Diario de Misiones. Argentina, 3 de enero de 2004
Por Darío Elejardi
«La muerte nunca será una opción para los hombres», dijo el escritor cubano Amir Valle en una entrevista de radio, en la ciudad de Corrientes, adonde asistió invitado a las Terceras Jornadas de Educación y Comunicación, de la Universidad Nacional del Nordeste. Fueron siempre impresionantes sus palabras, igual que lo fue su conferencia, en la que nos lanzó el mensaje a los argentinos de que solamente una nación se salva cuando su pueblo conserva la dignidad y la independencia. Habló mucho de la raíz antiimperialista de los cubanos: «nada debemos esperar, ni los latinos, ni el resto del mundo, de una larga saga de gobernantes norteamericanos que siempre nos han visto como objetos de uso reciclable y no como seres humanos».
Un par de años después nos volvimos a encontrar en su casa de La Habana y desde allí, mirando esa Centro Habana que aparece en sus novelas, muy exitosas en España y Europa, nos lanzamos preguntas y respuestas, algunas de las cuales quiero dejar en esta entrevista.
D.E: Tu literatura es crítica.
AV: Toda la literatura cubana es crítica. Lo ha sido siempre. La narrativa, básicamente la novela y el cuento, han sido espacios para una reflexión sobre nuestros problemas sociales. Desde Mi tío el empleado, por citar a una bien alejada, hasta los cuentos Raúl Flores, un muy joven narrador. Prefiero asumir el papel de escritor realista, aunque también haya mucha imaginación en varias de mis historias. Me duele mucho que algunas personas, de buena y de mala fe, pues hay de todo, me quieran encasillar como un escritor que hace crítica. Simplemente escribo, y lo hago desde aquí, desde mi país, bajo el credo de que la transparencia de mis opiniones, plasmada en mis novelas y en mis cuentos, puede ser el antídoto contra ciertos traumas que debemos, y podemos, resolver.
D.E: ¿Crees entonces en el escritor comprometido?
A.V: Deberías precisar a qué compromiso te refieres. No creo que el escritor deba ser instrumento de nada, ni de nadie, salvo del pensamiento humano. En otras palabras, creo que el único compromiso del escritor es con la responsabilidad que Dios le dio; y esa responsabilidad tiene que ver con que su verbo debe señalar la llaga para intentar la cura. En tiempos como los que corren es vital que el escritor comprenda que la humanidad está al borde de un abismo que ella misma ha creado y que sólo la inteligencia puede salvarnos. No creo en falsas democracias, ni en totalitarismos ni en los extremos antagónicos en los que se está moviendo el mundo. Creo, como todos, que un mundo mejor es posible, pero también pienso que el mejor modo de construirlo es señalando los defectos que cunden hoy todas las posiciones, aceptando el diálogo como una alternativa única de comprensión y entendimiento. Creo que la humanidad tiene ya suficientes pruebas de que el atrincheramiento en posiciones contrarias, defensivas u ofensivas, aún cuando sean las más justas, no ha llevado a nada. Y los intelectuales, entre los cuales los escritores somos una buena mayoría, debemos propiciar ese entendimiento. Por suerte creo que es un hecho que los intelectuales hemos comprobado que las posiciones fascistas de la actual administración norteamericana y algunos de sus aliados en Europa (como lo fueron en tiempos de Hitler, por sólo citar un ejemplo que nadie olvida) tampoco jamás han llevado a la humanidad a un camino de plenitud en su desarrollo, sino a un retroceso y a una depauperación en todos los sentidos. Tampoco hay que estar ciegos: muchos intelectuales se han subido al carro del poder, quizás en busca de prebendas y dineros que alguna vez se esfumarán quedando sólo sus aportaciones literarias, si han sabido escribir bien. Me aterra la banalidad, la superficialidad y la falsa valentía de muchos de esos intelectuales que andan defendiendo lo indefendible, porque la muerte de nuestra raza, sin importar el criterio que se esgrima, es algo bochornoso e indefendible.
D.E: ¿Qué quisiste decir en Argentina con esa frase que repetiste varias veces: «la muerte nunca será una opción para los hombres»?
A.V: Lo mismo que se intuye de esa frase. Si lo miramos desde una perspectiva evolutiva, la humanidad apenas lleva en el mundo un par de minutos. Hay animales que llevan millones de años existiendo, y no son seres racionales. Nosotros lo somos. Lo terrible es que, a pesar de que la humanidad está cansada de destruirse a sí misma, los que detentan el poder parecen estar interesados en sólo eso: en seguir destruyéndonos. De ahí las guerras absurdas como esta reciente contra Iraq; de ahí las divisiones entre los pueblos como la de Palestina e Israel; de ahí las contradicciones económicas como la de un continente riquísimo como África donde sin embargo se concentra la mayor pobreza y miseria de todo el planeta; de ahí el menosprecio entre los pueblos del primer y el tercer mundo que convierten a toda América Latina en la despensa y estercolero de los países altamente desarrollados. Sería larguísima la enumeración de males que llevan a un mismo camino: la muerte de la raza humana. Aunque pueda parecer un extremismo religioso, creo que la humanidad no ha estado nunca más cerca del Armagedón como lo está hoy. Para colmo de males, ser racional en un mundo irracional es hoy casi un pecado y los intelectuales que han intentado despertar la conciencia humana sobre los rumbos de autodestrucción hacia los cuales va caminando la humanidad, son tratados por los grandes centros del poder mundial, en el mejor de los casos, como locos defensores de una utopía.
D.E: ¿Por qué nunca has escrito estas cosas?
A.V: Porque no creo que lo haría bien. No soy un pensador, ni un ensayista. Me atrevo a responder preguntas como las que haces porque tampoco soy una gente sin criterios, pero de ahí a escribir esas reflexiones va un buen trecho. Prefiero ficcionar esas reflexiones en mis historias.
D.E: Claro, seguro bajo el rótulo de la novela negra, que hoy permite meterse en esos vericuetos de la sociedad.
A.V: La novela negra es una opción. En los dos eventos del género a los que he asistido: las Semanas Negras de Gijón del 2002 y el 2003, que organiza un hombre de izquierda como Paco Ignacio Taibo II, le escuché decir que la novela negra se había ido convirtiendo en el único modo de reflexión crítica sobre las realidades convulsas de casi todos los países del mundo, algo como lo que sucedió con la novela como género a fines del siglo XIX. También me llamó la atención que dijera que ninguna de las sociedades existentes hoy en el planeta podrían mirar con buenos ojos un género como el de la novela negra porque siempre sería un lugar para el develamiento de ciertos traumas sociales que eran preferibles mantener ocultos hasta tanto se resolvieran, si es que se estaban resolviendo.
Mi pretensión es esa: mostrar una Habana distinta, pues he descubierto que en los barrios que vivo, en Centro Habana, hay una vida distinta a la que ofrecen los publicistas de ambos bandos y los políticos de cualquier tendencia. Y créeme que es una Habana que se defiende, que pretende salvar lo que se ha ganado con el sistema social hoy imperante, pero que es crítica porque quiere cambiar las cosas que andan mal, no porque sea una moda ser crítico. La novela negra me sirve para eso, y de ahí han salido entonces Las puertas de la noche, Si Cristo te desnuda y Entre el miedo y las sombras.Próximamente saldrá La montaña del diablo y ya doy los toques finales a Santuario de sombras, que espero sea la última de la serie.
D.E: También hay una novela histórica.
A.V: Llevo más de tres años escribiendo esa novela. Empecé a escribirla en San Juan, Puerto Rico, en noviembre del 2000, luego de una larga conversación con el historiador y director del centro de Estudios Avanzados, Don Ricardo Alegría. El me sugirió el tema: la existencia de un conquistador negro: Juan Garrido, que tuvo una participación activa en la conquista del Caribe, la Florida y la Nueva España (hoy México). Nadie jamás había escrito ficción con un personaje real como ése, con una vida realmente de novela. Hice una primera versión que llegaba hasta el capítulo doce y en otra conversación con Reynaldo González, un maestro en la novela histórica y alguien en quien confío mucho como maestro, me dijo: «tienes que releer a Bacardí». Me lancé a buscar las novelas de Emilio Bacardí, sufrí una inmensidad releyéndolo, pero al final me di cuenta de que lo que había escrito no servía de nada y tuve que rescribirlo todo. Entre eso y las búsquedas históricas he ido avanzando lentamente, pero voy quedando conforme. Jamás había pasado tanto trabajo para escribir algo.
D.E: ¿Y el erotismo?
A.V: El cubano es un animal erótico. Eso se lo escuché decir una vez a uno de mis maestros, el novelista José Soler Puig, y aunque me pareció un poco exagerado, porque él mismo no tiene grandes momentos eróticos en su narrativa, pude comprobar después que tenía toda la razón. Se produjo el destape. Cuba, hasta mediados del ochenta, era una sociedad tan pacata como lo es hoy la sociedad española: por un lado se da la idea de que es una sociedad liberal, pero llevan la pacatería en la sangre, aunque también es bueno decir que la liberalidad sexual de los últimos años va ganando terreno de un modo a veces demasiado riesgoso en cuanto a lo que al arte y las letras se refiere.
Aunque en mis cuentos haya alguna que otra escena erótica, y que conste, desde mi primer libro que ganara el premio 13 de marzo en 1986, yo escribo una novela erótica a partir de un juego. Yo aparecía en varias historias escritas por mis amigos, o sodomizado, o cuerneado, o impotente. Y decidí crear una historia donde me pudiera desquitar literariamente de esas jugarretas literarias. Así salió Muchacha azul bajo la lluvia, que es un homenaje al relato «Aura», de Carlos Fuentes, y también un homenaje a quienes en mi promoción más han cultivado el erotismo: Guillermo Vidal, Jesús David Curbelo y Alberto Garrido. Ellos son los personajes. Y con esa novela obtuve el premio de novela erótica La Llama Doble, que se convoca nacionalmente desde Las Tunas, una provincia en el oriente del país. Un concurso importante, básicamente porque de ahí han salido dos novelas que me parecen imprescindibles en nuestra promoción: La leve gracia de los desnudos, de Alberto Garrido y Fake, de otro Alberto, Garrandés.
D.E: Ese premio lo has ganado dos veces.
A.V: Dos veces. El año pasado lo gané con Los desnudos de Dios, una novela que nació cuando leí en Madrid una notica de un par de párrafos en la Revista De Libros. Allí decía que Henry Miller le había regalado a Anais Nin un manuscrito erótico de una tribu mexicana, algo así como unas amazonas o sacerdotisas, donde se hablaba de la dominación del hombre por la mujer a partir de juegos sexuales. Henry Miller lo había comprado en España. Julio Cortázar supo de ese manuscrito y quiso leerlo, pero ya Anais no lo tenía: se lo habían robado. Cuando lo recuperó, lo envió a una amante de su padre que había regresado desde París a Cuba. Averiguando supe que Cortázar le había comentado de ese manuscrito a Lezama. Me pregunté: ¿qué pasaría si todo eso se contara en una novela? Y lo hice en tres planos: Cortázar, en el París de finales del 50 buscando el manuscrito en los barrios bajos de la ciudad; Lezama a la caza de la amante del padre de Anais, en la Cuba de los años 60 (en medio de la euforia de la Casa de las Américas) y una jinetera que llega a dar con el manuscrito en la Cuba de los años 90 y decide aplicar lo que esas páginas se dice. Me divertí mucho.
D.E: ¿Por qué ese interés en Cortázar? También es parte de un relato premiado en República Dominicana.
A.V: Cortázar es quizás, después del norteamericano Erskine Caldwell, el escritor que más me ha impresionado e influido. Recuerdo que fue traumático para mí la lectura de Rayuela, precisamente porque la inmensidad de esa obra es tal que ante cada nueva lectura hay nuevas interpretaciones, incluso en dependencia de la edad con la que lees y vuelves a leerla. Y también me asiste la frustración de no haberlo conocido. Escuchar a escritores como Heras León, Reynaldo González, Pablo Armando Fernández, Abelardo Castillo, Noé Jitrik, García Márquez o Mario Vargas Llosa, haciendo historias de un ser humano tan especial a quien uno admira, se convierte en una especie de reto para la imaginación y tal vez por eso he decidido reinventarme a Cortázar, especialmente a partir de que en París un amigo escritor me dijera que todos los jóvenes escritores debíamos tener a nuestro propio Cortázar.
D.E: ¿Y en Cuba, de quien te sientes agradecido?
A.V: No puedo decir que haya muchas personas, pero las hay, especialmente porque acá sucede algo raro: en apariencias, los escritores se ayudan entre sí, los viejos ayudan a los jóvenes, y salvo muy raras excepciones eso es una falsedad. En primer lugar, y debo aclarar que el orden lo establece la llegada de estas personas a mi carrera literaria, está la narradora Aida Bahr, ese ser genial que fuera Soler Puig, ese otro maestro de varias promociones que es Eduardo Heras León, el siempre inolvidable Salvador Redonet, y más recientemente Reynaldo González. Especial lugar ocupa el chino Heras, sobre todo porque ha sido, junto a Aida Bahr, quien más recio me ha llevado en cuanto a la crítica a mi obra; dos maestros exigentísimos sin los cuales no hubiera alcanzado ni la mitad de las cosas que creo haber logrado en estos años.
D.E: Que son muchos, por cierto, aunque seas muy joven.
A.V: Ya no me creo tan joven. Incluso me sigue molestando cada vez que acá, con ese paternalismo tan natural en los cubanos, nos presentan como a jóvenes escritores. Tengo 37 años recién cumplidos. Jóvenes son esas dos promociones de muy buenos escritores que están ganando casi todos los premios literarios del país, y que no pasan de los 25 años. Claro, ciertamente puedo creer que son muchos años, pues recuerdo que empecé en el taller literario, allá en Santiago, con Aida Bahr, justamente cuando acababa de cumplir los catorce y mi primer premio nacional, por entonces el más importante del país para jóvenes, el 13 de marzo, lo gané tres años después. En fin, que llevo en esto de escribir exactamente 23 años, y no soy de los que piensan como Gardel, que veinte años no es nada.
D.E: ¿Te consideras un escritor leído?
A.V: Soy feliz con mis lectores. Y sí, me creo un escritor, increíblemente muy leído. Mis novelas Muchacha azul bajo la lluvia y Si Cristo te desnuda, así como la edición puertorriqueña de Las puertas de la noche, circulan de mano en mano, en muchas partes de la isla, de un modo que me parece alucinante. Lo he dicho en otras entrevistas. Ahora, quiero detenerme en eso: no es un mérito que me corresponda. Sé que también los libros de Guillermo Vidal y de Jesús David Curbelo vuelan de las librerías y se hacen largas colas para leerlos. Pero hay algo más. Ningún escritor cubano debe enorgullecerse de que lo lean porque es que Cuba es un pueblo de lectores. Si a eso le sumas que se hacen mil ejemplares, a lo sumo dos mil, de cada libro publicado, nadie puede vanagloriarse de ser muy leído porque es que para cada libro cubano siempre van a existir más de dos mil lectores. En España, el año pasado, coincidí en una mesa de un restaurante con Goran Tocilovac, el escritor peruano y con Jorge Franco Ramos, el colombiano, y Goran hacía el cuento de que en Perú un escritor excelente como Ivan Thays se consideraba un fenómeno de ventas porque había logrado vender en un año cerca de setecientos ejemplares de su última novela. Yo le dije, y confieso que con mucho orgullo, que en Cuba entonces todos los escritores éramos fenómenos de venta porque nuestras ediciones se agotaban en apenas semanas, y a veces en días, como sucedió con mi novela Si Cristo te desnuda en la feria pasada.
D.E: Para finalizar, ¿cuál es tu mayor sueño como escritor?
A.V: Que Dios me siga dando fuerzas para escribir. Que nadie intente taponearme la boca, malinterpretando mis obras. Que mis libros ayuden a reflexionar sobre nuestras realidades, las de este país y las de este mundo, que está más jodido que este país, porque al menos acá hay gente como yo intentando sinceramente decirles a unos cuantos que nuestra libertad, nuestra independencia y nuestros sueños solamente es patrimonio nuestro, que tenemos derecho a existir como nación y como tierra, sin intromisiones, politiquerías ni anexionismos baratos. Que Dios me permita seguir teniendo lectores, por ejemplo, como Paco, un informático que quizás te suene desconocido pero que sigue todas y cada una de mis obras, con una admiración sincera. Que Dios me de el talento necesario para escribir lo mejor que pueda hacerlo.