Dios ha luchado y vencido por mí todas esas batallas

Radio Viva 24, enero de 2020

Por Yoaxis Marchecho

Háblame de tu niñez. ¿Guardas recuerdos especiales?

Tuve en verdad una niñez feliz y de ella conservo muchos recuerdos hermosos. Todos ellos vinculados a mi familia, de origen español. Y esa niñez transcurrió en tres espacios muy distintos: mi Guantánamo natal, donde apenas estuve unas semanas (y adonde regresaba solamente en las vacaciones escolares); un pueblito en el campo oriental en Holguín, llamado Antonio Maceo (porque estaba junto a un central azucarero con ese nombre) y la ciudad de Santiago de Cuba, donde creo que se consolidó ese ser humano que todos conocen como Amir Valle. Pero cuando pienso en esos años, mirándolos desde el escritor que soy, se imponen dos imágenes recurrentes: la primera, las cálidas noches en el pueblito Maceo, en las que mi madre se metía conmigo bajo el mosquitero que cubría mi cama como una idílica cueva y, mientras yo jugaba con su hermosa cabellera negrísima, comenzaba a leerme historias fascinantes de esos libros que siempre poblaron los estantes de nuestra casa; y la segunda, momentos mágicos en los que, después de mataperrear por las calles del pueblo, corriendo bajo los aguaceros o escapándome a bañarme al río con mis amigos, me sentaba a los pies del inmenso librero que me habían regalado mis padres y, acostado sobre el piso de cemento pulido, escribía en hojas de libreta las que fueron mis primeras historias.

 

¿Tienes antecedentes de escritores en tu familia?

No, he sido el único escritor entre los Valles y los Ojedas de mi familia, pero mis padres, Manuel y Martha, eran maestros, de aquellos que parecían enciclopedias vivientes, con los que uno podía conversar de cualquier tema, pues después desaparecieron y fueron sustituidos en la mayoría de los casos por especímenes iletrados supuestamente especializados en una materia, cuyo único valor era responder a las normativas de ideologización del pueblo impuestas por el gobierno. Con ellos aprendí dos grandes lecciones: «estudia y cultívate, porque lo único que nadie podrá quitarte es la sabiduría» (decían mi madre y mi padre siempre), y «yo hice esta Revolución para que tú pudieras pensar y decir con libertad lo que desees, incluso aunque estés equivocado» (me dijo mi padre a mis 14 años cuando una maestra quiso que yo repudiara y me apartara de una de mis primeras novias, Sarai, hija de Testigos de Jehová, obligándome a decir que era una mala niña, una malagradecida contrarrevolucionaria y, como me negué, llamaron a mi padre a la dirección de la escuela, y allí, delante de la directora, él defendió mi derecho a no decir algo en lo que yo no creía, incluso aunque él, como «revolucionario» considerara que mi novia Sarai y sus padres merecían el repudio de la sociedad por creer en dioses y no en la Revolución).

 

¿Por qué elegiste la carrera de periodismo?

Es una decisión que debo al consejo de mi mentor literario de esos primeros años: Eduardo Heras León. Yo, ciertamente, me inclinaba más a las ciencias: me encantaba la química, la física e incluso fui campeón en unas “Olimpiadas de Matemáticas” que se realizaban en aquellos años, a nivel provincial y nacional. Estudiando en la Vocacional Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, estuve en un Círculo de Interés de Petroquímica y allí nació mi deseo de convertirme en Ingeniero Petroquímico o Ingeniero Física Termonuclear, para lo cual debería ir a estudiar a la antigua URSS. Pero llegado el momento de llenar las boletas, Heras León me dijo: «piensa, Amir, si quieres pasarte la vida entera entre aburridos números y fórmulas, o creando tus mundos como escritor». Decía que la carrera más útil para un escritor era la de periodista, y me habló mucho de uno de sus ídolos, Ernest Hemingway, y de cómo el periodismo se convirtió en la columna vertebral de la literatura hemingwayana. Eso terminó de convencerme. Pero aún así no era mi primera opción, al menos por preferencia, de modo que en la planilla que entregué estaba Derecho, Psicología y Periodismo, como tercera y última opción. Pero entonces hacían una entrevista a los aspirantes a periodistas y durante esa entrevista, que aprobé fácilmente porque mi vicio de leer era tan descomunal que me leía hasta los prospectos de las medicinas que mis abuelos tomaban, descubrí que aquella, la de periodista, era la profesión que yo quería ejercer. Gracias a los excelentes resultados de esa entrevista fui uno de los pocos seleccionados por la provincia de Santiago para estudiar la Licenciatura en Periodismo.

 

¿Cómo fue la experiencia de estudiar y graduarse de una carrera tan compleja en un medio hostil para la libertad de expresión?

Fue un tiempo hermoso, sin dudas, inicialmente de mucha camaradería y muchas ilusiones. Todavía, a pesar incluso de diferencias ideológicas, conservo amigos periodistas que hice entonces. Tuve la suerte de comenzar mi carrera en Santiago de Cuba y, cuando ya iba a pasar al tercer año, me mudé para la capital, así que terminé mi carrera en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana. Eso me permitió vivir en los dos únicos entornos formadores de periodistas en el país en esos tiempos, y por ello conocí a casi todos los que después serían los periodistas que trabajarían como propagandistas de la Revolución en toda la isla. Aquí debo hacer una pequeña pero necesaria digression: Muchas veces se pierde la perspectiva de algo muy importante en la realidad social cubana: aunque uno vive en un país de represión, hay mucha gente que dice que no la vio, que no supo nada de eso, y eso suele ser cierto. Todo depende del entorno en el que se viva. Te pongo mi caso: En Santiago de Cuba, además de vivir en una familia de clase media (maestros mis padres, médicos mis tíos) yo me movía en un entorno de gente que creía y luchaba por la Revolución. Era un entorno en el que cuando se conocía de un error, una injusticia, lo usual era escuchar aquella ingenuidad de «esto pasa porque Fidel no lo sabe». La primera vez que escuché hablar en otro tono, en un tono crítico, desilusionado, fue en casa de uno de mis mejores amigos, el escritor José Mariano Torralbas, hoy residente en Miami. Su entorno era distinto y pese a haber sido profesor en uno de los centros educacionales más importantes de Santiago, él había sufrido en carne propia las consecuencias como profesor de todo el andamiaje de mentiras y fraudes sobre el que se asentaba el sistema educacional. A él debo uno de mis primeros encontronazos con esa otra realidad, que existía, sí, pero estaba bastante lejos de mis predios cotidianos.

Ya en La Habana, aunque con los ojos un poco más abiertos, seguí viviendo en un entorno familiar comunista (diplomáticos de alto nivel, parlamentarios también de alto nivel del Poder Popular, etc), pero la censura, la atmosfera de chivatería que existía en los predios universitarios, la competencia desleal se me hizo palpable pocos meses después de mi arribo a La Habana: como puede leerse en libros y artículos de periodistas como el cubano Wilfredo Cancio o el español José Manuel Martín Medem, por sólo citar a los dos que más han insistido en el tema, fui uno de los protagonistas de la famosa reunión en la que, los por entonces estudiantes de periodismo, acorralamos a Fidel Castro en 1987. Esa reunión es, hasta la fecha, el parteaguas del periodismo oficialista cubano, pues marcó un antes y un después en la historia del periodismo «revolucionario». Antes de eso, Fidel creyó que conservaba su monopolio propagandístico a salvo de cualquier rebelión y por ello le dio de lado a ese tema y lo pasó a las garras de testaferros fieles como el siniestro Carlos Aldana, que no era otra cosa que un mediocre con todo el poder a su alcance. Pero después de nuestra reunión, Fidel supo que tenía que controlar personalmente esa área, para evitar nuevas rebeliones que pudieran triunfar (nuestra rebelión, aquella de 1987, fue un fracaso en muchos sentidos, pero era una rebelión precisamente de quienes él consideraba «el ejército ideológico de la Revolución»), y su estrategia a partir de ese momento fue fiscalizar todo, concentrar aún más el control político sobre los periodistas, establecer un sistema de vigilancia aún más cerrado del que ya existía y, más que nada, dividirnos, fomentar aún más el miedo entre nosotros. Muchos fuimos castigados, marginados, enviados a cumplir el servicio social a sitios inhóspitos donde debíamos «enmendarnos». Siempre me pregunté qué había pasado que, habiendo conseguido notas excelentes y pudiendo hacer mi servicio social allí mismo en La Habana, en la importante agencia Prensa Latina, como especialista en Medio Oriente (pues mi tesis, muy elogiada, había sido sobre el conflicto israelo-palestino), no prosperó ninguna de las muchas solicitudes de mis mentores en Prensa Latina y, finalmente, me destinaron a Cienfuegos, a la emisora Radio Ciudad del Mar. Fue un castigo, y así lo sentí inicialmente, pero compartir allí con seres humanos especiales que se esforzaban en verdad por hacer buen periodismo: Antonio Colarte, Marta Hernández Casas, Digno Rodríguez, Roxana Aedo, Valesy Poutou, Ana Estela Martínez, o buen radio: Odalys López, Fabio Bosch, Alfonso Cadalzo, Doris Era; conocer allí a la que sería mi esposa durante 7 años, y enfrentarme una vez más a la cara oculta de las mentiras del periodismo oficialista, fue un verdadero aprendizaje que mucho agradezco.

En resumen, que como les ha pasado a muchos, comencé a estudiar el periodismo con una inocencia y una ilusión que se fue cayendo por su propio peso con el paso del tiempo. Ese brusco descubrimiento, que sucede en todos los casos sin distinción, es lo que yo he llamado en otras entrevistas «el punto de giro del periodismo en Cuba»: el momento en que el joven aspirante a periodista se ve cara a cara con la verdad y la mentira en el modo de hacer periodismo en Cuba y tiene que elegir por cuál sendero seguirá caminando: el de la simulación o el de la rebeldía. Es una decisión difícil, lo sabemos, en muchos casos terrible.   

 

¿Ejerciste como periodista en medios oficiales? ¿Cuál fue tu mayor desafío?

Decir la verdad siempre ha sido el desafío para un periodista en Cuba. Porque Fidel Castro, desde que descubrió que cuando la prensa se concentra en una sola mano deja de ser prensa y pasa a ser propaganda, puso límites muy claros a la verdad. No por gusto sus primeras acciones concretas de control social fueron la eliminación de la libertad de prensa hasta monopolizarla a mitad de la década del 60. Y ese fue durante muchas décadas uno de sus mayores logros: la verdad perdió su natural esencia (esa que nace del latin «veritas», que es en simples términos la concordancia entre lo que se dice/piensa/cree con lo que «es») y la transformó en la concordancia entre lo que se dice/piensa/cree con lo que «el poder quiere que sea»).

Tuve el privilegio de trabajar en Cienfuegos cubriendo periodísticamente las que se consideraban las «Obras de Choque del Milenio»: la construcción de la Refinería de Petróleo y la Central Termonuclear de Juraguá. En ambos casos, en mi trabajo como periodista, tuve evidencias de que, aunque el gobierno las anunciaba como de próxima terminación, aquellas obras no se terminarían en el plazo puesto personalmente por Fidel Castro, más que nada, por la gran cantidad de irregularidades en el proceso constructivo, por la falta de abastecimiento de los materiales de calidad necesarios y por la larga saga de impagos y desacuerdos entre las partes cubanas y extranjeras implicadas. Con muchas de aquellas evidencias le pregunté al Director de la emisora cómo pretendían que yo mintiera diciendo algo que, según los hechos, no sería posible. Me llevaron entonces ante el Primer Secretario del Partido en Cienfuegos, que era un hombre a quien respetaba yo por su honestidad y humildad, Nelson Torres, y con la más pasmosa tranquilidad me dijo: «el 26 de julio esas chimeneas tienen que estar echando humo, porque el Comandante lo ha dicho, y van a echar humo, te lo aseguro». Eso fue en 1989. Las chimeneas de la refinería echaron humo, sí, pero en 2007. La Central Electronuclear, que lo único que aportó fue la construcción de la famosa Ciudad Nuclear, todavía hoy es un esqueleto en medio de una ciudad cada vez más fantasmal y desierta. Estoy escribiendo un libro donde cuento muchas de esas anécdotas, pero puedo asegurar (y con pruebas, que las conservo) que lo mejor que pudo pasarnos a los cubanos fue que la Central Termonuclear muriera del modo abrupto en que murió, aún cuando ello haya significado la muerte casi real de miles de familias que se favorecieron durante un tiempo con esa «obra de choque”. Desde ese momento, 1989, ingresé en un listado de «periodistas no confiables», como me contó años después el fallecido Julio García Luis, quien fuera presidenta de la oficialista Unión de Periodista de Cuba, a quien debo, mediante varias maniobras secretas a mi favor, que algunas de las trampas que prepararon los censores en mi contra no llegaran a buen puerto. 

 

¿Cuándo comienzas a hacer literatura y qué obras escribiste aun viviendo en la Isla?

Ese es un chiste que suelo hacer a quienes me visitan en mi casa de Berlín. Los llevo al estante donde están todos mis libros, en todas sus versiones y traducciones, y les muestro los apenas diez centímetros ocupados por los libros que publiqué en Cuba desde 1988 (cuando salió el que considero mi primer librillo: Tiempo en cueros) hasta el 2004; es decir; 11 libros en 16 años, por suerte, publicados en las más importantes editoriales cubanas, casi todos como resultado de premios nacionales que obtuve. Luego les enseño los dos estantes de los libros que he publicado, en las más importantes editoriales de lengua española, alemana, francesa, italiana e inglesa, entre otras ediciones: 25 títulos en 13 años. Algunos de estos libros los escribí viviendo aún en mi querida Centro Habana, pero son libros que la censura jamás permitiría publicar en ninguna editorial allá. Aparte de lo horrendas que son las portadas de los libros que publiqué en Cuba y los atractivos diseños de portada de los que he publicado desde que vivo fuera de la isla, lo que más les llama la atención a estos visitantes es lo prolífico que he sido en mi destierro.

Como te dije antes, yo empecé a escribir muy temprano, a los siete u ocho años. Y todo comenzó después de leer Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, porque encontré muchas similitudes entre el mundo de Tom y mi propio universo infantil: vivíamos en un pueblo de campo de casas de madera y cercas de madera; cerca pasaba un río (aunque en su caso fuera el enorme Misisipi y en mi caso un riachuelo sin nombre que sólo era caudaloso con las crecidas de los tiempos de lluvia); el amor de Tom era la pecosa Becky y mi noviecita de esos años se llamaba Betty, e incluso el malo al que Tom temía, el indio Joe, se parecía mucho al malo de mi pueblo, el Loco José, vestido siempre con ropas negras y rotas, como un espantapájaros, que alguna que otra vez al mes llegaba desde el caserío cercano de Mir, se metía a dormir en las cañadas de una laguna en las afueras del pueblo para cazar pineas salvajes, una especie de gallinas enanas que acudían a la laguna a poner sus huevos y a las que, según las historias que nos contaban los mayores para evitar que fuéramos a bañarnos a la peligrosa laguna, devoraba crudas.

De la impresión causada en mí por Las aventuras de Tom Sawyer salió mi primera «novela»: unas siete hojas de libreta escolar, escritas con mi horrenda y enorme letrona, que contaba la historia cursi de un muchacho de campo que se va a la guerra, hace muchas heroicidades y regresa convertido en un héroe para casarse con su amada Betty. Cuando leí aquellas páginas años después, quise romperlas, ¡¡¡era horroroso todo, una vergüenza que alguien leyera aquello!!!!, pero mi madre me las arrebató y las guardó lejos de mi alcance, orgullosa. Ahora que ella ha muerto, deben estar allá en mi casa en Cuba, en un sitio que sólo ella sabía.

 

Fuiste un escritor muy laureado, entre los premios que se te otorgaron en la Isla estuvo el Premio UNEAC de Testimonio 1988, ¿con cuál obra lo ganaste?

Fue mi primer bestseller. En el nombre de Dios, un libro de testimonio. Entrevistas que yo había hecho a mis compañeros de carrera de periodismo en Santiago de Cuba. Palestinos cuyas vidas estaban marcadas por las conocidas masacres de Sabra y Shatila. Era, obviamente, un libro correcto, desde la perspectiva del gobierno, pues respondía a los intereses que defendía la Revolución: defender a los palestinos y condenar a Israel. Y es una obra que me dio la alegría de miles de lectores en todo el país, además de un premio como el UNEAC, el más importante del país en esa época, a mis 21 años. Pero después, cuando comencé a estudiar a fondo el problema entre palestinos e israelíes, cuando tuve acceso a la historia de ese conflicto en ambos lados, me di cuenta de que era un libro muy parcial, donde sólo se mostraba una parte de la verdad y, lamentablemente, es un problema histórico en el que ambas partes tienen culpas que esconder, y ambas partes tienen verdades que mostrar. Ambos han sido víctimas y victimarios. No hay ahí nada en blanco y negro.

 

¿Te sentías un intelectual exitoso entonces?

Como he dicho en muchas entrevistas y en el documental “Amir Valle: Vida y Coherencia”, que el director Ricardo Bacallao hizo sobre mi vida y obra, llegar al éxito tan temprano, ser considerado una de las principales voces de la narrativa joven en esa época, ganar a edad muy temprana premios que casi siempre ganaban autores consagrados, y lograr una visualidad a nivel nacional en todo el mundo de la cultura, me hizo creer un elegido. Y de ahí, sin mucha transición, llegué a ser un verdadero monstruo de autosuficiencia. Eso me trajo muchos problemas, muchas incomprensiones, muchos enemigos, y sólo a base de golpes que ese modo de ir por la vida me fue dando me hizo entender que perdía mucho siendo así. Conocer a Jesucristo, finalmente, me liberó de esa carga, pero es todavía hoy una de mis mayores peticiones al Señor: humildad en medio de todos esos logros que Él me ha regalado internacionalmente desde que lo acepté como MI redentor.

 

Tus libros: Jineteras y Habana Babilonia, son el resultado de una profunda y muy valiente labor periodística que llevaste a cabo en el mundo de la prostitución, negado por la propaganda del régimen Cubano. ¿Cómo pudiste acopiar todos esos testimonios?

Antes de responder tu pregunta, para evitar confusiones, debo aclarar que se trata del mismo libro en dos versiones distintas: el primer original de ese libro, resultado de 5 años de investigación, se llamó Judas nuestro que estás en los cielos o Prostitutas en Cuba, y con ese título fue que lo presenté al Premio Casa de las Américas en 1997. Luego, en ese maremagnum secreto de lecturas clandestinas que vivió ese libro en la isla, alguien le cambió el título y le puso Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba y, como me gusto, decidí dejárselo oficialmente. Jineteras es el nombre que la reconocida editorial Planeta le puso a la segunda escritura o versión, algo más profunda, que incluye materiales de un par de años más de investigación. Era un nombre más comercial y mi agencia literaria estuvo de acuerdo, pero después, en todas las versiones y traducciones, hemos utilizado el nombre de Habana Babilonia. Prostitución en Cuba.

Sería muy largo responder a la pregunta de cómo pude recopilar tanta información. Realmente fue mucha, más de la que pensé inicialmente. Pero, resumiendo bastante, podría decirte que confluyeron muchos factores: yo trabajaba en una publicitaria de turismo, en Cubanacán S.A, y allí tuve mi primer contacto con la primeras “jineteras”. Pero también vivía en un barrio, Cayo Hueso, en Centro Habana, donde la figura de la “luchadora”, que luego derivaría en “jinetera”, era cosa del día a día. Muchas de ellas eran mis vecinas, e incluso algunas eran mis amigas y hasta con una de ellas, años atrás, había tenido una tumultuosa relación. Además, tuve la suerte de que uno de los “alcaldes de la marginalidad” en Centro Habana, un personaje muy controvertido pero humanísimo que era uno de los grandes mandamases de los bajos mundos habaneros, era el abuelo de una de mis compañeras de aula en la escuela, y como al hombre le apasionaba la historia, como a mí, tuvimos conversaciones largas y muy interesantes sobre su mirada y su experiencia de vida en esos barrios, que él conocía a profundidad desde que siendo muy joven comenzó a trabajar como guardaespaldas para el mafioso norteamericano Meyer Lansky… Finalmente, otra gran coincidencia: una de las más renombradas jineteras de La Habana resultó ser una gran amiga de mi adolescencia, pues fue la novia, el amor de la vida, de mi mejor amigo en esos tiempos, fallecido a muy corta edad. Todo eso hizo que se abrieran ante mí muchas puertas que para otros investigadores permanecían cerradas. Pero, he insistido mucho en este detalle, otros autores han estado apenas unos meses, o tal vez un año, intentando estudiar el fenómeno, y yo, además de estar dentro de fenómeno, pues incluso viví alquilado con mi segunda esposa un tiempo en casa de una jinetera, pasé primero cinco años investigando, y luego, una vez terminada la primera escritura, casi tres años más buscando en nuevas fuentes y actualizando todo, porque es un mundo que cambia bastante, buscando adaptarse a las nuevas circunstancias.  

 

¿Escribir esos libros se convirtió en tu cruz?

Obviamente, como sucede siempre en cualquier dictadura. He dicho muchas veces que en Cuba tú puedes escribir de cualquier cosa, pero siempre y cuando no vaya contra lo que el discurso oficial quiere hacer publico ante el país y a nivel internacional. Los comisarios culturales, que no merecen ni ser nombrados pero han sido casi los mismos en las últimas cuatro décadas, se han encargado de hacerles saber a los escritores y artistas cubanos hasta dónde pueden llegar en sus incursiones creativas si el tema es la realidad cubana. 

Habana Babilonia, por ejemplo, se escribió y circuló clandestinamente en un año en que la administración norteamericana y algunas naciones europeas criticaban el ascenso de la prostitución en Cuba y ello, naturalmente, provocó una reacción muy airada de Fidel Castro, entre otras, aquellas palabras suyas de que “nuestras jineteras son las más cultas y saludables del mundo”, disparate pronunciado en uno de sus discursos televisivos que, por ser una pifia tan escandalosa, en cuestión de horas fue eliminado de la versión que el periódico Granma había publicado originalmente. El propio Julio García Luis, a quien ya mencioné antes, y el también periodista oficialista Guillermo Cabrera Álvarez, dos personas con quienes mantuve amistad por sus mentes bastante abiertas pese a los cargos que desempeñaron, uno mientras fue presidente de la UPEC y el otro mientras dirigía el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, me contaron dos anécdotas muy curiosas sobre la reacción de Fidel Castro ante mi libro. Las he relatado ampliamente en otras entrevistas, así que no voy a repetirlas aquí. Y las reacciones del “Maximo Líder”, en reuniones privadas, y en una declaración pública en la television, desataron sobre mí una verdadera vorágine de represalias, ataques, marginaciones y traiciones dolorosas que, aferrándome a la ayuda de Dios, he decidido olvidar y perdonar, pues muchos de quienes me atacaban, marginaban, traicionaban y preparaban toda aquella estrategia de denigración habían sido hasta poco antes amigos o colegas muy cercanos.

Pero, si no bastara, de la investigación que hice para Habana Babilonia salieron otros casos reales, criminales en su mayoría, que no me entraban en el tema del libro y por ello decidí novelarlos en mi serie de novelas policiacas “El descenso a los infiernos”, sobre la existencia de droga, pandillerismo, prostitución, mercado negro y otras acciones criminales en los barrios de Centro Habana y Habana Vieja. Y de esa serie, cuando estalló el escándalo de Habana Babilonia, yo había publicado dos novelas que tuvieron gran resonancia y habían ganado incluso premios importantes de la crítica en Europa.   

Esos triunfos: que miles y miles de cubanos circularan y leyeran clandestinamente copias de Habana Babilonia, pese a los esfuerzos oficiales por silenciar el libro, y que triunfaran en Europa mis novelas negras con esos temas de la marginalización de la sociedad cubana que el oficialismo quería ocultar al mundo, era algo que los comisarios culturales no podían permitir y maniobraron con todas sus jugadas sucias para hacerme cargar con una muy pesada cruz: la del escritor apestado al que todos deberían condenar o, al menos, evitar. Lo logrron, pues mis cinco últimos años en la isla fueron un verdadero infierno, para mí y para mi familia.   

 

¿Por eso te fuiste de Cuba? Háblame de eso.

Yo no me fui de Cuba. Lo he dicho muchas veces. Literalmente “me fueron”. Por eso siempre digo que no soy un exiliado, soy un desterrado. Otra vez apelando a un cerrado resumen podría decirte que las autoridades cubanas aprovecharon uno de mis viajes a Europa en 2005, en esa ocasión para una gira de presentación en España de mi novela Santuario de sombras, y me impidieron entrar a mi país cuando llegó el momento de regresar al final de esa gira. He contado que cierto comisario cultural, muy conocido por ser un lamebotas y por su negra melena, dijo en una reunión: “Amir es una papa podrida y ya sabemos lo que debe hacerse con esas papas para evitar que contamine al resto de las papas”. Llegado este momento prefiero citar extensamente mi respuesta a una entrevista que concedí a mi admirada colega María Elena Cruz Varela. A ella le expliqué: “Ese lector hipotético se preguntaría: ¿y por qué esa jugada sucia, en vez de lanzarlo tras las rejas como han hecho con otros escritores, artistas e intelectuales críticos? Y llegado este punto me toca ser pedante y hablar de cosas que creo son necesarias para entender esta situación: llegué a gozar de un protagonismo en el universo cultural cubano y europeo que me daba una visibilidad nacional e internacional que, en cierto modo, me blindaba, así que reprimirme tan burdamente sería un error. También, ya algunas prácticas gubernamentales comenzaban a relajarse y la represión, después de la repulsa internacional que recibió la dictadura por los encarcelamientos durante la Primavera Negra de 2003, les hizo replantearse algunas estrategias de control de la intelectualidad que distaban mucho de la torpeza y la prepotencia de los horrores que, en los noventas, por ejemplo, te hicieron a ti, o a Manuel Vázquez Portal, o a Raúl Rivero, como le habían hecho a tantos otros, años antes. Pese a que en esos años los comisarios decían públicamente que las únicas “papas podridas” que seguían moviéndose en los escenarios oficiales de la cultura eran Antonio José Ponte, José Prats Sariol, Rafael Almanza y yo, realmente nosotros la tuvimos más fácil, pues alguien en las alturas había logrado convencer al Líder Supremo de que había que apelar a la sutileza para reprimir, ya que se corría el riesgo de seguir perdiendo el apoyo de la intelectualidad internacional de izquierda, que llegó a horrorizarse con los ensañamientos oficiales contra ustedes en la “Carta de los Diez” primero y, después, con la razzia contra la prensa independiente en 2003. Yo no era en lo absoluto un opositor, pero sí lo eran mis ideas, y siempre dejé claro que no pertenecía a ningún partido ni grupo opositor y eso les impedía encasillarme como “mercenario del imperio”, “miembro de grupúsculos” y esas etiquetas que siempre utilizan”.

“Tanto fue así, que cuando el antes mencionado melenudo Comisario Cultural dio una reunión nacional donde prohibía oficialmente mi nombre (y el de otros colegas) en el escenario de la cultura (no podía publicársenos, invitársenos a eventos, mencionársenos en estudios y publicaciones, etc.) la excusa que dio fue: “Amir trabaja para esa señora (hacía referencia a Patricia Gutiérrez Menoyo y el proyecto Colección Cultura Cubana) y de esa señora no sabemos sus intenciones”. Por otro lado, gran parte de mi generación, básicamente los narradores, me consideraban una especie de líder generacional; gracias a los talleres de escritura que gratis y fuera de las instituciones impartí durante años en La Habana y en otras partes de la isla, la mayoría de los escritores de las nuevas generaciones eran mis alumnos y me profesaban un respeto incluso reverencial; otros muchos escritores jóvenes estaban agradecidos a mi labor promocional, pues los había publicado por primera vez en revistas extranjeras con las que yo colaboraba o en antologías que preparé; el impacto social que tuvo la circulación clandestina de mi libro sobre la prostitución en Cuba, Habana Babilonia, me había convertido en un nombre muy conocido más allá del escenario cultural y, aunque sólo logré publicar en Cuba una novela porque ganó un premio de literatura erótica y no publicarlo sería una evidencia muy abierta de censura, mi serie de novelas negras sobre casos criminales en La Habana me había abierto las puertas de Europa y varias de ellas habían ganado premios importantes, además del favor de la crítica española y alemana. Era menos torpe lanzarme al destierro que reprimirme, pues también curiosamente muchos de mis promotores en Europa y América Latina eran importantes intelectuales de izquierda, amigos de la Revolución Cubana, que conocían mis ideas pero siempre me respetaron y defendieron porque me consideraban una voz independiente que podía ser muy crítica hacia la realidad nacional de mi país, pero que no se había vinculado a lo que ellos llamaban el gran enemigo de Cuba: Estados Unidos”.

“Una vez que impidieron mi regreso a Cuba, mi editor alemán me consiguió una beca de seis meses en la Fundación Heinrich Böll y esa estancia en el sur de Alemania fue como un bálsamo simbólico: estuve viviendo seis meses en la que fue la casa de campo de ese premio Nobel alemán, a quien había leído casi completamente en Cuba, y allí dormí en la misma dacha donde vivió y escribió Alexander Solzhenitzin, otro premio Nobel a quien también, pero en este caso a escondidas, había logrado leer en la isla. Todo ese tiempo, y durante casi un año, estuve reclamando regresar a mi país, y la prensa internacional dio una gran cobertura a mi caso, pero jamás las autoridades cubanas dieron respuestas. Después, al ver que la dictadura me había desterrado lanzándome a la ilegalidad en Europa, el PEN Club Internacional, en su capítulo alemán, me acogió en una beca por tres años en el programa “Writers in Exile”. Hasta hoy sigo en una lista negra de cubanos que no pueden entrar a Cuba”.

 

Habana Babilonia está considerado “el mayor Best Seller” clandestino de las letras cubanas, me puedes dar el dato de las ventas y los premios que has ganado con él.

Primero, lo no tan contable: la lectura clandestina de miles y miles de cubanos en la isla. De esas lecturas hubo más de siete mil personas que me escribieron agradeciendo y de esos mensajes conservo unos 6 mil, como una verdadera joya en mi carrera literaria, el mejor regalo, el de los lectores de mi país. Todavía hoy, siempre que presento el libro en cualquier parte del mundo, se me acercan cubanos a contarme las curiosas circunstancias en que leyeron ese libro. Segundo: la edición publicada como Jineteras estuvo cerca de un año en las listas de libros más vendidos en América Latina y en la lengua española. Eso, en terminos prácticos, pude vivirlo, pues logré mantener a mi familia un par de años con los ingresos que obtuve de los royalties de las ventas de ese libro. Tercero, y muy importante, el libro, en 2007, se alzó con el Premio Internacional Rodolfo Walsh que se otorga cada año al mejor libro de no ficción publicado en todo el mundo en lengua española. Hasta la fecha tiene ya seis ediciones en español, dos en alemán, dos en francés, una en ingles, y se negocian ediciones en ruso, hebreo, japonés y coreano. Es decir, el libro sigue vivo y me sigue obligando a actualizarlo, de tiempo en tiempo.

 

¿Y cuándo conoces a Jesucristo?

Fui el tercero de mi generación, de mi grupo cercano de amigos escritores, casi hermanos, en entregar mi vida a Jesucristo. Y eso es algo que me complace: ya somos muchos, narradores, poetas, teatristas, que se han ido sumando a este selecto Club de la Gracia. El primero fue nuestro inolvidable Guillermo Vidal, luego Alberto Garrido, y después, gracias a Guillermo, yo. Hace unos días, el escritor Rafael Vilches, otro que gracias a nosotros llegó a Cristo, escribió desde Las Tunas: “Cada vez que me siento solo pienso en la Triada: Guille, Garrido y tú, esa especie de Mosqueteros, y entonces sé que estoy acompañado en esta aldea áspera”. Aunque a partir de ese momento he mirado mi vida y descubierto que siempre Dios estuvo allí, incluso cuando yo andaba por el mundo sin SU inmensa misericordia y amor, y que era Él quien me hacía triunfar en todos mis sueños y empeños, caí a sus pies hace ya más de veinte años, y los detalles de ese momento los he contado en mi libro El rostro verdadero de Dios, que puede comprarse fácilmente en Amazon.

 

¿Conocer a Jesús ha incidido en tu forma de concebir el acto de creación literaria?

Sí, en tener mayor respeto por el mensaje que trasmito; en darle un papel mayor a la literatura y a su efecto en la conciencia social; en saber que este sacerdocio que es escribir es un don de Dios que debe ser usado al modo de un verdadero sacerdote: escribiendo, sin esperar nada a cambio, con el único aliciente de que lo que escribas ponga a alguien cara a cara con su propia miseria, le haga rectificar y salve el alma. Y si antes yo creía que era un genio iluminado, ahora sé que todo lo que escribo forma parte de un plan de Dios para mi vida con el que debo ser fiel y coherente para no traicionar la Gracia que Él ha depositado en mí, pese a mis imperfecciones y limitaciones como ser humano.

 

¿Seguiste escribiendo sobre temas tan humanos como los que tratas en Habana Babilonia y Jineteras? ¿Qué sientes ahora por estas personas hundidas en la desgracia de la prostitución?

Como respondí antes, he seguido escribiendo, y aún con más insistencia y hasta saña, sobre esos temas, con la única diferencia de que ya no es solo de Cuba, sino también de otras partes: la miseria humana en cualquier parte que exista. Hacia esas personas, hundidas en fenómenos tan complejos como la prostitución, desde el inicio, incluso cuando aún no conocía a Dios, sentía una gran compasión que me ayudó mucho a comprender lo que vivían, a intentarme poner en su piel. He dicho también que el gran error de quienes se acercan a la marginalidad para investigar es que van cuestionándose ese modo de vida, en plan de jueces severos, de almas puras que se enfrentan a seres perdidos… Y eso les cierra todas las puertas. Yo siempre llegué a esos mundos, a esos escenarios, a esa gente, con la mentalidad del que entiende su dilema existencial, del que es uno de ellos aunque quizás haya tenido mejor suerte. Y allí encontré de todo: desde gente limpia condenada a vagar en esas suciedades, pasando por ingenuos sin ninguna maldad que caían en esas redes, por oportunistas desalmados que se aprovechaban de la situación para sobrevivir, hasta verdaderos monstruos humanos. Dios enseña que no juzguemos a nadie, para no ser juzgados, porque con la misma vara que midamos a sus hijos, incluso a los perdidos, vamos a ser medidos por ÉL. Por ello prefiero ser compasivo, tener la mente abierta ante esos conflictos humanos que a veces no podemos entender, y ponerlos a los pies de nuestro Señor. Que sea Él quien juzgue a cada quien. 

 

Y la literatura de ficción, ¿en qué te inspiras?

Soy un escritor realista, así que la ficción es simplemente resultado de mi observación de la vida; una vida que observo en sus más pequeños detalles: los conflictos cotidianos, los traumas humanos más dolorososo, las miserias de nuestra especie, y luego de analizarlos con la objetividad del periodismo, buscando todas sus aristas, entonces las convierto en literatura, creando mis propios mundos novelados, intentando concederles una vida propia que no sea un simple calco de lo que sucede en la realidad.

 

¿Por qué le atribuyes a Jesucristo el hecho de que hayas llegado a ser uno de los escritores cubanos con mayor número de ventas?

Cuando conocí a Dios, curiosamente, fue todo tan hermoso para mí, tan estremecedor, que estaba dispuesto a dejar de escribir, precisamente porque consideraba que mis temas eran demasiado sucios para alguien que decidía seguir el camino de pureza de Jesucristo. Y eso le dije: “Señor, si no quieres que siga escribiendo estas cosas, pongo mi literatura a tus pies y que se haga TU voluntad, no la mía”. Fue la primera vez que escuché la voz de Dios, y esto, lo sabemos, sonara a locura a alguien que no conoce cómo opera Dios en la vida de sus hijos, pero Dios me dijo, rotundo: “No, quiero que pongas a la gente cara a cara con su miseria; que hurgues más en esa podredumbre en que están hundidos. Si lo haces así, te pondré en sitios que no te imagines”. Eso he hecho desde entonces y Dios ha cumplido su promesa: Si antes era solo conocido por el medio cultural en Cuba y por algunos miles de lectores cubanos, hoy disfruto de un reconocimiento internacional que ni yo mismo muchas veces creo posible, mis libros se estudian en las universidades más importantes del mundo, hay dos de mis obras consideradas clásicos de la literatura latinoamericana y en lengua española, la mayoría de los libros que he publicado han ganado prestigiosos premios internacionales, y tengo cientos de miles de lectores, en todas las lenguas, para mis libros. Un ser tan miserable que no merece ni ser nombrado (y al catalogarlo así no estoy juzgando a nadie, simplemente me limito a los hechos que todos pueden ver), cuando me hicieron la jugarreta de lanzarme al destierro, dijo: “Amir ahora sabrá lo que es la muerte literaria. Le va a pasar como a todos los escritores que se han ido al exilio: morirá como escritor”. Pero esa persona no calculó nunca algo que he dicho y repito aquí: yo no he tenido que luchar ninguna de esas batallas a las que algunos me han querido lanzar: Dios ha luchado y vencido por mí todas esas batallas. Creo que los hechos lo demuestran.

 

Eres un escritor exitoso, pero eres un exiliado. ¿Cuáles son tus batallas actuales?

Hay un error de concepto que creo los cubanos debemos aprender. La propaganda del castrismo hace creer a los artistas y escritores cubanos en la isla que hay que vivir allá para “no perder sus raíces”, para “ser verdaderamente cubano”. Un escritor lo es, viva donde viva. Y perderá sus raíces solamente si desea (y lucha muy fuertemente contra sí mismo) para arrancarse esas raíces. Uno de los grandes aprendizajes de mi destierro ha sido descubrir que un escritor, si en verdad quiere serlo, no puede limitarse a beber la savia enriquecedera de la cultura de su país, no puede anclarse en las circunstancias cerradas de su país. Hacerlo es la fuente de casi todo ese provincianismo y ombliguismo que marca y casi aniquila gran parte de la literatura cubana. Y esto, que conste, no sucede solo en la isla, también en la literatura cubana escrita en la diaspora hay muchos casos de obras con esas limitantes. Y es que no se puede perder de vista algo esencial: Hay un territorio muy importante por conquistar: el de la lengua (la española o castellana en nuestro caso), y el de la cultura occidental, a la que pertenecemos. Y ese es mi verdadero reto: sin dejar de ser cubano, ganarme un espacio en esa otra dimension, más amplia, plural, difícil de conquistar, pero no imposible, como lo hicieron en su momento, para solo citar algunos nombres figuras como Martí, Heredia, Carpentier, Lezama, Gastón Baquero, Cabrera Infante, Piñera, Sarduy, Arenas, Eliseo Diego o Dulce María Loynaz.

 

Tienes tantos libros escritos que cualquiera pensaría que vives para escribir, pero tienes esposa e hijos, y tendrás amigos y una cotidianidad fuera del empleo de escritor. ¿Cómo te las ingenias?

Soy un hombre muy metódico. Escribo, juego con mis hijos, salgo con mi esposa, me tomo mis descansos, viajo, disfruto… Pero desde que me recuerdo como escritor, no hay un solo día de mi vida en que no haya escrito. Guillermo Vidal, en broma, asombrado de la capacidad de trabajo que tengo, que es algo que ni siquiera mediante grandes cuotas de humildad me atrevería a negar, decía que “Amir Valle es una cooperativa de enanitos gordos y trabajadores: uno escribe cuentos, otro escribe novelas, otro prepara antologías, otro investiga para sus ensayos, otro revisa los textos de sus amigos, otro prepara el nuevo número de una revista, otro asesora a las editoriales sobre nuevos autores, otro imparte talleres de escritura…”. Y a veces me he creído eso, porque al final del día incluso yo mismo me he asombrado de lo que he hecho. Pero la clave está en respetar el tiempo, en planificarse, en concederle la misma importancia a escribir que a vivir. La vida es un abrir y cerrar de ojos que Dios nos concede en esta tierra para que algún día disfrutemos mejor la eternidad. Y aunque no les guste a algunos, en nuestro mundillo intelectual y cultural hay mucha gente que escribe un par de poemas, o un librito, tiene algo de éxito, y luego se pasa meses o años viviendo en poses de gran escritor, gastándose en el faranduleo. Si son felices así, bienvenido sea, pero no es mi manera de hacer las cosas. Yo, además, disfruto mucho escribiendo y, según mi esposa, me convierto en un ser insoportable cuando alguna circunstancia me impide cumplir con mi plan diario de escribir. Recuerdo en este sentido el consejo que le dio Guillermo Vidal delante de mí a un escritor que nos aseguraba que no tenía tiempo para escribir. Guillermo le dijo: “una página suele tener tiene cinco párrafos medianos; si escribes un solo párrafo cada día (y eso te tomará a lo sumo unos cinco o diez minutos), al cabo de un año tendrás 356 párrafos y eso serían 73 páginas, es decir, casi una novela corta. Y si escribes solo una página por día, además de que puede quedarte muy limpia porque te concentrarás solo en una página cada vez, al final del año tendrás toda una novela”.

 

¿Y Cuba, dónde se encuentra Cuba en el Amir actual, un hombre que ha andado mundo y ha respirado la libertad?

Desde que me desterraron no ha existido ni un solo día en que Cuba no haya estado en mi experiencia como desterrado. Ahora, eso sí, desde una perspectiva más abierta, más lúcida, porque uno no puede olvidar que mientras está en la isla va por la vida como un caballo con las orejeras que la falta de información te impone y desde el exilio, la cantidad de información que existe sobre Cuba, de todas las tendencias e ideologías, de todos los períodos históricos y de todos los temas permite que uno llegue a comprender muchísimo mejor la realidad nacional y sus dilemas.

En cualquier caso, hay una Cuba que va conmigo a todas partes, y es la Cuba de mis recuerdos, de mis amores, de los sitios que habité allá, de mis sueños y esperanzas; una Cuba que permanece intacta a cualquiera de los cambios traumáticos a los que nos ha condenado la dictadura; una Cuba íntima, personal e intransferible que nadie ni ninguna circunstancia nos puede arrebatar. Cada cubano carga con esa Cuba, que es diferente en todos porque depende de la vida de cada cual. Y es una Cuba peligrosa, muy odiada por los dictadores, porque es la Cuba hermosa, humanista, amorosa, maternal, esencial, abierta, plural, inclusiva, a la que alguna vez, cuando alcancemos la libertad, habrá que tomar como punto de referencia para reconstruir nuestra sufrida isla. Por eso siempre digo que esa Cuba futura solo sera posible activando la memoria de todos los cubanos, los que están allá y los que han tenido que salir a la diaspora en estos más de 60 años de desastre social.

                 

¿Qué significan para ti el Festival Vista de Miami y los editores Armando Añel e Idabel Rosales?

Armando e Idabell son unos locos adorables, la editorial Neo Club una fascinante y enriquecedora aventura y el Festival Vista una proeza cultural. Mi corta visita a Miami me permitió constatar algo que ya sabía: existen allí proyectos culturales muy diferenciados en su proyección, pero unificados, al menos en esencia, bajo las alas de nuestra poderosa cultura. Implicarse en esos proyectos, sean editoriales, sean peñas, sean espacios de promoción de las artes y la literatura, es un verdadero reto en las circunstancias en las que se vive en Estados Unidos. Y creo que sería bueno que toda esa diversidad se proyectara de conjunto, que algunos olvidaran sus parcelaciones ideológicas o rencillas y lanzaran un mensaje unificado, no como células aisladas. Eso les haría ganar todavía mucho más prestigio dentro de la comunidad cubana, tal vez las instituciones de cubanos exiliados o gubernamentales se verían obligados a tomarlos en cuenta en sus estrategias, y el impacto de sus propuestas sería aún más contundente contra el monopolio cultural que pretende eternizar la dictadura. Escuché hablar de esas diferencias que dividen a la cultura en Miami y eso realmente me entristeció, porque en todas partes vi un enorme talento que debería ser aprovechado mejor. Otra de las quejas que más escuché es el poco apoyo brindado a la Cultura por agrupaciones políticas y de otra índole que reciben financiamiento estatal norteamericano para luchar contra el castrismo. Desconocer el enorme daño que hace a la dictadura la cultura hecha en la diáspora, su importante papel movilizador de conciencias es un error que no creo deba cometer ningún politico que se respete. Considero que esas son lecciones pendientes para el mejoramiento de la vida cultural en esa impresionante ciudad y, por extension, en Estados Unidos.

 

Cinco cosas para terminar (en breves palabras o respuestas cortas):

¿Eres feliz en Berlin?

Es mi casa, la ciudad que me mimado en los últimos 14 años, el sitio donde mis hijos han logrado cumplir sus sueños. La extraño cuando estoy lejos. Y si no fuera por el gris de sus inviernos, sería una ciudad perfecta.

 

¿De tus obras cuál es tu favorita, la que llevas con más cariño?

Mi primer libro: Tiempo en cueros, tal vez mi obra más imperfecta y limitada, pero al mismo tiempo la prueba más precisa de cuán ingenuo, inocente y soñador fui alguna vez, el niño que siempre sueño ser.

 

¿Qué ambiente necesitas para escribir?

He preferido toda mi vida ese momento en que la madrugada va rindiendo sus sombras a la mañana. Pero como escribo siempre, y en cualquier entorno, he logrado una incredible capacidad para aislarme incluso en sitios tan concurridos y bulliciosos como una estación de metro o de autobus.

 

Como Cristiano, ¿qué mensaje le envías al pueblo de Cuba?

Aunque suene radical y fundamentalista: Que nuestro país llegará a ser el paraíso que todos sueñan solamente cuando, más allá de lo respetables que puedan ser nuestra cultura y folclor, todos pongamos los ojos en ese único Dios, Jesucristo, que, con su infinito amor, lleva mucho tiempo esperando que aceptemos que solo Él es El Camino, La Verdad, La Vida. Vivo convencido de que esa verdad, SU Verdad, es lo único que nos hará libres.

 

¿Le dirías a tus colegas escritores cubanos ‘regulados’ por el régimen castrista, presos  en la Isla cárcel, censurados, algunas palabras especiales?

Que cada vez más la humanidad honesta, esa que no mira nostálgicamente a tiranos que prometieron el paraíso y lo traicionaron, los observa con orgullo y admira su valor y entrega.