautado la diferencia entre la promoción de Padura, Chavarría, Latour, Vasco y algunas últimas creaciones de Luis Adrián Betancourt (decíamos que el puro neopolicial cubano, en consonancia con el mismo fenómeno que sucede en otras latitudes de nuestro continente) y este neorrealismo negro, encabezado hasta la fecha por dos autores muy jóvenes, pero con aportes que han removido todo el concierto del género en el país: Amir Valle (un consagrado de las letras cubanas pese a sus 37 años) y Lorenzo Lunar Cardedo (que empezara a escribir a fines de la década del 90).
La diferencia básica estriba en el acercamiento a la realidad narrada. Mientras los neopoliciales narran la realidad desde una posición crítica que bojea alrededor y/o planea por encima de temáticas marginales de la sociedad cubana actual (las drogas, la prostitución, el mercado negro, la doble moral, etc.), los neorrealistas narran esa realidad desde dentro, desde la propia marginalidad, con la cual, además, se identifican, crean deudas, compromisos, afectos, como un habitante más de esa Marginalia.
Lorenzo Lunar ha publicado ya en esta temática sus novelas: Cuesta abajo y Que en vez de infierno encuentres gloria, la primera en Cuba y la segunda en España, y Amir Valle, a quien logramos entrevistar una fría tarde de marzo, en su apartamento de Centro Habana (el barrio que vive en sus novelas) ha publicado Las puertas de la noche (en España y Puerto Rico), Si Cristo te desnuda (en Cuba y España) y Entre el miedo y las sombras (España). Con Si Cristo te desnuda, ganadora del premio nacional de novela José Soler Puig, en Cuba y publicada por la editorial Oriente, Amir se convirtió junto a Leonardo Padura en el escritor cubano más leído y perseguido por los lectores en todo el país, y precisamente esa obra tuvo una excelente acogida en la prensa especializada española, con trabajos sobre él en Babelia, ABC Cultural y El País. Su más reciente novela de la serie Entre el miedo y las sombras también va teniendo una excelente acogida en la crítica de España y será pronto publicada en Alemania.
¿No es casi un pecado que te etiqueten como escritor de novela negra en un momento de la historia humana en la que asistimos a la disyuntiva de que ese género es uno de los más utilizados por los escritores, pero con resultados catastróficos en cuanto a nivel de calidad en la mayoría de los países que cultivan esa modalidad de la novela?
No creo en las etiquetas, de modo que eso no me preocupa. He dicho muchas veces que escribo porque no sé hacer otra cosa y necesito contarle a alguien esos mundos que me acosan y me asedian con sus mierdas y sus miserias. No me importa la trascendencia; no me importa que me conozcan; no me importa la fama aunque confieso que siempre ayuda porque algo de dinero trae y el dinero cada vez hace más falta en este mundo tan material y tan mierdero. Sólo me importa escribir. Sentarme cada día y sacarme del alma esos mundos que laten allá adentro, molestándome, hiriéndome. Son mundos que nacen de la realidad que vivo, entran a mi cerebro, comienzan a contaminarse con mis credos, con las preguntas que siempre me habitan, y allí se van decantando hasta convertirse en universos personales que necesito compartir con otros que creo puedan tener las mismas preocupaciones que padezco, los mismos sueños sobre esa realidad.
Sé que la novela negra es un género en el cual escriben miles y miles de escritores. Hay muchos que, como dice un jodedor cubano, lejos de escribir, perpetran; es decir, que escriben mal, con formulitas de éxito que ni siquiera hacen pensar a la gente (cosa que creo vital para cualquier literatura mínimamente respetable), pero hay muchos otros que lo hacen muy bien. Por desgracia, lo que se promociona casi nunca coincide con lo que tiene una alta calidad, pero también el listado de los escritores que van a quedar por la inmensa calidad de sus obras va creciendo cada vez más. La gente lee mucha mierda, pero también lee esas buenas novelas y así, lentamente, le vamos ganando la pelea. A quien hoy me diga que es denigrante o bochornoso aceptar que lo etiqueten como escritor de novelas negras, le menciono algunos nombres que prestigian hoy el género y le digo que no existe en el mundo un evento del impacto intelectual que ha logrado la Semana Negra, de Gijón, preparada por uno de los grandes del género: Paco Ignacio Taibo II. Lo que es bochornoso es que haya gobernantes en España que no se den cuenta de lo importante que ha sido la Semana Negra para el género en el mundo, para la literatura en lengua española y para esa ciudad hermosísima que es Gijón. Digo esto porque ya desde el año pasado los organizadores se quejaban de las trabas que les estaban imponiendo ciertos gobernantes y políticos de turno (que como vamos viendo siempre joden los buenos proyectos) y lo peor es que esta edición del 2004 se ha visto muy afectada por esas trabas burocráticas y económicas. Eso sí debe dar vergüenza. Me avergüenza, por ejemplo, que no haya una reacción fuerte, moral, de los intelectuales españoles (que suelen ir a disfrutar en la Semana Negra). Me sentiría orgulloso si los viera enfrentarse con su prestigio intelectual, del modo en que sea necesario, a quienes intentan destripar la Semana Negra y tirar al fango todo lo que se ha logrado en todos estos años por ese equipo de hermosos locos que forman Taibo II, Justo Vasco, Paloma, Cristina, y el resto de los muchachos.
Si lo veo desde ese punto de vista tengo que confesar algo: me siento orgulloso de pertenecer a esa «manada negra», como la llama Paco Ignacio Taibo II, y de saber que, además, ellos son mis amigos, algo que hoy le hace mucha falta al mundo.
Pero, ¿no es acaso la novela negra una fórmula gastada?
Quien diga eso es un idiota. La prueba está en que ya no era una fórmula cuando escribían Chandler, Hammett, Simenon y otros tantos. Me ha molestado mucho que la gente y los críticos quieran simplificar a la novela policial en un esquema que, además, no comparto. Nadie dice que la novela histórica tiene un esquema; nadie dice que la novela como género madre tiene un esquema, y sin embargo andan sacándole esquemas a la novela negra. Yo digo siempre que Hammett no escribió novelas negras; escribió novelas y punto. Por eso es grande. El reto de la novela negra hoy está en ir contra esos criterios, escribir contra esas fórmulas. Por ejemplo, se ha dicho del investigador solitario, mujeriego, borracho, etc. El de mis novelas, Alain Bec, es todo lo contrario: viene de buena cuna, le gusta compartir con sus amigos y su familia, adora a su mujer aunque de vez en cuando haya tenido un desliz, es un padre ejemplar, bebe pero poco. en fin, me lo propuse así para demostrar que no era necesario seguir el esquema del personaje típico. Padura ya lo había hecho, pero desde otra perspectiva. Lorenzo Lunar presenta a un policía que es tan delincuente como cualquier otro y siempre anda en busca del amor, del afecto, aunque él mismo se crea un solitario, un fracasado. En una de mis novelas no se resuelve el enigma: lo que me importaba era hablar de la prostitución infantil. Es decir, ése es el reto.
Prefiero decir que la novela negra tiene ciertas regularidades, pero no es un esquema a seguir. Y tiene regularidades igual que las tiene el cuento, la novela, y el testimonio, por poner el caso de otros géneros que pueden también estar vinculados a la realidad. Acabo, por ejemplo, de escribir una novela: Santuario de sombras, sobre el tráfico de personas entre Cuba y Miami, en la cual hay cinco protagonistas y todos ellos son quienes están contando la historia, quienes buscan las pistas, y quienes descubren que no hay pistas que buscar pues desde el principio ya todo estaba claro. En esa novela lo importante es buscar el modus operandi de los traficantes, pero todo lo demás el lector lo sabe. El reto que tuve fue intentar mantener la expectativa en ese lector que ya sabía quiénes eran los asesinos, quiénes eran los buenos, quiénes las víctimas, e incluso, cuál era el castigo que se les iba a dar a los culpables. Me dio mucho gusto recibir la opinión de un crítico muy agudo, mi amigo y escritor Justo Vasco, cuando me dijo que era excelente y se la había leído de un tirón.
Por lo demás, ya visto de modo más general, la literatura es una convención y una convención siempre tiene sus reglas a cumplir. Y que yo recuerde, desde que el hombre es hombre, hay quienes sueñan con ser escritores. ¿Por qué entonces decir que la novela negra es una fórmula gastada? Siempre recuerdo una anécdota que repite mucho uno de mis maestros cubanos en esto de la escritura, el escritor Eduardo Heras León. El dice que en la antigüedad, antes de Cristo, en un viejo códice, un poeta se lamentaba de que ya no tenía de qué escribir pues todo estaba escrito ya. Y desde entonces hasta hoy ha pasado un milenio. El reto sigue siendo escribir desde la honestidad, con las palabras, la sabiduría y el talento que Dios nos dio. Así de simple.
Cuba y el llamado neopolicial, ¿cómo se llevan?
Muy mal. Apenas comienza a verse y ya se ha manifestado un rechazo oficial tímido, pero inteligentemente dosificado, debido al develamiento de ciertos temas no convenientes para la lucha ideológica que lleva el país. Se han publicado solamente las novelas de Padura, algunas de Chavarría, una de Lorenzo y una mía. Creo que se le tiene miedo al neopolicial. No sé en concreto de qué se trata, pero de algunas respuestas de Padura se intuye que ha recibido presiones de algún tipo en relación con esa serie de novelas negras. A eso se suma a la censura en la que una editorial provincial mantuvo una novela de Lorenzo Lunar, premiada en un concurso de esa misma editorial, por lo cual era obligatorio publicarlo. No voy a mencionar mi caso personal, pero también he recibido comentarios y críticas que intentan juzgar el modo en que reflejo la realidad cubana actual. Se me ha llamado hasta «oportunista» porque, dicen, escribo de esos temas para vender en el exterior.
No obstante, siguen escribiéndose y publicándose bodrios que siguen manchando a la novela policial o novela negra cubana. Sigue promocionándose lo peor, y de eso no se preocupan. De modo que todos esos comentarios me tienen sin cuidado. Algún día descubrirán que la actual novela negra cubana es el mejor modo de acercarse a la sociedad en todas sus ramificaciones. Y aclaro que es una sociedad que nada tiene que ver con ese paraíso donde la educación y la cultura y la salud son escudos irrompibles. Lo que hoy se escribe demuestra una sociedad en decadencia, llena de conflictos, de problemas ideológicos y humanos a resolver, de traumas sociales que quieren negarse, de desencanto social, pero también de lucha contra quienes quieren destruir a la humanidad, igual que sucede en muchas partes del mundo.
En definitiva, que Cuba tampoco es el paraíso de la novela, como alguien pensó y dijo hace poco.
¿Qué debes a los autores cubanos que llegaron antes que tú a este modo de hacer novela?
Es una pregunta bien difícil. Hace poco, en un evento literario en Cuba, Lorenzo Lunar y yo nos hicimos esa pregunta. La respuesta fue simple, aunque nos costó trabajo llegar a ella.
A todos ellos le debemos que nos hayan abierto esa puerta. Si ellos no hubieran escrito lo que escribieron y publicaron, si no hubieran puesto sus cojones sobre el papel (al escribir) y sobre los buróes de los oficialistas (al intentar publicar lo escrito) no podríamos hoy imaginar siquiera lo que estamos escribiendo.
A Padura, por ejemplo, le debemos la osadía, su incisiva mirada hacia ciertas zonas prohibidas de nuestra realidad social; le debemos que su calidad como escritor haya despertado el interés internacional de los editores hacia el comportamiento del género en Cuba; en lo particular, ya que ambos somos periodistas, le debo algunas claves mediante las cuales puedo convertir la realidad real que obtengo de modo periodístico en universo de la ficción literaria. Es realmente el maestro que más admiro en este género. Como decimos en Cuba, en serio y en broma: cuando yo sea grande, quiero ser como él.
A Chavarría, quien además fue mi profesor de Redacción y Composición en la carrera de Periodismo, le debemos el respeto por el idioma. Es un artesano de la palabra y en convertir el lenguaje de la realidad en lenguaje de ficción, sin que parezca un calco.
A Justo Vasco, un hermano en toda la connotación de ese vocablo, le debemos que haya sido el primero en enseñarnos que la marginalidad cubana se ha movido siempre y se mueve con ciertos códigos éticos y lingüísticos que es necesario asimilar si se pretende escribir una novela negra creíble, donde la realidad ficcionada adquiera vida propia, una existencia tan real como la de la realidad que vivimos los humanos.
¿Qué hay de nuevo en lo que escriben, digamos, «los más nuevos»?
Que somos marginales. Es una tesis que defiendo: los límites de la marginalidad en Cuba se han perdido. La marginalidad ya está en todas partes porque la inmensa mayoría de las personas (buscando sobrevivir en una sociedad en decadencia) sufren de males propios de la marginalidad: practican la doble moral, delinquen porque tienen que comprar en el mercado negro una buena parte de lo que consumen, han perdido un buen número de valores morales, entre otras cosas.
Lo nuevo es que, tanto Lorenzo como yo, vivimos en esa marginalidad porque además vivimos en barrios marginales donde esa marginalidad es lo cotidiano. Lo nuevo puede estar en que intentamos trasladar a nuestras novelas los nuevos códigos de esa marginalidad, sus transformaciones en la sociedad cubana actual, y que lo hacemos sin ningún tipo de tapujos, ni de autocensuras, ni de temores a la represión que pueda tener esa idea si a alguien no le parece adecuada o conveniente, cosa que siempre suele suceder. A la generación que pertenecemos, los críticos la han llamado «la generación del desenfado»; algunos han matizado ese término como «la generación del desparpajo». Me gustan ambos términos. Lo nuevo que pueda haber en nosotros está en el modo descarnado, crudo, desvergonzado incluso con el que hablamos de la realidad que ficcionamos. Ese desenfado del que no tiene cuentas que rendir a nadie, ni siquiera al pasado. Alguien, por ejemplo, cierta vez se molestó cuando dije en una entrevista en México que si yo era crítico con la realidad y la Revolución era porque se lo merecía. Intenté explicarles algo para mí bien simple: cuando yo nací, ya la Revolución había triunfado, los rusos mandaban de todo, había de todo en el país, gastábamos a manos llenas sin pensar que algún día podría haber crisis; pero un día todo eso se vino abajo y fui descubriendo que ya desde el inicio (por esa dependencia de los rusos, por la tozudez de no dejar desarrollar la iniciativa privada, por la intolerancia política, por la pésima planificación de la economía durante más de treinta años, por la monopolización del poder, entre otras causas) estaba escrita esa caída. ¿A quién le iba a echar la culpa? El bloqueo es solo una razón más de ese descalabro, y por desgracia, se ha convertido en «la gran justificación», pero adentro, por culpa de la gestión del gobierno, hay muchas cosas que resolver y que el pueblo le llama «el bloqueo interno».
Has hablado de que la novela negra también puede considerarse como una novela costumbrista e incluso como una novela histórica con temas de actualidad ¿Te atreverías a justificar esa afirmación, en mi opinión, bastante atrevida?
No sé en otros lugares, pero en Cuba es una novela costumbrista y me atrevo a decir que novela histórica. Es costumbrista porque refleja las actuales costumbres, modos de vida, sueños, lenguaje popular, perspectivas de esperanza o desesperanza de la inmensa mayoría de la gente que, aunque algunos no lo entiendan o no les convenga entender, viven en la marginalidad que ha impuesto sobrevivir en la Cuba de hoy; una marginalidad que lo mismo está en las casonas de los repartos lujosos de Vedado y Miramar, o en los barrios absolutamente marginales de La Habana Vieja, Centro Habana, Cerro, Guanabacoa, Regla, por sólo mencionar algunos. Es costumbrista porque refleja los cambios del pensamiento social anterior hacia una forma de pensamiento marginal ampliamente enraizada en la población. Es una novela histórica, además, porque es la única novela que está reflejando los grandes traumas sociales, los grandes cambios históricos. Por ejemplo, una serie como «Las cuatro estaciones», de Padura es el bosquejo histórico novelado del cierre y la entrada a los 90. Las novelas de Lorenzo son la historia de un pueblo del interior del país, que es bien distinta a la historia de la capital aún cuando esté presidida por los mismos megahechos o megasucesos. Y mi serie de novelas negras de Centro Habana, según varios críticos, es «la historia cotidiana, íntima y social de la nueva Habana», otro modo de historiar la vida actual en Cuba.
¿Y acaso el uso de esos temas no te pone retos en cuanto a la necesaria separación en el espacio de la ficción de lo literario y lo político, cuestión a la que teme la mayoría de los escritores?
Impone límites, es cierto. Impone retos, es cierto. Pero no los temo. Justo Vasco me hizo ver un día algo que yo no había descubierto: todas mis novelas negras son de tesis. Y la tesis en mis novelas es una sola: la demostración de cómo la marginalidad ha ido envolviendo a toda la sociedad cubana actual, con mecanismos muy específicos de actuación. La vida en La Habana de hoy no es la misma vida de cuando Fidel anunció la entrada al período especial, a la gran crisis de los 90. En aquel tiempo los cubanos éramos más sanos, menos corruptos, más humanizados. Hoy se ha impuesto en el país, a todos los niveles, e incluso al nivel político, la ética de la supervivencia, que coincide de modo muy peligroso con la ética de la marginalidad, con el comportamiento marginal. Es duro decirlo, pero es algo que ya comienza a preocupar a los sociólogos cubanos, aunque todavía no sea un tema, digamos, oficial.
Pero la novela política existe también. Es decir, que esa necesaria separación de lo literario y lo político a mí no me preocupa, aunque muchos lo tienen en cuenta. Y no me preocupa por una razón bien simple: usted puede contar un hecho político de primera envergadura, ocurrido ayer mismo, pero lo importante es que el lector, que sabe está leyendo una reproducción de lo ocurrido, sienta que está leyendo algo con vida propia. Sólo así esa narración superará el paso de lo inmediato y podrá ser leído tiempo después: siempre será como si hubiera sucedido del modo en que se cuenta.
Dos de tus novelas policíacas no han sido publicadas acá. ¿Alguna vez podremos verlas publicadas en Cuba?
Eso sólo sucederá cuando se adquiera mayor madurez política en relación con el modo de valorar las obras literarias que hoy se escriben en la isla. Se ha avanzado mucho en relación con otras épocas en que la censura llegaba incluso a la represión física contra los autores. Hoy es más velada la censura, tiene métodos más sofisticados. Pero vivimos en una sociedad que prefiere ocultar ciertos males, bajo el criterio absurdo de que hay otras prioridades o de que la lucha ideológica implica ciertos silencios necesarios. No creo en esos silencios necesarios cuando se trata de males que los cubanos vemos reproducirse día a día, de modo demasiado peligroso. No puedo olvidar, por poner sólo un ejemplo, que cierto funcionario vetó uno de mis libros de corte periodístico, llamado Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba (que por cierto, se publicará este año en España por la editorial Zoela) porque, aseguró, «la prostitución había sido eliminada en la represión del 95» y porque «en Cuba no hay drogas». Todavía me pregunto si ese funcionario ha podido dormir en paz con su conciencia cuando se enteró por el propio Granma, el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, pero dos años después de aquel veto, que el problema de la droga era tan grave en la isla que se les había escapado de las manos. Sé que no podrá tener la conciencia limpia cuando pasee con su carro por las calles de La Habana donde otra vez la prostitución regresa luego de haberse ocultado en otro modus operandi en los tiempos de la represión.
En una polémica con un funcionario amigo, a raíz de la publicación en ABC Cultural de un trabajo de Fernando Martínez Laínez sobre mi novela Entre el miedo y las sombras (comentario que fue visto acá solamente desde la perspectiva del ataque hacia Cuba) le dije que no creía que ocultando, mintiendo y mostrando sólo lo conveniente, se lograría resolver nuestros problemas. Le recordé algo que creo firmemente, que un viejo dicho judío reza: «La lepra que se oculta bajo la tela es la más mortal, un veneno que sólo puede curar el sol, el aire y el baño en las aguas del Jordán.»
Tus tres novelas publicadas en España han tenido buena crítica. ¿Qué le debes a España como escritor?
Le debo, antes que todo, como ser humano. Mis abuelos maternos vinieron de España, de Moya, un pueblito dicen que muy hermoso en Gran Canaria, Islas Canarias. Sueño con ir allá alguna vez, pero todos mis viajes a España han sido siempre a la península. Quizás por eso me encante el vino en un país como Cuba donde la gente prefiere el ron.
Le debo a España escribir en el idioma más hermoso y rico que existe sobre la tierra.
Le debo un vuelco en mi vida como escritor. Yo soy conocido en Cuba. Digo con orgullo que muy conocido en Cuba, y muy leído. Y lo digo con orgullo porque Cuba es un país de lectores: un logro que jamás nadie podrá negar a la Revolución. Es decir, que sabes vas a escribir algo que mucha gente va a leer. Pero era sólo conocido acá, porque la promoción internacional del escritor es algo que en Cuba suele responder a ciertos convenios entre los escritores y los dirigentes culturales y del país. Ante la falta del dinero que conlleva toda promoción se prioriza a los menos «conflictivos». Yo no he sido nunca de los favorecidos mediante esos convenios, quizás porque me he resistido a firmar convenios que me impidan decir lo que pienso.
Nadie puede imaginar siquiera que el reconocimiento internacional comenzó a tocar en mi puerta por una simple mención que hizo en El País Fernando Martínez Laínez de mi novela Las puertas de la noche, junto a Hit List de Lawrence Block, como las dos novelas que más lo habían impactado en el 2002. Le debo eso a Martínez Laínez y su interés manifiesto en cada una de mis obras publicadas en España. Nadie imagina tampoco que muchos de mis viajes al exterior invitado a eventos literarios, las muchísimas entrevistas en periódicos de todo el mundo, las revistas que me solicitan trabajos, sucedieron después que Rosa Mora me entrevistara para El País, promocionara Si Cristo te desnuda en Babelia, y que Martínez Laínez publicara también un comentario en el ABC Cultural sobre esa novela. Ellos dos no imaginan el agradecimiento que les tengo; una deuda que solamente puedo pagar hoy con mi afecto, mi respecto y mi amistad.
Pero de España siempre guardaré un enorme e infinito agradecimiento a mi actual editora, Nicole Cantó, de la editorial Zoela, quien desde el primer momento en que Justo le entregó mi novela Si Cristo te desnuda, además de mi editora se ha convertido en mi gran amiga, en alguien a quien quiero entrañablemente. Existen pocas personas en el mundo editorial como Nicole. En medio de crisis económicas, en medio de múltiples problemas de todo tipo (que incluye lamentablemente jugadas sucias de autores y personas que debieron y deben apoyarla más por una simple razón moral e intelectual), Nicole se ha empeñado en llevar adelante una editorial y un proyecto de novela negra que dará mucho que hablar por la calidad de las obras que ha ido publicando. Al mundo editorial le faltan editores como ella. Es preocupadísima por la edición, por la calidad final del libro, por la distribución real del producto en un entorno que siempre le ha sido desfavorable pues bien sabe que es un mercado copado y regido por las leyes del poderoso caballero Don Dinero, como diría hace siglos el genial Quevedo. Creo en Nicole porque es una editora que me ha demostrado amar al libro como producto intelectual y no solamente como cosa vendible, como producto. Respeta la literatura y eso es algo que uno agradece y respeta. Ojalá la editorial encuentre un patrocinador que provea del dinero necesario y sepa respetar también ese amor que siente Nicole por la literatura. Más allá de todo eso, es la amiga sincera de la mayoría de sus autores y eso también es algo especial (y cada vez más raro) en un mundo cada vez más lleno de intereses mezquinos e individualistas. Me place decir que tengo una editora que es, por encima de eso, mi gran amiga. Y digo que a España le debo haber conocido a Nicole Cantó, uno de los descubrimientos más lindos que me han sucedido en mi vida como persona y como escritor.
«Cuba me duele, padezco Cuba», has dicho en algunas entrevistas. ¿Es que acaso Cuba para el escritor que eres sólo significa dolor, padecimiento?
Lo que no se padece, no se ama. Todo el que se precie de querer a su país, tendrá que haber sufrido con las cosas tristes que siempre pasan en un país, viva en el sistema en que uno viva. Cuba me duele por la inteligencia de su gente, por el humanismo hermoso de su gente; por la diáspora a la que se ha visto obligada su gente por razones políticas, sean válidas o no; una inteligencia desaprovechada en beneficio del país, un humanismo que se va perdiendo poco a poco y una riqueza espiritual y humana que se va dispersando. Vivo orgulloso de ser cubano y aunque bien se sabe he recibido propuestas de abandonar la isla y quedarme en alguno de mis viajes al exterior, decidí permanecer acá porque todo perdería sentido. Soy un animal isleño que no puede vivir sin este país, con todas sus miserias y sus luces. Y acá estaré hasta que la vida, el Poder o Dios me lo permitan.
1.- J.I. Jiménez-Utra es el seudónimo que, por razones que preferimos no comentar en este trabajo, utiliza uno de los más importantes periodistas cubanos en activo en los medios oficiales del país.