Cubaencuentro.com, España, 25 de mayo de 2016
Por Félix Luis Viera
Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor y periodista. Saltó al reconocimiento internacional por el éxito de su libro Jineteras (Planeta, 2006) y de su novela Las palabras y los muertos (Seix Barral, 2007, Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa 2006). Su libro Jineteras, actualmente con ediciones en diversas lenguas, obtuvo el Premio Internacional Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción publicada en lengua española durante 2006.
Igual impacto de crítica en Europa tuvo su serie de novela negra “El descenso a los infiernos”, sobre la vida marginal en Centro Habana, integrada por Las puertas de la noche (2001), Si Cristo te desnuda (2002), Entre el miedo y las sombras (2003), Últimas noticias del infierno(2004), Santuario de sombras (2006) y Largas noches con Flavia (2008, Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona, de España). Sus libros más recientes son la novela Las raíces del odio (El Barco Ebrio, España, 2012), la novela biográfica Hugo Spadafora – Bajo la piel del hombre (Aguilar-Santillana, 2013) y la novela Nunca dejes que te vean llorar (Grijalbo, 2015). Actualmente reside en Berlín, desde donde dirige Otro Lunes – Revista Hispanoamericana de Cultura.
CUBAENCUENTRO conversó con Amir Valle acerca de Las palabras y los muertos —recientemente reeditada por la editorial Almuzara—, así como sobre diferentes aspectos de la realidad cubana de hoy.
Nada descubro si afirmo que para realizar esta novela debiste llevar a cabo una exhaustiva investigación sobre tantos personajes, digamos, de “la vida real”, así como para incluir en ella innumerables hechos históricos no solo de la llamada “etapa revolucionaria”, sino además de la época republicana. ¿Podrías abundar al respecto?
Realmente eso no fue problema, como sí lo fue estructurar la historia con tanta información. Soy hijo de maestros, pero de aquellos maestros que ya no existen, que sentían una pasión por todas las ramas del saber, especialmente de la historia. Y ellos me trasmitieron esa pasión. Recuerdo incluso que mis colegas se admiraban de lo fácil que me aprendía las fechas históricas, los nombres de personajes de la historia y hasta las escaramuzas de las batallas de los mambises. Y como me zambullí desde casi niño en la historia de mi país, y del mundo, no tuve que emplear mucho tiempo en esa investigación. También, justo es decirlo, yo siempre vi la historia desde una perspectiva muy distinta a la oficial, que todos sabemos el gobierno de los Castro ha manipulado a su antojo, pues a los 11 años escuché a mi padre quejarse de cómo ciertos personajes de la Revolución que fueron sus compañeros de lucha contra Batista se anotaban méritos incluso en acciones de lucha en las que no habían participado, o tergiversaban totalmente los hechos para hacerse pasar por héroes cuando, en la realidad, se habían acobardado. Tiempo después, dos intelectuales santiagueros de los que mucho aprendí: el viejo Ricardo Repilado y Daysi Cué, me hicieron ver que eso que la historiografía oficial llamaba despectivamente “seudorrepública”, no había sido nada “seudo” y sí había tenido muchas luces y muchos momentos gloriosos que no resultaban conveniente para el lavado de memoria histórica que hicieron a nuestro pueblo los ideólogos de la Revolución.
Como se explica en el epílogo del libro, lo que está allí no es una reconstrucción mía; si acaso, yo fui el orfebre que unió los hilos de plata. Pero ahí rescato anécdotas que durante varios años le escuché contar a la gente del pueblo, esos que no tienen voz en la historia oficial, pero que reconstruían los sucesos históricos atando cabos de la escasa información que recibían, y así construían, curiosamente, una versión de la historia que se parecía mucho más a la verdad que la que contaba la historia oficial. El reto fue cómo armar todas esas anécdotas, y fue nuestro inolvidable Guillermo Vidal quien me dio la clave: “la historia de Cuba está hecha a pedazos; un pedazo de ahora, no tiene sentido sin algo que ocurrió en el pasado y sin ese hábito de improvisación que padecemos los cubanos. Eso sucede con los hechos y con los protagonistas: el ejemplo más claro es Fidel”, me dijo, y fue ahí cuando decidí que la historia se contaría de ese modo, por alocado que parezca, y a riesgo de que a veces el lector se maree un poco: a saltos entre diversos momentos del presente y el pasado.
La novela la narra, indirectamente, Facundo Ramírez, el escolta principal de Fidel Castro, “la sombra de este” y quien se uniera al Ejército Rebelde a los 14 años de edad. ¿Como los demás, este personaje está tomado de la vida real, con nombre y apellido?
Totalmente cierto. Es alguien de la familia que detesto, pues, como se cuenta en la novela, para él Fidel era un Dios y ante ese Dios, a quien él justifica hasta las más asquerosas aberraciones, nada valen ni su mujer ni sus hijos. En la realidad, su familia; es decir, esos hijos y esa mujer, habían sido puro accidente y, por ello, eran seres totalmente prescindibles. Conocí a un par de monstruos como él; seres ciegos, tontos útiles, a quienes Fidel hechizó con sus engaños cuando eran unos guajiritos muertos de hambre en las montañas de la Sierra Maestra. Y como mi intención era no juzgar yo los hechos, necesitaba alguien como ese Facundo, que contara los más terribles sucesos con la obnubilación de la fidelidad fanática a un líder que creían perfecto, y que fuera el lector el que, al leer, juzgara.
¿Cómo se te ocurrió basarte en la supuesta desaparición física de Fidel Castro para, desde ahí, especular acerca de las consecuencias que podría traer este suceso?
Cuando Guillermo Vidal se sentó en mi computadora, abrió de casualidad el archivo donde yo transcribí, en total desorden, las historias que había recopilado de la gente durante años y comenzó a leerlas…, ahí arrancó todo. Recuerdo que se viró y me dijo que si yo era consciente de que tenía, en esos apuntes, una inusual novela histórica. Y luego, cuando comenzamos a analizar algunas anécdotas, descubrí que todas las historias giraban en torno a Fidel Castro. Nunca me lo propuse; simplemente fui anotando esas historias, a medida que las escuchaba y, casualmente, en todos aquellos años esas anécdotas tenían que ver con Fidel Castro. Aunque a algunos les ha molestado que lo diga, y aunque otros no quieran reconocerlo, repito que ese día descubrí aterrado que la vida de los cubanos se había construido en torno a la vida de Fidel, lo que comíamos, lo que estudiábamos, lo que criticábamos a escondidas, e incluso los nacimientos y las muertes en Cuba estaban marcados por que lo que Fidel Castro había hecho y hacía en nuestras mentes. Incluso más: cuando me desterraron, descubrí que eran muy escasos los cubanos que habían logrado librarse de esa cruz de esclavitud invisible, y hasta hoy es fácil verlo: la inmensa mayoría de los cubanos, cuando decide entrar en una polémica o defender sus derechos, reproduce inconcebiblemente casi todas las intolerancias, los egocentrismos, las denigraciones, las parcelaciones y las manipulaciones de los hechos a su antojo, entre otras cosas, que caracterizan la personalidad de Fidel Castro. No puedo olvidar la risa pícara del Guille cuando, aquel día, le dije: “pues si el Caballo nos ha dominado hasta hoy, tendré que matar al Caballo”. Lo más curioso, como han señalado unos cuantos críticos, es que ha sucedido y sigue sucediendo todo lo que anuncié en esa novela, que terminé de escribir en 2005, casi justo un año antes de que Fidel cediera el poder. No es, no obstante, un mérito mío; eso es lo que sobre el futuro especuló el pueblo en la intimidad, durante años. Y ya sabemos que los pueblos son sabios.
En el epílogo que añades a esta reciente reedición queda claro que revisaste y enmendaste en alguna medida la original. ¿Crees que al menos tu esbozo sobre las complicaciones que resultarían luego de la desaparición física de Fidel Castro se vería reflejado en una realidad por venir?
Las enmiendas fueron en la parte más complicada de la novela: su estructura partida. Después, obviamente, la lógica reescritura de algunas partes con las cuales nunca estuve contento en el original, pues se trata de un texto que terminé en su primera versión en 2005 y han pasado 10 años desde entonces. Cuando miro las tachaduras que hice, la cantidad de frases que reescribí, la poda de adjetivos o palabras superfluas que emprendí, corroboro eso que dicen mis amigos: soy intolerablemente quisquilloso con la limpieza del texto.
Y sobre los pronósticos que da la novela sobre una realidad por venir, como te decía antes, creo que muchas cosas han ido cumpliéndose y, según veo lo que ocurre hoy en nuestro país, ocurrirán otras que anuncié en la novela y quedan por cumplirse.
Hay en Las palabras y los muertos un personaje más bien evocado, Nora, que en mi opinión equilibra el planteo entre Facundo y la manera de este de ver la “vida del revolucionario”. ¿Este personaje también tiene su representación en la realidad histórica que abordas?
Es que, como dice mi madre, “Nora es mucha Nora”, aunque ya haya que escribirlo en pasado, pues murió hace unos años. Pero, más allá de que sea un personaje real, lo que llama mi atención es que la mayoría de las mujeres de esos “líderes” eran, en muchos sentidos, Noras: mujeres dóciles, aplastadas por la supuesta “grandeza histórica” de sus maridos, en la mayoría de los casos condenadas al ostracismo, al anonimato total y, salvo Vilma Espín y algún que otro caso, inservibles para el “proceso revolucionario”. Siendo más precisos, su única función válida fue procrear y cuidar a la nueva nomenclatura que, décadas después (es decir, ahora) sería llamada para sustituir a los “líderes históricos”. Lo más terrible es que esa realidad estaba sucediendo en un país que decía conceder a la mujer todas las posibilidades y eso era una especie de esclavitud proletaria: aunque la vida de estas mujeres nada puede compararse a la terrible vida de limitaciones y frustraciones del pueblo cubano, lo innegable es que, igual que las mujeres de los harenes en el mundo árabe, disfrutaban de todas las comodidades, vivían como reinas, pero eran esclavas con destinos muy claramente definidos por sus maridos.
Una pregunta que creo no debe faltar cuando se trata de un escritor cubano: ¿crees, como no pocas personalidades del mundo editorial, que ya “la narrativa sobre la revolución cubana” resulta retórica, que pasó de moda, que no tiene lectores, que aburre, etcétera?
Es un fenómeno curioso: hace un par de décadas las editoriales buscaban libros que mostraran la cara fea de la Revolución y, como sucede con todo, algunos escritores exiliados hicieron zafra; luego llegó un período de remanso, en el cual se imponía ofrecer una imagen crítica, pero más balanceada, pues con la ruptura de algunos muros del monopolio de la información que el régimen había construido con su propaganda internacional comenzó la gente a entender que Cuba, como ningún otro país, podía verse en blanco y negro. En los últimos años, tanto dentro como fuera de la Isla, se ha impuesto una mirada más asentada, en mi opinión, sin dejar de ser crítica: tu obra misma, Félix Luis; la de Abilio Estévez; la de Padura; la de Antonio Álvarez Gil; la de Karla Suárez; la de Ángel Santiesteban, por sólo citar autores sobre los que ahora mismo estoy escribiendo un ensayo, pero hay muchos otros. Y lo importante es que eso apunta a un cambio radical: hoy se entiende que no hay que intentar destruir con palabras la Revolución porque la Revolución se ha autodestruido por sus fracasos monumentales, pero lo cierto es que durante un tiempo el lema de muchos fue “escribir contra la Revolución”. Quienes llevamos tiempo en esto sabemos que de esa perspectiva raras veces surge buena literatura, y por eso es de aplaudir que ahora simplemente los escritores quieran narrar su realidad, sus conflictos, sus frustraciones en esa Cuba que se hunde o en esta diáspora que vivimos hoy casi tres millones de cubanos y, al hacerlo, emergen naturalmente las visiones más críticas y más genuinas. Si eso se vende o no, si despierta interés o no, es cuestión de otras circunstancias que van desde qué ideología tienen los dueños de las editoriales, la capacidad promocional de esas editoriales hasta el impacto de las nuevas tecnologías.
Creo que eres de los que piensan que la literatura cubana es solo una. Es decir, que no debe diferenciarse la que se escribe y publica dentro de la Isla de la que se edita en la diáspora. ¿Qué posibilidades ves para que en un futuro no lejano esto adquiera cuerpo definitivamente y, entre otras consecuciones, se establezca un acercamiento entre los escritores cubanos residentes en su tierra y los que viven en el extranjero?
Cada mes, desde la Isla o desde otros países del mundo, me llegan originales de escritores que quieren que yo lea esas obras. Mucha gente no olvida mi vicio de estar al tanto y promover lo que ocurre, algo que hice en Cuba desde muy joven, cuando entre otras cosas tracé el libro que muchos consideran la cartografía de mi generación: Brevísimas demencias. La narrativa cubana de los 90; y vengo haciéndolo desde que me desterraron de Cuba en 2006. He dicho varias veces que, contrariamente a lo que se acepta acá afuera, en Cuba hoy se escribe en una diversidad y con una calidad muy alta. No todo lo que se escribe es lo que se publica; conozco excelentes obras que permanecen guardadas en gavetas por falta de promoción o por el derecho que tienen sus autores a tener miedo de publicarlas en una dictadura. Basta echar una ojeada a lo que publican de autores cubanos residentes en la Isla, editoriales como Hypermedia, NeoClub, Efory Atocha, Betania, Verbum, Aduana Vieja o Atmósfera Literaria, entre otras, para calibrar esa calidad. Pero también he dicho, y esto es algo que no se quiere reconocer en la Isla, que la diáspora cultural cubana ha protagonizado en estas cinco décadas y protagoniza hoy uno de los actos más admirables de resistencia cultural, de manera que nadie podrá hablar nunca de Cultura Cubana sin contar la inmensa calidad y la variedad de creaciones de los artistas, escritores e intelectuales que viven fuera de Cuba.
En las circunstancias actuales creo que demorará ese acercamiento entre el afuera y el adentro en un corpus único, pues aunque hoy se han roto muchas barreras en ambos escenarios, a causa de las graves heridas dejadas por estos más de cincuenta y cinco años de castrismo, sobreviven aún muchas miradas atrincheradas e intolerantes que tienen un basamento real para su existencia pero que impiden un verdadero diálogo. Algunos están intentando buscar vías alternativas, y eso trae esperanza, pero no soy nada optimista al respecto.
Pasando a otro tema: es notoria y meritoria asimismo tu actividad como editor. Antes, has fundado algunas revistas literarias, pero hoy ya Otro Lunes, revista hispanoamericana de arte y literatura y de frecuencia bimestral que tú diriges, va por el número 41. ¿Podrías hablarnos de este empeño, de las dificultades y apoyos que has recibido o no de personas e instituciones?
Nuestro mayor orgullo es que no hemos recibido apoyo de ninguna persona o institución, con excepción de los elogios a nuestro trabajo en estos 10 años y a las colaboraciones gratuitas que nos envían. Cuando la fundamos, Ladislao Aguado y yo, nos propusimos mantenernos libres de cualquier coacción que limitara nuestra libertad y Otro Lunes es una revista totalmente libre porque nadie la financia. Ha costado: dinero, disgustos, tiempo, desilusiones. Pero ahí está. Y aunque no podemos pagar a nadie por sus colaboraciones, porque tendría que sacarlo yo de mis bolsillos, cada número es más fácil de armar pues nombres imprescindibles de las letras españolas y latinoamericanas consideran que la revista es importante, que ha hecho una labor monumental, como puede verse en sus páginas, en los miles de lecturas que tenemos y en los cientos de preguntas que nos vemos obligados a contestar en cada número, básicamente del sector intelectual y académico norteamericano, latinoamericano y europeo, interesados en temas o autores que tocamos en esas ediciones. Mi mayor orgullo es que en esa nave haya autores de un prestigio y una resonancia mediática tan grande que otros medios tienen que pagar por sus colaboraciones y, sin embargo, ellos se sienten orgullosos de estar gratuitamente en Otro Lunes, la mayoría de ellos, como lo han dicho en muchos foros, por el respeto que dicen he sabido ganarme y por el prestigio creciente de la revista.
¿Nos hemos equivocado? Sí, muchas veces. ¿Estamos satisfechos con los números? No, pero hemos hecho lo posible por publicar algo digno de ser leído. Hemos dado espacio por igual a consagrados y nuevos; jamás hemos censurado ningún trabajo, aunque en algunos casos hemos estado totalmente en desacuerdo con la opinión del autor; hemos buscado establecer puentes en medios literarios rotos por causas generacionales o políticas…, en simples palabras, hemos trabajado como bestias. Y en ese empeño no he estado solo: siempre ha estado a mi lado mi hijo Toni Medina, que es el responsable de todo el diseño, montaje y ese maremágnum de técnicas que permiten que la revista se vea en Internet; ha estado siempre ahí el escritor y periodista español Lorenzo Rodríguez Garrido, al frente de un equipo de colegas en el que destacan el escritor español Jorge de Arco y el cubano Rafael Vilches Proenza, por mencionar a los dos más útiles. El resultado es simple: cuando las fuerzas me han fallado y he sentido que voy a tirar la toalla, cientos de mensajes de todo el mundo me piden que no me rinda. Pero todavía hoy muchos siguen preguntándome cómo es posible que un proyecto cultural de la magnitud de Otro Lunes no haya encontrado alguien que nos patrocine, eso sí, sin condicionar.
Y de nuevo paso a otro tema. ¿Qué opinas acerca del restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, así como de cierta intención del régimen de la Isla en cuanto a realizar reformas en pro del acrecimiento del nivel de vida de la población? ¿Cómo ves el destino de Cuba a corto y mediano plazo?
A esa pregunta, tan compleja, tendría que responder con unos cuantos de los artículos que como periodista he publicado a lo largo de estos dos últimos años en la agencia alemana Deutsche Welle, o con cualquier otro de esa decena que he escrito para diversos medios en Latinoamérica. Soy del bando pesimista: a estas alturas de mi vida tengo comprobado que nada bueno para los cubanos vendrá de quienes durante más de cinco décadas han convertido a Cuba en ese estercolero moral, económico y social que hoy es. Son duras palabras, lo sé; pero hasta hoy nadie ha podido convencerme de que no es así. Los únicos cambios reales que veo son el traspaso de poder de la vieja generación de dinosaurios, que nos obnubilaron a muchos y obnubilaron a gran parte de este planeta, durante mucho tiempo, con el cuento de una Revolución social humanista que cambiaría el mundo. Y lo peligroso de ese traspaso es que va a quedar en manos de una generación oportunista, cínica y cruel, los neocastristas, quienes sólo creen en el poder del dinero y que, según se ve, están dispuestos a continuar con el cuento de la Revolución como banderilla hasta tanto concentren en sus manos todo el control del país. Luego, me atrevo a asegurarlo, se impondrá un capitalismo militar brutal, en el cual ellos serán los reyes y seguirán expoliando a Cuba. Lo más terrible es que tanto la Unión Europea como Estados Unidos son conscientes de esa burda estrategia, pero han aparcado la defensa de los derechos humanos, que son violados cada día en nuestro país, y han priorizado sus intereses en la Isla y la importancia geoeconómica de estar en Cuba para extenderse al resto de América.
¿Alguna otra observación para CUBAENCUENTRO?
Agradecer el espacio que me conceden a través de esta entrevista y animarles a continuar ofreciendo, como hoy hacen, esas perspectivas tan diversas que permitan a cubanos o interesados en la realidad cubana entender un poco más nuestra compleja fenoménica. A los cubanos, durante años, nos han secuestrado el derecho a estar informados, a reflexionar, a trasmitir nuestras opiniones, y espacios como CUBAENCUENTRO son espacios de confluencia intelectual muy necesarios para esa Cuba futura, libre y más luminosa que todos soñamos.