Revista Consenso. Cuba, Número 4, 2006
Por Ariadna Morales
Amir Valle a sus 39 años es hoy uno de los más exitosos escritores cubanos. Ha publicado más de quince títulos bajo diferentes sellos editoriales, traducidos algunos de ellos a más de cinco idiomas. Su obra ha sido difundida en las principales revistas literarias nacionales, y premiada con algunos de los más importantes galardones literarios otorgados en Cuba y otros países. Ha antologado y prologado en varios libros a la última generación de escritores de la isla, e incursionado con éxito en la televisión y la radio. Aquí se dio a conocer al gran público en 1990 con su libro En el nombre de Dios, premio nacional de testimonio de la Unión de Escritores y Artistas, que fue objeto de investigaciones para tesis, diplomados y otros estudios superiores en varias universidades del país. Ahora se le recuerda especialmente en el programa Universidad para Todos, uno de los espacios priorizados de la televisión nacional, que Valle inauguró junto a destacados intelectuales como Eduardo Heras León y Francisco López Sacha, y por su ya famosa Habana Babilonia o prostitutas en Cuba, leída a hurtadillas por muchos en la pantalla del ordenador, y que ha salido impreso este año con el título de Jineteras, a cargo de la Editorial Planeta.
¿Se considera Amir Valle un hombre con suerte?
No creo, en lo absoluto, en esa farsa que es la suerte. Creo, primero que todo, que existe un Dios que me ha abierto todos mis caminos, por eso, todas mis obras (como puede comprobarse en la dedicatoria de mis libros) y todos mis actos, se los dedico a ese Cristo que un día pagó mis pecados en la cruz. Toda la gloria y todos mis triunfos son porque EL lo quiso así. En segundo lugar, creo en el trabajo. A ese Dios que muchos conocen y que otros debieran conocer, jamás le he pedido dinero ni gloria; sólo le pido que me de fuerzas para trabajar y talento para hacer bien las cosas. Y trabajo como un bestia. De eso pueden dar fe muchos colegas de mi generación. Por ejemplo, mi querido amigo Guillermo Vidal, uno de los más grandes novelistas que ha dado este país, decía en broma que Amir Valle no era una sola persona, que Amir Valle eran un consorcio de enanos, gorditos como yo: uno escribía ensayos, otro escribía cuentos, otro hacía novelas, otro daba talleres, otro atendía los trabajos oficiales, otro hacía las relaciones públicas, etc. Todo lo que he logrado se lo debo a eso: a estar escribiendo y metido en montones de proyectos mientras otros se dedican a la farándula literaria, a las usuales comidillas y chismorreos del mundo literario, o a perder el tiempo en poner su prestigio y obra al servicio de instituciones y políticas que luego, en la intimidad, critican. Prefiero trabajar y no hacer cosas como ésas que, por cierto, me asquean. Pienso que la intelectualidad cubana ha olvidado su papel protagónico a lo largo de nuestra historia, se ha conformado con silenciar su voz y servir de marionetas. Ante esa situación, como respuesta, escribo todavía más.
Usted pertenece a las generaciones de escritores cubanos surgidos en el contexto histórico de la Revolución cubana. ¿Cómo ha influido este hecho en su obra y en su propia formación?
Nací y crecí dentro de la Revolución y, por ello, sería injusto decir que no me favorecí, como cualquier ciudadano común, con algunas cosas que ese proyecto social ofrecía (y nótese que hablo en pasado). Pero a la hora de hacer un balance objetivo, real, no creo deberle nada a la Revolución. Si tuve alguna deuda, sé que ya pagué con creces y hasta con intereses por todo lo que, dentro de esta Revolución, me ha ido faltando. Creo más bien, por ejemplo, que la Revolución me debe respuestas que he hecho, acá en la isla, con mis derechos de ciudadano y de intelectual. Hay quien dice: «eres un producto de los talleres literarios, que es un proyecto de la Revolución», y yo le respondo que, si acaso, soy un producto de los esfuerzos sobrehumanos de un ser tan especial como Aida Bahr, que allá en Santiago, se empeñó en enseñarnos muchas obras, luchando contra las burocracias de la Revolución a la que le importaba un carajo que un tipo como yo quisiera escribir, excepto a la hora de poner mi nombre en un informe de cumplimientos culturales. Si acaso, le debo lo que soy a ese ángel negro que fue Salvador Redonet, que apostó por nosotros y lanzó nuestros nombres a la palestra literaria nacional. O a Eduardo Heras León, que fue mi mentor intelectual hasta que descubrí que ya no era tiempo de seguir bajo su magisterio. Tampoco, como han dicho otros, le debo mi carrera de periodista a la Revolución, porque con los tres años que estuve en Cienfuegos, pasando trabajo para trabajar en mi servicio social, rendí tanto y sufrí tanto y tuve que tragar tantos buches amargos en mis primeros choques con la palabra censura, o con las manipulaciones de información a la que nos vemos obligados los periodistas, que he pagado con creces, a precio de silencio obligado, cualquier deuda. Puedo decir, y esa es otra de las respuesta que aún espero, que a la Revolución y a sus cegueras y modos de querer callar al periodista, le debo no haber ejercido más un oficio que me encanta. Y lo que, indudablemente, le debo es que, por haber vivido una realidad tan absurda, tan compleja, tan contradictoria, dentro de este proceso social, me he sentido en condiciones, primero, de reflexionar muy duro sobre mi pertenencia a la izquierda, a la cual no he renunciado, y segundo, de escribir con entera libertad sobre esa realidad en mis libros y mi periodismo, que sigo haciendo para mí, de modo muy independiente.
Antes de entrar de lleno en el mundo literario y editorial, trabajó como publicista en la Corporación de Turismo y Comercio Cubanacán S.A. Esto y su labor periodística previa le concedieron un amplio margen de indagación en nuestra realidad nacional. Desde su experiencia, ¿considera que existe discriminación actualmente en Cuba en términos de género, clase social, raza, religión, identidad sexual?
Debo hacer una corrección: cuando yo entré a Cubanacán ya había publicado tres libros y la crítica literaria nacional me mencionaba entre los autores más destacados de la nueva promoción. Y mi trabajo en Publicitaria Coral, de Cubanacán, fue para mí, intelectualmente, un trauma, porque en todo ese tiempo no logré escribir una línea. Por suerte, como bien dices, allí nació Habana Babilonia y, sin yo saberlo, al conocer de cerca la corrupción empresarial, al ver cómo ciertos nombres de mucho poder político manejaban las estrategias del turismo como si fueran negocios personales, y al ver directamente cómo surgía y crecía la nueva clase de ricos que hoy existe, entre otras muchas cosas, estaba chupando material que luego saldría en mis novelas sobre la marginalidad en Cuba.
Yendo a tus preguntas, contestaría que considero a la actual sociedad cubana una sociedad dividida en muchos aspectos y sólo por esa división, fomentada de modo muy inteligente por los dirigentes políticos, me puedo explicar la abulia y la debilidad de las respuestas sociales a grandes eventos nacionales muy traumáticos. Me duele que un gobierno de izquierdas, suponiendo que el nuestro lo sea realmente, se resista a la natural existencia de la multiplicidad de pensamiento humano y haya impuesto esa barrera divisoria entre seguidores del pensamiento oficial y los demás, con una bochornosa clasificación de «revolucionarios» y «apátridas». Pensar distinto sobre un proceso social no hace apátrida a nadie, no hace enemigo a nadie. Por desgracia, no es ni siquiera un invento cubano: lo mismo sucedió en todos esos socialismos totalitarios que hoy son incluso criticados por la misma izquierda que los apoyó en aquellos tiempos. La sociedad socialista supone que el hombre debe ser el hermano del hombre; pero en el caso de Cuba (y sucedió igual en esos otros socialismos que mencioné), asistimos a una sociedad donde el hombre es el guardián del hombre, donde el Estado, el Gobierno y el Partido son los mayores violadores de las leyes y los derechos de los ciudadanos, y sin embargo, se quiere convertir (y se ha convertido) al cubano de a pie en el guardián, en el velador, en el delator de los deslices cometidos por sus coterráneos. Quienes detentan el poder durante décadas se han negado a reconocer su responsabilidad en los desastres de la economía, la sociedad y la política cubana, sin permitir que ni una voz critique las violaciones cometidas por ellos, y apelando a chivos expiatorios que cargan con todas las culpas cuando ya se les hace imposible ocultar algo, o cuando les resulta conveniente para su política. Si realizáramos hoy un juicio público contra los mayores violadores de la libertad de expresión y de los derechos de la mujer, de los negros, de los religiosos y de los homosexuales, por ejemplo, en el banquillo estarían las principales instituciones del gobierno, el partido, las organizaciones de masas y los órganos que, supuestamente, deben garantizar la tranquilidad ciudadana. Por sólo poner un ejemplo de este hipotético juicio: dudo que ninguno de esos acusados logre justificar, sin violar algún artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ¿por qué, si está establecida en Ley y en Constitución la libertad de religión, entonces se cierran iglesias? Y no hablo de algo que me han contado: pertenezco a la Liga Evangélica, a las Asambleas de Dios, y conozco, al menos, tres casos de nuestras iglesias cerradas en distintas provincias del país (Las Tunas, Holguín y Ciudad Habana), para no hablar de decenas de casas cultos obligadas a cerrar (en mi barrio de Centro Habana, por ejemplo) bajo la amenaza, incluso, de la expropiación de las viviendas.
Según sus propias palabras, su primera salida de Cuba le abrió los ojos a la existencia de otros mundos, y le lanzó de cabeza a descubrir que esta isla no era el centro perfecto, el faro y guía del universo, como se empeñaban en decirle acá. ¿Cómo valoraría usted hoy la realidad cubana dentro del contexto internacional?
Cuba es mi país y me siento orgulloso de ser cubano, pero ni Cuba es la isla más linda del mundo, ni su naturaleza es la más hermosa, ni su gente es la mejor, ni la más inteligente. Eso es puro chovinismo. Somos un pueblo tan especial como cualquier otro, con nuestras virtudes, nuestros defectos, nuestra idiosincrasia y nuestra historia. Por desgracia, y es algo que se ha intentado estudiar desde muchas décadas atrás, los cubanos nos creemos el centro del Planeta Tierra, y la propaganda política del actual gobierno les hace creer a los cubanos que, realmente, todo el mundo habla de Cuba, que los cubanos somos el pueblo elegido para salvar al planeta. Es una aberración creer tal cosa. He pasado temporadas enteras en el exterior, en años en que en Cuba nos han dicho que todo el mundo está pendiente de nosotros, y no he visto ni una noticia sobre la isla publicada, ni siquiera en periódicos de izquierda y amigos de Cuba. Cada país tiene miles de problemas a resolver y en la prensa, por suerte y a diferencia de Cuba, se priorizan esos problemas y se debaten, con visiones muy distintas y plurales, impuestas por la existencia misma de una prensa variada que ofrece perspectivas de análisis desde la ultraizquierda hasta la ultraderecha, el anarquismo, y otros credos políticos, respondiendo cada cual a los intereses de las distintas escenas del discurso social y político vivo del país. De cuando en cuando, en esos periódicos también se habla de nuestra islita, del mismo modo en que se habla de otros países del resto del mundo. Me place decir que la mayoría de las veces que he visto a nuestra islita en esos periódicos es hablando de nuestros músicos, de nuestros artistas, de nuestros escritores: los que viven en la isla y los que viven en el exilio, que son una misma cosa, aunque en Cuba las autoridades quieran negarlo. En el caso de Cuba, por ser «la última dictadura socialista», según la derecha, o «el último reducto de salvación del planeta mediante un sistema más justo: el socialismo», según la izquierda, eso ocurre de un modo asquerosamente parcializado: los periódicos de derecha satanizan todo y no han llegado a decir que el gobierno cubano mata y procesa la carne de sus presos políticos para exportarla porque no han podido probarlo; y los de izquierda pintan la isla como el paraíso único en el universo, y no han llegado a decir que Fidel Castro es el mismísimo Jesucristo reenviado por Dios a la Tierra, porque tampoco han podido probarlo. Por suerte, hay muchos otros periódicos y periodistas que se mantienen fiel a la objetividad del periodismo y ofrecen otros matices sobre nuestra realidad. Lo que he aprendido en mis viajes al exterior puede resumirse en varias preguntas al gobierno cubano: ¿hasta dónde piensan llevar, con su ineficacia administrativa y su ciego extremismo político, los niveles de vida en Cuba?, ¿cuántos años más debemos esperar para que los supuestos éxitos en la macroeconomía lleguen a la economía cotidiana, a la vida del pueblo cubano?, ¿cuándo van a entender que es posible mantener y defender la independencia nacional respetando, también, la libertad individual?
Todo lo anterior me lleva a una reflexión: no podemos seguir esperando a que el mundo esté mirándonos para pedirles que nos ayuden a resolver nuestros problemas, y aunque no podamos renunciar a mecanismos internacionales y a los amigos que nos quieren ayudar, tenemos que ganar conciencia de que hay que hacerle entender al gobierno nuestros derechos, y si hay que cambiar algo, debemos cambiarlo nosotros. El presente y el futuro de Cuba es un asunto entre cubanos y no podemos seguir implorando respuestas ni a los Estados Unidos (como han hecho unos cuantos), ni a la Unión Europea (como hacen otros), ni a los gobiernos de América y China (como hace hoy el gobierno y la esperanzada izquierda), para que Cuba acabe de alcanzar el despegue que el pueblo espera desde 1959 y que no acaba de llegar.
Es difícil, lo sé, porque el gobierno no da ese derecho a los cubanos, pero de algún modo hay que luchar porque no se sigan violando nuestros derechos.
¿Qué hay que tener, además de talento, para triunfar hoy en Cuba, ya sea en el medio turístico, publicitario, editorial, periodístico o cualquier otro?
Hablamos de un trauma nacional. Para triunfar hoy en Cuba debes hacer las cosas que el poder oficial ha establecido como correctas, pues cualquier desviación en ese sentido te puede llevar al ninguneo. Y no dejar que tu pensamiento, si es contrario al oficial, se haga visible. Esa es otra de las mentiras del famoso Programa Cultural de la Revolución: si no eres políticamente correcto, no tienes chance. Lo mismo pasa en el Turismo con la famosa Ley de Idoneidad. Y en el mundo del periodismo cubano, ni hablar. Hoy, en todas las esferas de la vida cubana hay que usar máscaras, o simplemente plegarse a un oficialismo militante que resulta cada vez más bochornoso porque los desastres de la Revolución se hacen cada vez más indefendibles. Esa va a ser, una vez que se produzca un cambio en el país, la mayor barrera a vencer por los cubanos, que llevan años mintiendo en su vida pública, ocultando lo que piensan, para sobrevivir. Y no es criticable, como piensan algunos extremistas en el exilio que se han largado y quieren exigirle a los que aquí están lo que ellos no hicieron, porque en Cuba el gobierno no deja alternativas para que la gente sobreviva. Lo importante, como dice uno de mis personajes: «es sobrevivir como se pueda, pero sin entrarle a puñaladas, ni joder al de al lado».
En 1999 participó como guionista, conjuntamente con la realizadora norteamericana Estela Bravo, en la filmación del documental FIDEL. ¿Qué le dejó esa experiencia?
Una frustración total. Ese trabajo me lo propuso el escritor Eduardo Heras León y yo lo asumí algo ilusionado, porque alrededor de Estela Bravo había como un mito, trabajar con ella, para un periodista, se suponía fuera algo importante. Heras León debía viajar y no podía asumir ese trabajo, que ya estaba hecho en inglés. Tuve que traducir el guión, hacer cuatro o cinco versiones hasta que Estela y su esposo estuvieron conformes, verificar los tiempos del texto con las imágenes, y cada vez que aparecía una imagen nueva había que cambiar casi todo el guión. Realmente llegó a incomodarme, no por el trabajo, sino porque me hacían trabajar por gusto. En un momento me decían: este párrafo está perfecto, y en la nueva reunión me decían: este párrafo es horrible. En realidad me sentí explotado, trabajamos hasta de madrugada muchos días, y resulta que cuando vi el documental el crédito del guión fue para Ernesto, el esposo de Estela, y nosotros aparecíamos como «otros guionistas». En la segunda versión, ya estábamos solamente en el listado de los colaboradores, aún cuando el guión era casi idéntico al que yo terminé. Pero además, no me pagaron un centavo por aquello, y no he cobrado un centavo de un documental que se ha vendido en todo el mundo.
Fue interesante, sin embargo, porque me ayudó a comprender de una buena vez que Fidel Castro es un hombre de carne y hueso. Ni es un Dios ni es el Diablo. Es, en mi opinión, uno de los hombres más lúcidos y empecinados que conozco en convertir su vida en lo que él creyó debía ser su vida. Vi allí imágenes de su vida íntima que se le han ocultado durante décadas al pueblo, y ello, unido a otros factores y a otras informaciones que prefiero no mencionar, me llevaron a una conclusión clara: Fidel Castro ha sabido bien adónde quería llevar su vida desde que, estando en el Colegio de Belén, descubrió el poder de controlar el Poder.
Para José Manuel Martín Medem, corresponsal de la TVE en La Habana hasta el 2004, «el mayor aporte de Amir Valle a la novela cubana […] es mostrar en sus obras la existencia en Cuba de ambientes distintos a la mirada oficial y al estereotipo internacional sobre La Habana». ¿Concuerda usted con esta afirmación?
Eso dice Medem en su libro ¿Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti?, uno de los libros más objetivos que he leído sobre la realidad cubana de los últimos años. Cuando comencé a escribir la serie de novela negra El descenso a los infiernos, de la cual ya hay cuatro novelas publicadas en Europa, me dije que quería escribir de esa otra Cuba, de la que yo vivía en mis barrios. No de la Cuba tropicalista, folklórica, ni oficialista, y para que no dijeran que estaba inventando, escribí a partir de historias reales, algunas publicadas en la prensa cubana, o muy debatidas por la población en la siempre efectiva Radiobemba, o algunos casos policiales reales que me dieron amigos policías. Así escribí de la prostitución infantil, del racismo en nuestros barrios (y por extensión en nuestra sociedad), de la intolerancia hacia el mundo homosexual y el travestismo, del tráfico de personas. Y lo hice descarnadamente, con el lenguaje que hablamos en el día a día, con personajes extraídos de esa realidad (algunos de los cuales son absolutamente reales y hoy se sienten orgullosos de ser personajes de mis novelas). Como trabajé varios años en el periodismo supe de la Cuba que la oficialidad política quiere ofrecer al pueblo y al mundo; como trabajé luego en Publicitaria Coral, de Cubanacán, estuve muy cerca de la imagen que se le vende a los turistas; y como después trabajé en instituciones culturales tuve contactos con esa Cuba folklórica a cuya venta oficial, por suerte, se intentaban oponer algunos intelectuales. Sólo quería narrar la vida de quienes se sentaban conmigo en la puerta de mi casa, a conversar de la mierda en aquellas calles; de quienes iban a pedirme un poquito de azúcar para tomarse el agua con azúcar que les llenara el estómago por las noches; de los amiguitos de mi hijo mayor que se convirtieron, de la noche a la mañana, en pingueros o vendedores de droga; de las prostitutas que, en mis barrios, cobraban en dólares a turistas y en moneda nacional a algunos cubanos; del hambre cotidiana; de la pérdida de los sueños de muchas personas que dieron sus mejores años por la Revolución; de las miserias que nacen de la vida promiscua de estos barrios. Esa es la Cuba que conozco. No puedo escribir de otra. Y aunque me joda decirlo, muchos escritores cubanos no se atreven a tocar esos temas, unos por razones estéticas (piensan en realidad que la literatura realista es menor, o se justifican diciendo que es literatura menor) y otros porque quieren ser publicados en la isla y saben que con obras así jamás lo lograrán. No creo que sea el único: ahí están Pedro Juan Gutiérrez y Padura, para sólo hablar de los más conocidos.
En Manuscritos del muerto, un libro de un «realismo violento» según palabras del crítico y narrador cubano Alberto Garrandés, podemos leer fragmentos como el que sigue: «La realidad es esta: yo, traidor, volví y disfruto lo que tú, soldado ideológico, filosófico y fanático de la patria, no tienes ni tendrás en muchos años. Soy un traidor con suerte, ¿no te parece?» ¿Hasta dónde usted se identifica, primero como autor y luego como lector, con este personaje?
Jamás me identifico con ninguno de mis personajes porque ellos nacen de una mezcla de experiencias que ni yo mismo puedo definir. Algunos pueden, incluso, decir exactamente algunas cosas que pienso, pero no tienen que ver conmigo simplemente por eso. Debo decirte que ese cuento, también, parte de una historia real. Se trata de un amigo que se fue en la década del 80, casi lo matan a pedradas, y regresó después, en los 90 echándole en cara a todo el mundo sus éxitos en el «Norte revuelto y brutal». Todo lo que allí cuento es real y el cuento nunca me gustó porque no tuve necesidad de ficcionar nada, era demasiado cercano a la realidad. Lo vi siempre como una crónica dedicada a un amigo. Sin embargo, es uno de los que más la gente menciona cuando lee el libro. En ese cuento intento recordar la necesidad de la tolerancia. Hoy veo a muchos cubanos que siguen la corriente del gobierno y se lanzan contra otros cubanos porque simplemente piensan distinto. Y fuera de la isla he conocido a personas que han preparado listados de personas que deben ser linchadas una vez que caiga la Revolución. Eso es preocupante. Creo que no podemos permitirnos, entre cubanos, seguir fomentando el odio por simples diferencias de pensamiento. Y aún cuando se trate de diferencias abismales, una de las virtudes humanas más esenciales es entender que el que piense distinto no tiene necesariamente que ser un enemigo. La historia de nuestro país ha demostrado que desde 1959 hasta hoy se han cometido grandes errores en ese campo. Y pienso que, en materia de la unidad espiritual de la Nación, se están pagando muy caro esos errores. Lo peor de todo es que el odio genera odio y la violencia genera violencia. Y nuestra sociedad se va convirtiendo en una sociedad cada vez más violenta. Lo más terrible es que el primer incitador a esa violencia es el propio gobierno, que es, además, el mayor intolerante.
¿Escribe Amir Valle para algún lector en particular?
Escribo porque tengo que decir cosas, porque las historias me asaltan y, por suerte, a esa facilidad que tengo de construir historias, se une una capacidad de trabajo que a veces tengo que frenar para poder estar con los míos. Siempre he pensado que todo escritor, toda obra, tiene un lector. Yo mismo no he podido leerme muchos libros, a pesar de que soy un lector compulsivo. Y por eso siempre digo que ningún escritor debe preocuparse por un lector equis: ese lector siempre estará allí, esperando su obra, y la única preocupación que un escritor debe tener en ese aspecto es lograr dar vida a la realidad ficcionada, para que el lector no se sienta desilusionado, y pueda revivir la historia del mismo modo en que nosotros la vivimos al escribirla.
¿Cómo entiende usted los siguientes conceptos: libertad, identidad, patria, Dios?
Para mí, la libertad es el más sagrado de mis derechos y me duele que, en mi país, se me viole constantemente ese derecho. Libertad es el modo de realizar los sueños y aspiraciones, con el talento que Dios nos dio, con la capacidad física de que biológicamente estemos dotados, y utilizando el pensamiento como la herramienta fundamental que caracteriza a nuestra especie, poniendo la realización de esos sueños y aspiraciones, ese talento, esa capacidad física y ese pensamiento al servicio del mejoramiento de la vida humana. La identidad es la conciencia del sentido de pertenencia a una cultura, a una idiosincrasia, y no, como piensan algunos, a una Patria fosilizada y parcelada por burdos conceptos políticos, geográficos o de otra índole. La Patria es aquel sitio donde tú te sientes libre y dueño del espacio en que respiras, donde tu identidad se manifiesta plenamente. Cuba, lo he dicho muchas veces, es mi Patria, y no es propiedad personal de Fidel Castro, ni del actual gobierno, como tampoco lo fue de los anteriores gobiernos ni lo será del que venga. La Patria no es feudo ni capellanía de nadie, lo dijo Martí, y sabemos que era el más lúcido de los cubanos.
Dios es ese ser que me enseñó a ser libre; el único que jamás me ha impedido hacer nada, excepto el mal. Cuando conocí a Dios a través de su hijo, Jesucristo, supe que no tenía que deberle nada ni a Fidel Castro, ni al comunismo, ni a ningún otro gobierno terrenal. Lo conocí y supe qué era la libertad, la fidelidad, el amor al prójimo, la verdad. Lamento no haberlo conocido antes.
A propósito de Manuscritos… y otras obras suyas, ¿cómo explica que, siendo tan crítico respecto a su realidad, haya sido un autor «favorecido» por las editoriales cubanas?
Debo decir algo: jamás fui un autor favorecido: El que se lea mis libros verá que, excepto en el primero, escrito entre los 14 y los 17 años, siempre fui un autor crítico hacia la realidad. Creo que fui favorecido en una sola cosa: tuve de maestros a escritores que, además, son seres humanos especiales que apostaron por mí y, pese a mi autosuficiencia terrible de aquellos años, y a que todos reconocían que yo era «muy bocón», metieron la mano por mí en muchas candelas que me busqué en la intolerante y siempre rebelde Santiago. Cuando no era moda escribir de estas cosas, allá en Santiago de Cuba, fundamos un grupo de escritores llamados los SEIS DEL OCHENTA, aunque en realidad siempre fuimos cuatro: Alberto Garrido (hoy uno de los grandes escritores de este país), José Mariano Torralbas (que emigró a los Estados Unidos), Marcos González Madlum (que se ha hecho economista pero sigue escribiendo, sin querer publicar, cosas geniales) y yo. Y desde la fundación, en una plenaria en 1984, nos propusimos abordar temas tabúes, conflictivos en nuestra sociedad. De entrada hay una anécdota genial que supimos después: la seguridad del Estado nos coló un supuesto escritor para saber qué pretendíamos con aquel grupo. Todavía hoy Garrido, Torralbas, Marcos y yo nos reímos de las berracadas de aquel pobre diablo, a quien descubrimos porque era tan estúpido que estuvimos a punto de llamar a sus jefes y decirles que lo pusieran de Profesor de una materia que se llamara Todo Lo Que No Debe Hacer Un Agente Secreto.
Lo segundo es que todos mis libros se los debo a Premios. Un día descubrí que yo llevaba libros a editoriales y se llenaban de polillas. No salían. Pero ese mismo libro lo mandaba a premios y ganaba. Y aunque les pesara, debían cumplir con el compromiso de publicarlo porque sería demasiado escandaloso. De todos modos, se retrasaban, y algunos salieron luego de broncas y broncas que algún día contaré, porque en esos trances conocí a muchos intelectuales cobardes que no merecen un silencio compasivo. Excepto mis libros de ensayos literarios (donde no me meto con nada), todo lo demás que he publicado en Cuba fue, como dijo alguno, «a golpe de premio». Puedo hacer unas cuantas anécdotas, muy bochornosas, que dan fe de que siempre he tenido que luchar contra la censura, como estoy luchando ahora con un libro que lleva casi tres años aprobado en UNION. Y aún así, ganada la batalla, he tenido que ver cómo se evaporan los libros, no porque se vendan, sino porque los esconden. Como el mismo Manuscritos del muerto, que se presentó en una feria y de pronto desapareció. Yo me daba golpes en el pecho diciendo: «soy un caballo, vendí todos mis libros», y casi dos años después, unos amigos de un almacén del Instituto del Libro me llaman para decirme que en una pila de libros «conflictivos» habían encontrado algunos Manuscritos del muerto. Claro, eran casi quinientos ejemplares que logré rescatar. Lo que pasa es que jamás me he callado la boca y siempre he pleiteado por mis libros. Conozco el caso de muchos escritores que han sido censurados y se han ido con sus libros bajo el brazo a llorar en la sombra de sus casas y a mascullar sus rabias en silencio. Yo he luchado y por eso me he convertido en una espina. Porque a todos les he dicho unas cuantas verdades, aprovechando los medios oficiales que existen para ello (que no resuelven un carajo, pero al menos te permite saber que algo hiciste por defenderte). Como recientemente, cuando me quitaron el correo electrónico, según lo que me dijeron «porque hemos comprobado el uso indebido del servicio para difundir información no acorde a los intereses de la red CUBARTE», violando un derecho tan esencial como la privacidad de la correspondencia personal y violando el contrato firmado entre el Ministerio de Cultura y yo. Los llamé con la palabra que merecen: fascistas, y donde quiera que he estado he dicho que el director del CEISIC, Jorge Más Zabala, es un fascista que, por desgracia, actúa amparado en mecanismos fascistas impuestos dentro del sistema de la cultura.
Esa posición me ha permitido ganarle la batalla a una estrategia que usan contra quienes se le enfrentan: ningunear, hundir en el silencio. Porque el resto de los intelectuales, aunque no te apoya, te mira con respeto, y riegan la noticia. Y siempre que me han hecho algo, lo he regado entre cientos de amigos, colegas, lectores. Y sé además que las autoridades están rabiosas porque, especialmente desde el fenómeno de Habana Babilonia, no pueden silenciarme. Es más, les agradezco que me hayan concedido el privilegio de lo prohibido. Eso, como bien sabemos, incentiva la curiosidad.
Durante un tiempo logré imponer mis derechos a realizar una vida intelectual normal, pero a partir de mi trabajo con la editorial Plaza Mayor me ha sido casi imposible, pues el Ministro de Cultura decretó apartarme de todos los eventos y listas oficiales. También los emplacé, escribí cartas, llevé el caso a la UNEAC, pero no he recibido hasta hoy una respuesta verdadera. Los problemas han seguido, y en aumento. Claro, sucede que, al mismo tiempo, mis compromisos internacionales crecían y entonces me encerré en mi casa a escribir porque tenía un contrato firmado que establecía publicar cada año una novela y no me gusta incumplir con quienes han apostado por mí. Al final, la imposibilidad de asistir a eventos culturales, servir de jurados, dictar conferencias, como antes hacía, resultó bueno para mi obra: dispuse de más tiempo. Así que, quizás, también debo agradecerle eso a mi peludo colega de letras, el Ministro de Cultura.
¿Considera necesaria hoy una literatura que pone el dedo en las zonas problemáticas más que en el proyecto de nación? ¿Cuál es su valoración de la literatura que se publica actualmente en Cuba?
Es absurdo pedirle a una obra que ponga el dedo en el proyecto de nación. Quien piense eso no sabe bien qué cosa es la literatura. Y además, quien intente dirigir la proyección creativa hacia ese destino estará repitiendo lo mismo que hoy hacen los políticos cubanos con la cultura, lo que, además de un absurdo, es una violación de los derechos individuales de un creador. La literatura solamente puede llegar a interesar ciertas zonas del proyecto de nación precisamente cuando se ocupe, de forma libre, natural, y honesta, de las zonas problemáticas sobre las que es necesario pensar a la hora de trabajar en el proyecto de nación. Como también creo necesario decir que cualquier proyecto de nación que se respete deberá contar, incluso, con aquellas obras que no se ocupen de esas zonas problemáticas. Cualquier proyecto de nación que se respete deberá tener en cuenta siempre toda forma de pensamiento social, y la literatura es una manifestación viva y múltiple del pensamiento social. Creo que toda la literatura que se está escribiendo hoy en Cuba (y por desgracia estamos hablando en más del 90 porciento de obras no publicadas porque es demasiado crítica, inconveniente) se ocupa de esas zonas. Hay un pensamiento crítico muy profundo, muy serio, sobre nuestras circunstancias, nuestra identidad, nuestro futuro, nuestras esperanzas, y me da gusto decir que la mayor parte de esa obra está siendo escrita por intelectuales muy jóvenes y de muchísimo talento.
La censura suele tener muchos conductos y matices para desplegarse. ¿Qué opina de este fenómeno en Cuba? ¿Para la publicación de sus obras, tanto en Cuba como en el extranjero, le han puesto alguna condición?
La censura existe en todas partes, pero fuera de Cuba jamás una obra mía ha sido censurada. Lo más difícil que me ha pasado es que, por razones comerciales, me han sugerido cambiar un título. En Cuba es más traumático por dos razones: una, se supone que vivimos en una sociedad donde eso ha sido erradicado, y dos, no se quiere aceptar que se censura. Me avergüenza ver a un hombre de talento como el Ministro de Cultura, intentando convencer a la prensa extranjera de que en Cuba no se censura. Él sabe que miente. Puedo poner unos cuantos ejemplos, casi medio centenar, pues en los últimos años, precisamente para rebatir esa burda mentira me dediqué a recoger información sobre casos de censura en toda Cuba. Y ese medio centenar es solamente de libros, pues hay cientos de casos de censuras en revistas nacionales, para no mencionar otros cientos de casos en la radio y la televisión. Pero prefiero poner mi experiencia personal, a ver si alguien se atreve a desmentirme. Al propio Abel Prieto yo le preguntaría cómo le llama él al hecho de que, por leerse mi libro Habana Babilonia, tres trabajadoras del Hotel Habana Libre fueran sancionadas. O le preguntaría porqué no se han publicado en Cuba mis novelas negras, excepto Si Cristo te desnuda. O le pediría que me explicará porqué no se reedita esa novela, a pesar de que los libreros llevan dos años diciendo que el público la pide cada año en las ferias y hay dinero para reeditar obras de autores «correctos» aún cuando todavía queden en librerías cientos de ejemplares de las ediciones anteriores de sus libros. O que le explique a Alberto Garrandés, Michel Perdomo, Alberto Garrido, Ángel Santiesteban, si no fue por censura, porqué entonces tuvieron que exigir que si se quitaba de la antología Aire de Luz mi cuento «Mambrú no fue a la guerra» ellos retiraban sus cuentos. O que le pregunte a Daniel García Santos, director de Letras Cubanas, si se volvió loco cuando censuró la versión original de Manuscritos del muerto, que decidí publicar cuando Heras León me convenció de que el libro no perdía nada si le hacía los cambios y quitaba los fragmentos «problemáticos». Y finalmente le preguntaría porqué no ha salido aún mi novela Espectros, una novela sobre la homosexualidad, aprobada por la editorial UNION hace cerca de tres años.
Pyotr Grigorenko, hallándose en una cárcel moscovita, escribió: «Quien quiere luchar contra la tiranía tiene que destruir el miedo a la tiranía que lleva dentro». ¿Ha padecido Amir Valle su propia tiranía? ¿Cómo ha logrado neutralizar el miedo?
Creo que antes me referí a ese asunto. A los catorce años, mi padre, que luchó casi desde niño por la Revolución y todavía cree en el comunismo, me dijo que había luchado para yo pudiera decir lo que pensara, y que siempre mantuviera firme ese concepto. Hace unos meses, en una conversación, me dijo que aunque no estaba de acuerdo con mi forma de pensar, contraria a su Revolución, respetaba mi derecho a pensar de ese modo. Por eso lo admiro. Y si mi padre es capaz de comprender y respetar mi derecho a pensar, aún cuando pueda yo estar equivocado, ¿cómo pretende otra gente, llámese como se llame, y tenga la historia que tenga, venir a hacerme creer que soy un disidente porque simplemente pienso que hay otras opciones de sacar mi país adelante? A la hora de escribir jamás me he autocensurado. Y a la hora de proyectarme socialmente, tampoco. El único miedo que siempre he tenido es ese: el de que quizás yo esté equivocado con respecto a la Revolución y sus métodos. Por suerte, la experiencia y la vida cada vez me va llevando más lejos de ese miedo, y me va demostrando que, por desgracia, un proyecto que pudo ser distinto, hermoso, humanísimo, cada día suma nuevas equivocaciones, nuevos extremismos, nuevos errores a su ya triste historia.
En una entrevista reciente decía que, en honor a la verdad, jamás he sentido miedo al enfrentarme al trabajo literario, a una hoja en blanco. Mi único temor, siempre, es no lograr comunicarme con el lector; mi único terror, siempre, es que mi literatura se quede solamente, como le sucede a muchos otros escritores, en un simple ejercicio literario, bueno o malo, pero que a nadie conmueve, que a nadie importa. Y por eso descubrir que mis novelas negras son perseguidas por muchos lectores en Cuba y fuera de Cuba, en países con idiosincrasias bien distintas, es el mejor regalo que Dios me ha dado en relación con mi escritura. Soy de los que creo que la literatura es el territorio de la libertad y bajo ese credo jamás he sentido miedo de escribir, sea cual sea el tema. Allí, en mis libros, con mis personajes, dentro de mis escenarios, yo disfruto de toda la libertad que en mi vida real, en mi país, y en otros lugares del mundo, me han negado. Es el único lugar del mundo donde me siento totalmente libre y mi única preocupación es que mis personajes disfruten también de esa libertad, que se muevan como ellos son, que respiren a su aire. Me aterroriza hacerles a mis personajes, con el poder que sobre ellos tengo, lo que algunos funcionarios y políticos de mi país han hecho conmigo.
Se ha dicho que lo más importante de la literatura cubana desde Orígenes está en la diáspora, y se habla de una decadencia absoluta del medio intelectual cubano, reflejo a su vez de la decadencia del país y su más que probable futuro agónico. ¿Qué piensa al respecto? ¿Qué imagen tiene de su generación literaria?
Esa afirmación la debe haber hecho alguien que no tiene idea de lo que habla, o uno de esos que se han dedicado a intentar dividir a la intelectualidad cubana en un «adentro» y un «afuera», que sólo existe en mentes enfermas de políticos y extremistas enfermos de odio, que los hay en todas las orillas y rincones del «asunto cubano». La literatura cubana es una sola, sea escrita en el exilio o sea escrita en la isla. Y hay tanta calidad acá como allá. Y hay nombres imprescindibles allá y acá. El exilio, lejos de dividir, lo que ha provocado es la extensión del área de intereses humanísticos de las letras cubanas. Eso lo saben bien quienes se afanan en dividir, pero insisten en querer demostrar lo contrario porque es útil para la política: los de la isla se la pasan denigrando de los escritores del exilio hablando de desarraigo, de nostalgia, de pérdida de raíces; y los del exilio se la pasan hablando de que la literatura que se hace en la isla está podada, amordazada, oficializada, empobrecida. Ni unos ni otros de esos denigradores, estoy seguro, ha leído ni un dos por ciento de lo que hoy escriben los cubanos, estén donde estén. Me precio de haber leído bastante de lo que se produce en ambas orillas y me siento orgulloso de decir que hay un eslabón esencial de unión en esa literatura: pensar a Cuba. Y se está pensando una Cuba múltiple, plural, libre, de la que me siento orgulloso.
Pertenezco a la promoción literaria de narradores del 90; es decir, escritores que comenzamos a escribir en los 80 y comenzamos a ver la madurez de nuestra obra a partir de la mitad del 90. Es una promoción escindida. De los primeros cuarenta nombres que recuerdo, al menos la mitad está en el exilio. Y todos siguen escribiendo, acá y allá, y ganan premios, y publican libros. Y se ha dicho que es la promoción que demostró la madurez de la narrativa cubana. Lo mismo sucede con los poetas de mi promoción. Y todavía hoy, cuando nos vemos en Cuba, o en el exterior, se mantiene el cariño de aquellos años. Recuerdo cómo los funcionarios de la delegación oficial cubana a la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2002, dedicada a Cuba, miraban con ojeriza nada disimulada los frecuentes abrazos y gritos de alegría en los pasillos y salones de la Feria cuando se encontraban escritores y grupos de escritores cubanos de la isla y del exilio. Fue una lección hermosa de que la Cultura es tan fuerte que no puede ser dividida por razones políticas y una prueba de que los intelectuales cubanos, por suerte, se han dado cuenta de que las divisiones hay que dejárselas a los malos políticos.
Gran parte de la literatura que producen los escritores de su generación asume una función social que, al decir de Leonardo Padura, interroga a la realidad cubana por encima de lo político y debido a esa característica se ha llenado de prostitutas, exiliados, oportunistas… ¿No cree que, al intentar llenar -conscientemente o no- el vacío dejado por la ausencia de un periodismo que asuma esa función social, se mutilan otros valores más particulares de la creación literaria? ¿Su valor estético, por ejemplo?
Ese es un argumento de quienes se sienten preocupados porque la literatura refleje la realidad. Recuerdo que a mediados del 80, en los eventos literarios, ciertos funcionarios se empeñaban mucho en recordarnos a los jóvenes que para escribir de la realidad había que esperar que pasaran los años, que la experiencia sedimentara, para no hacer obras que murieran cuando pasara el efecto de lo que criticaban. Era, con perdón de quienes pensaron así, una falacia, una manipulación demasiado conveniente para los tiempos que corrían. Con el tiempo desapareció esa idea. Miles de ejemplos en la historia literaria universal demuestran que se puede escribir de la realidad con calidad en el mismo momento en que está ocurriendo esa realidad. El valor estético de una obra no tiene nada que ver con eso. Y no creo tampoco que quienes escribimos de esa realidad estemos intentando llenar el vacío que deja el periodismo chato, complaciente y cobarde que hoy se hace en Cuba. Simplemente escribimos y cada cual lo hace con sus talentos propios, como es lógico, ganando experiencia a medida que crece en madurez. El Padura que escribió Fiebre de caballos no es el mismo que escribió esa fabulosa obra que es La neblina del ayer. El Amir Valle que escribió Yo soy el malo (mi primer libro crítico, para mí horrendo) no es el mismo que escribió Santuario de sombras, novela a la que la crítica especializada de España ha catalogado de «novela plural de lenguaje soberbio y estructura alucinante». Paco Ignacio Taibo II, por ejemplo, dice que para entender lo que hoy ocurre en Latinoamérica hay que leer la novela negra de un grupo de autores latinoamericanos (que escribimos sobre la más cotidiana realidad), del mismo modo en que para entender la Francia de Balzac hay que leer sus novelas. Sucede que cada nuevo tema trae cientos de cultivadores, modas, calcadores, pero la historia va decantando y quedan siempre aquellos que supieron atrapar con mayor honestidad y naturalidad los límites novelables de esa realidad.
Cómo se explica que, siendo Amir Valle un autor que aborda la marginalidad como tema de sus obras, no sea él mismo un escritor marginal? ¿O sí? ¿Por qué precisamente lo marginal? ¿En Cuba es todo marginalidad?
¿Y quién ha dicho que yo no soy un marginal? ¿Tú no crees que seas marginal? ¿Qué cubano no es marginal? Incluso, yendo más allá, ¿acaso no tenemos un gobierno marginal? Fíjate bien: según todos los conceptos sobre marginalidad que he leído, una persona es marginal cuando tiene que romper normas establecidas social y legalmente para poder sobrevivir; o cuando, también para sobrevivir, tiene que apelar a un pensamiento que no es el suyo; o, todavía peor, cuando su modo de pensar no se corresponde con el del poder oficial. Piensa bien y verás que, bajo esos conceptos, todo cubano es marginal. La marginalidad en Cuba, como en algunas sociedades, no está solamente allá, en ciertos márgenes, aislada, alejada. El cubano es marginal, aunque viva en una residencia del Vedado, porque tiene que acudir al mercado negro para poder comer una buena parte del mes; porque tiene que delinquir para «resolver» algunos asuntos, incluso legales; porque tiene que utilizar una máscara social que luego se quita cuando llega a la casa o en su intimidad; porque incluso hasta los más fieles al actual gobierno se han cuestionado, y se cuestionan, en silencio, algunas de las barrabasadas cometidas por sus dirigentes, pero no se atreven a plantearlo en público. Podríamos seguir sacando leyes sobre el comportamiento marginal y aplicándolas al comportamiento diario, cotidiano del cubano, y llegaríamos a la misma conclusión: la sociedad cubana, igual que otras sociedades latinoamericanas, es una sociedad marginal. Y lo peor, el gobierno se comporta como marginal. ¿O es que acaso no ha mentido a su propio pueblo intentando hacerle creer, por ejemplo, que Cuba es el único lugar perfecto del mundo? ¿O es que acaso, otro ejemplo, no se pone una máscara ante el mundo para tapar nuestros problemas reales?
¿Reconoce su producción literaria dentro de lo que se ha calificado como narrativa del desencanto?
No soy un hombre desencantado. Dios me dice, cada día, que siempre y para todo hay una esperanza. El crítico Jorge Fornet, en uno de sus ensayos, habló de esa narrativa del desencanto. Es un intelectual que aprecio mucho, pero no comparto su tesis. Yo la llamaría, en todo caso, la narrativa de la esperanza, pues cuando alguien se decide a escribir, a reflexionar sobre problemas vitales de una sociedad; cuando un escritor se arriesga a buscarse problemas, metiéndose en análisis de la realidad que resultan de algún modo conflictivos para la política oficial, está proponiendo un movimiento de pensamiento, un debate sobre ciertas fenoménicas. Y los movimientos del pensamiento, los debates sociales siempre llevan a una salida, a una respuesta, a una solución. Eso jamás puede equipararse al desencanto. Todas mis novelas, por duras que sean, hablan de la necesidad de un cambio, hablan de la posibilidad de un cambio, incluso cuando haya una pérdida total de muchos sueños. Mis personajes, aún cuando parezcan desencantados, resignados, siempre están buscando una salida para sus vidas, sea como sea, dentro de esa marginalidad en la que viven, y aunque sienten que su tiempo se les acaba y que no ven la luz al fondo del túnel, algo les dice que el tiempo sigue y que la luz alguna vez será vista, aunque sea por otros ojos. Tampoco veo en la narrativa cubana la huella del desencanto. Ni siquiera, por poner un ejemplo, en una obra como El polvo y el oro, de Julio Travieso, donde al final la Revolución fusila por una equivocación al personaje. Tú sientes que se ha cometido una inmensa injusticia contra ese hombre. Incluso sabes que la Revolución ha echado por tierra toda la gloria, la alcurnia y el prestigio de una familia entera, pero sientes que la historia de la familia continúa afuera, en otras circunstancias, como un susurro, como una esperanza.
¿En lo personal es pesimista respecto al futuro de la isla?
No del todo, pero algo sí tengo de pesimista. Creo que hay que trabajar mucho desde ahora para detener los odios sembrados por la Revolución en los cubanos del exterior, y por los enemigos de la Revolución en unos cuantos miles de cubanos de la isla. De lo contrario, el pronóstico del baño de sangre se cumplirá y puede ser peor de lo que esperamos. Hace unos meses escuché a unos cubanos de Miami hablar de listados de comunistas a quienes hay que fusilar. Y el listado era de más de mil personas. Me asquea tanto odio. Creo, además, que otro de los daños graves de la Revolución ha sido acostumbrar a los cubanos a no trabajar y a ponerse doble máscara. El primer daño se puede resolver con bastante rapidez, creo, pero el segundo llevará décadas en desaparecer. Por ejemplo, todavía hoy, más de diez años después de la caída del muro de Berlín, he podido comprobar en Alemania los efectos de la desconfianza en el otro y de esa doble moral, en alemanes que habían residido en la RDA, un sistema idéntico al nuestro. Eso no lo noté en quienes vivían en la RFA, más campechanos, más abiertos, más confiados. Los daños en el pensamiento social del cubano, en su escala de valores, en su comportamiento como individuo social no se resolverán de un año para otro. La economía, si este gobierno no la deja más abajo del subsuelo, donde está ahora aunque digan lo contrario, podrá recuperarse algo más rápido. Pero aún así estamos hablando de algo que, según veo, no sucederá al menos en diez años. Y, si no sucede un milagro económico, después tendrán que pasar otros veinte años antes de lograr un verdadero despegue. No obstante ese pesimismo, creo que los cubanos sabremos resolver esos problemas, esas dificultades y todas las que puedan venir: somos un pueblo con una inventiva fabulosa. Ya se verá.
¿Cómo ve la salud de la literatura y el arte en el contexto de la globalización (en los negocios, las comunicaciones, el crimen, los idiomas mayoritarios), donde las tiranías del mercado o de las mafias criminales han reemplazado a la tiranía del estado?
Esa es una de las cosas en las que estoy de acuerdo con algunos intelectuales extremistas de izquierda: la monopolización de la literatura y el arte, en la actualidad, es cada vez más asquerosa y tiende, por desgracia, a la desaparición de las formas más universales del pensamiento social manifestado en ellos, sustituyéndolo por un pensamiento banalizado, consumista, enajenante, individualista y nada humanista. No creo tanto que la tiranía del Estado haya sido reemplazada. Creo, más bien, que el Estado ha establecido un pacto de conveniencia con esas otras manifestaciones de tiranía para conservar su poder. Sería iluso, demasiado ingenuo, separar el poder de las transnacionales y el poder del mercado de las estrategias de manipulación de los partidos políticos en el poder a nivel universal. Pero ello no se logra, como piensan algunos también de modo ingenuo, con la construcción de otra(s) transnacional(es) de signo contrario que van a tener que luchar contra las ya establecidas con las mismas armas sucias de la manipulación. Se impone, por encima de todo, la concientización de la intelectualidad, de modo que cada creador, cada intelectual, cada ser pensante en esta tierra, descubra que avanzamos hacia un pensamiento monolítico, robótico, que convertirá a la raza humana en un engendro y que el único pensamiento uniforme posible debe ser la defensa de la pluralidad de pensamiento y de las libertades individuales, la perpetuación de las culturas humanas, y la búsqueda de espacios para todos esos tipos de pensamiento y de culturas.
¿A su juicio, cuál debe ser el papel del escritor en el momento actual? ¿Cree en la necesidad de que el escritor se convierta en conciencia pública?
No creo que el escritor tenga que jugar ningún otro papel que no sea ser honesto consigo mismo y con sus verdaderos pensamientos y credos. Tampoco debe pretender convertirse en conciencia pública porque eso no depende de sus deseos, sino de la forma en que su obra, si es escrita con honestidad, sea recibida por la población. Coincidentemente, la mayoría de los grandes escritores que se convirtieron de algún modo en parte de la conciencia pública de un país, lo hicieron sin jamás proponérselo. El escritor es un individuo que ha podido analizar la realidad en la que vive, que siente que hay gritos que debe dar y que posee el secreto de cómo dar esos gritos. En una de mis entrevistas recientes le decía al periodista que para mí este asunto era una cuestión de ética. Lo que digo en mis libros, ya lo he dicho en la vida que tengo como persona pública, lo he escrito en otros medios no literarios, lo he defendido en muchas tribunas. El desacuerdo social no es una postura que debe servir como atmósfera o tesis o ambiente en una novela: es simplemente una posición ética ante la vida y la responsabilidad que como individuo uno tiene. En fin, que si has logrado mantener esa posición y, además, consigues escribir una buena novela con ese punto de vista, entonces las cosas funcionan y sólo entonces tu obra puede convertirse en ese vehículo ideal para mostrar el desacuerdo social. Estoy harto del mercenarismo literario que estilan algunos autores aprovechando estos temas. En lo particular, estoy harto de un grupo de escritores cubanos, residentes en la isla o en otras latitudes, que han convertido ese asunto del papel del escritor en un modo de ganar publicidad, de marcar un posible mercado para sus libros, de montar poses políticas a base de ideas que en la intimidad les importan un carajo. Mis novelas son como son por eso: son un grito inconforme porque mi vida transcurre en esos barrios, dentro de esas mierdas, bajo esas miserias humanas, no porque yo haya decidido impactar a nada ni a nadie con esas historias que, por demás, tomo de la realidad, aunque las novele. Pero son las cosas que yo he tenido que gritar y que he gritado en todas las tribunas a las cuales me han dejado llegar.
Los problemas que he tenido por escribir de ese modo (básicamente desde la novela negra) se deben a una causa única: las autoridades cubanas no quieren que se devele la dura realidad que atraviesa la sociedad, por el absurdo criterio de que develar esos problemas es dar al enemigo armas para atacar el sistema imperante. En mi caso les molesta que yo hable de las frustraciones, de la pérdida de valores, de la doble moral con que habita hoy Cuba, de la ineficacia del sistema para dar a los cubanos una vida digna, y como parece que no lo he hecho tan mal, porque las cuatro novelas de la serie han recibido excelentes críticas y una publicidad realmente asombrosa, se sienten más agredidos. Realmente no me importa lo que piensen o hagan, pues he recibido el mejor regalo: mis libros se vuelan y pasan de mano en mano siempre que se venden; o circulan clandestinamente, los que están prohibidos, luego de que alguien los consigue en el extranjero y logra entrarlos al país.
En este contexto, ¿cuál es para usted la Cuba deseable y posible? ¿Qué responsabilidad deberá asumir la comunidad intelectual para contribuir a ese futuro?
Creo que la comunidad intelectual cubana debe acabar de comprender que su verdadera responsabilidad es salvar la cultura de la politización, las parcelaciones, las divisiones y las exclusiones que hoy sufre, en ambas orillas del «asunto cubano». Debe entender que nada ganamos incentivando el odio (aún cuando, en la inmensa mayoría de los casos, se trate de un odio justificado) y que el verdadero camino a tomar es el de la unidad en los marcos siempre plurales del diálogo y el respeto al pensamiento ajeno. Aunque algunos colegas se sientan agredidos, debo decir que una buena parte de la intelectualidad de la isla ha actuado de modo egoísta y hasta cobarde, plegándose al gobierno para satisfacer sus egos, supeditando su independencia personal a las manipulaciones de quienes detentan el poder, y mendigando un espacio que les corresponde por derecho propio. No acaban de entender que la Revolución perdería otra buena parte de sus valores sin ellos y actúan como si, al perder el apoyo de la Revolución, se estuvieran suicidando. Olvidan algo esencial: los políticos pasan, las políticas son temporales (incluso la que hoy rige nuestra isla), y la Cultura es eterna. Salvar la Cultura, esa tarea priorizada del intelectual, es hoy repensar nuestra isla, nuestra Nación, nuestra Patria, y eso no se va a lograr dependiendo de las prebendas del gobierno (como hacen muchos escritores en la isla), ni haciendo el juego a quienes intentan destrozar a la Revolución (como hacen muchos otros intelectuales en el exterior); eso sólo se logra haciendo valer la independencia del pensamiento del intelectual, haciendo valer su derecho a la libertad como individuo y como creador. Por suerte cada vez son más los intelectuales que van comprendiendo su responsabilidad y, en la medida en que pueden, se hacen escuchar.
¿Qué satisfacciones o frustraciones le ha deparado su profesión?
No puedo hablar de frustraciones en mi profesión de escritor. Estoy muy satisfecho con lo logrado, aunque creo que no he llegado al nivel de calidad que soñé desde muchacho para mis obras. La gran ventaja, dentro de Cuba, es que mi nombre es conocido, que mis libros vuelan cuando los presento, que soy uno de los pocos escritores cubanos cuyos libros se imprimen y fotocopian y pasan de mano en mano. Tengo lectores, muchos y de diversas culturas. Fuera de la isla, aunque acá las autoridades culturales no hablen de ello, he recibido el reconocimiento de la crítica para cinco de mis libros publicados en España y Alemania. Eso ya es bastante. Pero si a eso le agrego que tres de esos libros han estado entre los libros más vendidos durante semanas enteras durante el año de su publicación, no veo de qué quejarme. Acá mi nombre está en el medio cultural aunque les pese a unos cuantos funcionarios, y fuera de Cuba mi nombre cada vez se hace más conocido.
El libro que, sin dudas, me ha dado más alegrías es Habana Babilonia, que ahora salió publicado por la editorial Planeta bajo el título Jineteras. Lo mandé a concurso en un premio muy importante en Cuba, no cogí nada (las razones y el porqué algún día pienso escribirlas, con las pruebas que ya tengo) y cuando fui a recoger las tres copias que presenté, sólo me devolvieron una. Las otras dos jamás aparecieron. Ahí me entró la paranoia: «la seguridad del Estado la debe estar leyendo». Y es posible que haya sido así, pero lo cierto es que otra copia cayó en manos de alguien que, de forma inescrupulosa, la fotocopió y la empezó a circular por internet, vía correo electrónico, a través de una enciclopedia de libros prohibidos en el mundo. Mi libro aparecía junto a Antes que anochezca, de Reynaldo Arenas, entre otros libros de autores cubanos censurados en la isla. Lo molesto de todo es que esa persona copió incluso la página final donde, usualmente, uno pone sus datos personales. Y sucedió que quienes lo leían por esa vía empezaron a llamarme, a escribirme cartas y correos electrónicos, se atrevían incluso a llegar hasta mi casa para saber si yo existía porque muchos pensaban que yo debía vivir fuera de Cuba para escribir una cosa como aquella. En fin, cientos de personas escribiendo, llamando, agradeciendo que yo hubiera escrito algo que ellos veían a diario y que la prensa cubana no reflejaba y los dirigentes políticos evitaban mencionar. Lamento no haber guardado en mi computadora los mensajes de los primeros dos meses. Cuando me decidí a guardarlos llegué a la cifra de 6432 personas. Así que si un escritor se pasa la vida añorando ser leído al menos por un lector, imagínate lo que ha significado para mí saber que más de seis mil cubanos se leyeron ese libro por una vía absolutamente alternativa. Más interesante aún me resulta que ahora, desde su publicación en Planeta, ha estado varias semanas en las listas de los libros más vendidos en América Latina.
¿Qué éxito ha tenido Las puertas de la noche, primer libro de la serie de novela negra?
Esa fue la novela que me dio a conocer en Europa. Trata sobre la prostitución infantil en Cuba, a partir de un caso real. En el 2002, durante la Feria del Libro de Madrid, un grupo de especialistas y críticos del género se reunieron para analizar las novelas editadas el año anterior y mi novela resultó seleccionada entre las dos novelas más impactantes publicadas en España junto a Hit List, del inglés Lawrence Block, un clásico del género. Luego se publicó para América Latina en la editorial Plaza Mayor y en el 2005 fue traducida al alemán, con una excelente aceptación crítica.
Tengo entendido que ya salió traducida al alemán la segunda novela de la serie, Si Cristo se desnuda…
Esta novela fue publicada en España en el 2002, y es una crítica a la intolerancia contra la homosexualidad y el travestismo en Cuba. La acogida crítica fue realmente asombrosa (prácticamente toda la prensa cultural española lo recogió: Babelia, ABC Cultural, El Mundo, El País, aunque en Cuba de ello no se dijo ni una palabra). Además, los lectores de novela negra la seleccionaron entre las cinco mejores novelas publicadas ese año, en el segundo lugar. Sé que en Alemania gustará, igual que gustó Las puertas de la noche.
¿Santuario de sombras será la última de la serie? ¿Próximos temas?
A Si Cristo te desnuda le sigue Entre el miedo y las sombras, que trata sobre las bandas de narcotraficantes, la pequeña mafia de la droga que ha comenzado a surgir en las sombras de los barrios marginales cubanos.No puedo dejar de mencionarla porque ha sido, de toda la serie, la que ha obtenido el mayor premio: fue seleccionada entre las cinco mejores novelas negras publicadas en el mundo, en lengua española, durante el 2003. Es un premio que todos codiciamos porque no tiene ningún valor monetario, pero es concedido por los especialistas, críticos literarios y miembros de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos; es decir, es el mayor premio de la crítica a obras del género en lengua española.
Con Santuario de sombras, donde cuento tres historias reales de protagonistas de acciones de contrabando de personas entre Cuba y Miami, ha sucedido algo similar a las anteriores: una crítica favorable realmente fabulosa, y una aceptación de público que no tuvieron las anteriores, ya que cuando salió a la venta estuvo entre los diez libros más vendidos en España, después de un libro de la serie de Harry Potter y otro autor menos conocido pero también de la literatura fantástica, que bien sabemos vende mucho.
No es la última. Ya están escritas La montaña del diablo, sobre la corrupción del empresariado extranjero con inversiones en Cuba y sus contactos con el poder político; y Los nudos invisibles, sobre la intolerancia política a partir de un crimen supuestamente político. Me falta un tema que no he podido pensar bien: la intolerancia religiosa. Veremos qué sale.
Actualmente cursa una beca en Alemania que durará hasta junio. ¿Qué hará después?
Creo que la beca me la piensan extender hasta agosto porque debo terminar una novela histórica que realmente me trae alucinado. Llevo ya cinco años intentando terminarla, pero necesito mucha concentración, mucha investigación y sólo con una beca así, que me garantiza acceso diario y sin límites a internet para buscar más información, puedo hacerlo. De todos modos en julio voy a España, a presentar mis libros en Semana Negra de Gijón, luego estaré por allá ofreciendo unos cursos que deben durar hasta septiembre, y estoy haciendo todos los trámites para hacer mi doctorado con el tema El Cuento Cubano de 1959 hasta hoy.
Si le pidiéramos un mensaje para los escritores no conocidos que hacen su obra hoy en Cuba, ¿qué les diría?
Me resulta un poco incómodo eso de andar aconsejando cuando todavía yo estoy para que me aconsejen, pero puesto a pensar puedo decir que el escritor novel debe escribir con sinceridad, sin ensuciar lo que escribe con el deseo de convertirse en una pieza del mercantilismo editorial, y no debe olvidar que tiene un don y que como ser humano está puesto sobre la tierra para desarrollar ese don para cultivar la inteligencia de su especie y no para responder a intereses políticos, sean del signo que sean. Un escritor, una obra, se hará indispensable para las batallas políticas más honestas (que creo existen algunas) solamente cuando asuma su responsabilidad de escritor con honestidad y defendiendo su derecho a la independencia de pensamiento. También podría decirle a ese escritor novel o desconocido lo que me dijo mi maestro, el novelista cubano José Soler Puig. Yo tenía 17 años cuando me dijo: «escribe como si fuera lo más importante que harás en tu vida, y cuando te sientes a escribir cree que no ha nacido en toda la historia de la humanidad un escritor tan genial y tan grande como tú. Pero cuando termines de escribir, cárgate los pulmones de humildad, y piensa entonces que eres el ser más insignificante del universo. Finalmente, graba en tu sangre, como tu única verdad, que tu sueño es encontrar, al menos, un lector que viva tus historias con la misma pasión con la que tú las escribiste».
¿Desea agregar algo que no le haya preguntado?
¿Qué más? Jamás me han hecho hablar tanto en una entrevista.