La Opinión. Los Ángeles, Estados Unidos, 7 de Octubre de 2007
Por Manuel Gayol Mecías
El cubano Amir Valle vuelve a la palestra. De nuevo otro libro suyo acapara la atención de los lectores y de la crítica. Esta vez no es un texto de preciso carácter documentario, ni de sustanciosos y sorprendentes testimonios o entrevistas, ni descripciones objetivas de hechos y fenómenos sociales en los que se hurga y escarba hasta encontrar las esencias como es el caso de Jineteras. No, esta vez se trata de otra de sus novelas, que cuenta una buena parte de la intimidad del dictador Fidel Castro.
Su narración sorprende, en primera instancia, por el recurso en la perspectiva del narrador, puesto que los entresijos interiores que se dan en Castro y a su alrededor se develan mediante las revelaciones que deja entrever Facundo, su escolta principal, el más cercano de todos, quien despliega su fanatismo por el Jefe cuando le comunican que el (aparentemente) inmortal mandatario acaba de morir.
La muerte de Castro conmociona a su «sombra», Facundo, quien de pronto se encuentra sin objetivo en la vida; y sólo le queda el recuento de los hechos, darle rienda suelta a la memoria como una manera de paliar su nueva soledad. Facundo ha cuidado al Presidente desde que tuvo lucidez para hacer algo «útil», pues desde los 14 años empezó a prepararse para ello. Ahora, la sombra que era no tiene dónde asirse.
¿Novela histórica?; ¿novela del dictador?; ¿novela psicológica?; ¿novela de tesis («sin Fidel Castro la Revolución no tiene manera de continuar»)? De todo un poco; es una novela umbral y de suposición objetiva, real, porque en el discurso narrativo se revela el recurso del murmullo público; novela en la que las coordenadas de género, de tiempo y de espacio se cruzan y se interrelacionan. Una manera cautivante de narrar la intimidad de una figura tan carismática y hermética como lo ha sido un hombre que ha ostentado el poder durante casi 50 años y que aún se resiste a morir, como si él, Fidel Castro, con sus palabras, pudiera echar a un lado su propia muerte y también todas las muertes que ha causado.
Amir Valle, entre tantos libros que ha publicado, con esta novela -Premio Internacional Mario Vargas Llosa, de la Universidad de Murcia, España, y publicada por Seix Barral-, logra un nivel aun más destacado dentro del sitio que ya se había ganado en la literatura cubana y latinoamericana actuales. Amir, desde Alemania, donde continúa su beca otorgada por el P.E.N Alemán, que le mantiene insertado en el programa Writers in Exile, nos concede esta entrevista, en la que hace sorprendentes revelaciones.
Manuel Gayol: ¿Llegaste a conocer, o supiste, de algún personaje en la vida real, concreta, como Facundo? ¿Para crear este personaje, te apoyaste en un imaginario literario o en experiencias de haber conocido a alguien o a algunos que te dieran la referencia para este escolta?
Amir Valle: Facundo existe, aunque con otro nombre. Es alguien a quien conozco muy de cerca y muchas de las palabras y frases que he puesto en su boca se las escuché decir en nuestros encuentros. Alguna vez le oí decir que Facundo era uno de sus muchos nombres clandestinos. Para un lector ávido de averiguar la verdad será bien fácil encontrar la identidad si lee a fondo la novela y se dedica a mirar a esos seres que rodean a Fidel, como sombras. Él está allí, siempre a su lado, con esos mismos ojillos que le pinto en la novela, con esa misma rabiosa fidelidad, con ese fanatismo de quien mira a un Dios de cerca. Nada tiene que ver con muchos de esos que estuvieron protegiendo a Fidel y ahora cuentan desde el exilio anécdotas muy parecidas a las que pueden leerse en Las palabras y los muertos. Facundo jamás traicionará, bien lo sé, porque ni siquiera tiene la inteligencia de entender que un ser humano puede equivocarse. No pasé ningún trabajo para escribir la vida íntima de Facundo, y a través de él los momentos que desconocemos en la vida de Fidel Castro, porque sencillamente estaba ahí, al alcance de mi mano, desde mucho antes de yo saber que escribiría el primero de mis libros. No me despierta ningún sentimiento, debo confesarlo: si acaso, un profundo desprecio, o quizás un lejanísimo agradecimiento porque al enfrentarme a su vida real, descubrí, hace muchos años, hasta dónde puede llegar un ser humano cuando es obnubilado por una inmensa mentira a la cual se aferra. Desde el punto de vista metafórico, Facundo puede ser, también, la historia de muchos hombres (algunos de ellos de mi propia familia), que han echado sus vidas al peor de los destinos, ciegamente, intentando convencerse de que hacían el bien aún cuando veían alzarse, junto a ellos, las sombras putrefactas y oscuras del mal. Se trata de una generación que no ha tenido ni siquiera la habilidad de concederse a sí mismo el derecho a la duda, a la pregunta incómoda y han sacrificado sus vidas aún cuando algunos reconozcan que lo que defienden se ha teñido de una intolerancia, de unos extremismos y de algunas otras cosas peores de las cuales pensaron que jamás podía acusarse a su proyecto de sociedad.
MG: ¿Tuviste temor en algún momento de estar escribiendo la novela, de que el personaje de Facundo pudiera distorsionar al del Jefe; o por el contrario, que el del Jefe, por su carga de realidad y de Historia, no permitiera el desarrollo de Facundo?
AV: Yo creo que Facundo es la verdadera balanza de ese libro, es el eslabón que impide que el libro se desequilibre y se convierta en una tesis Contra-Castro. Debo hacerte un poco de historia: durante muchos años, sin proponerme escribir nada y por simple vicio periodístico, me dediqué a coleccionar historias. He dicho, y no creo que sea jactancia, que creo tener la mayor colección de cuentos de Pepito sobre Cuba que existe por ahí, unos seiscientos y pico de cuentos. También poseo una muy rica colección de gazapos soltados en sus discursos o entrevistas por grandes personajes de la política del siglo XX, idea que me surge, no puedo negarlo, cuando leo el libro Decadencia y caída de casi todo mundo, de Will Cuppy. Pero con ese mismo afán coleccioné las historias que escuchaba a la gente común sobre la Historia (con inicial mayúscula) de nuestro país. Pero no cualquier historia, sino la historia que escuché a la gente más humilde. Por ejemplo, alguien muy cercano a la familia del general Arnaldo Ochoa me hizo la versión que tienen ellos del ajusticiamiento de su padre. Esa historia no me interesó. ¿Por qué? Por que ellos, de algún modo, por simples razones familiares, fueron testigos cercanos de esos sucesos. La historia sobre el enjuiciamiento de Ochoa que aparece en el libro se la escuché a un viejo guajiro de Manatí, padre de un escritor tunero.
Y fue justamente nuestro querido hermano y colega Guillermo Vidal quien un día me dijo que yo tenía en la mano una mina de oro para escribir otra novela sobre dictadores. Recuerdo que armé la estructura de la novela y descubrí algo asombroso: todas las historias recogidas a lo largo de unos once años, tenían que ver con un hombre, Fidel Castro. Caí de golpe en algo que pienso es un fatalismo: las vidas de los cubanos en los últimos sesenta años han estado gravitando en torno a ese hombre, y aunque nos duela confesarlo, no hemos vivido nuestras vidas, hemos estado viviendo el proyecto de vida que para nosotros tenía ese hombre. Incluso los que hemos tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de salir del país y librarnos de algunas ataduras por él creadas, seguimos gravitando en torno a su existencia, porque el destino de nuestra isla sigue marcada por el fantasma de ese hombre. Descubrir esa realidad me llenó de tanta rabia que decidí escribir el libro. Pero el miedo estaba allí. Un miedo real, físico, que podíamos palpar mi familia y yo. Por ese miedo, únicamente Guillermo Vidal y mi amigo, el periodista y escritor, Armando León Viera, leyeron las versiones de la novela. Un día le leí también un capítulo al escritor Nelton Pérez y luego tuve miedo: sentí que lo estaba implicando en un peligro que solamente yo debía correr por mi locura.
He dicho también que las coincidencias históricas marcaron esta novela. Fui invitado a la Feria del Libro de Santo Domingo, en República Dominicana, el mismo año en que Vargas Llosa fue allí a presentar La fiesta del Chivo. El escritor dominicano Marino Berigüete, otro gran amigo, me regaló esa novela. La leí de un tirón y esa lectura me hizo perder todos los miedos que me impedían empezar la escritura. Otra coincidencia: la musa me sopló el primer párrafo de la novela en el avión en el cual regresaba a La Habana. No tenía papel a mano, y recuerdo que escribí ese primer párrafo en la primera hoja en blanco de otro regalo que me hizo Marino Berigüete: la novela Los carpinteros, de Joaquín Balaguer, justamente uno de los personajes reales de La fiesta del Chivo. Balaguer y su papel en la historia dominicana me hicieron reflexionar en quién debía contar mi novela. Tenía que ser alguien como él, alguien que hubiera estado a la sombra de un dictador. Busqué y allí estaba ese hombre de carne y hueso a quien decidí poner Facundo, haciendo uso de uno de sus nombres para el trabajo secreto.
Y es la balanza, repito, porque su ceguera sirve de contrapeso a la fuerza siniestra de cada historia protagonizada por su Dios, Fidel Castro. Él, en su obnubilación, justifica todo, busca explicaciones donde una mente cuerda no las hallaría, intenta poner un orden justo a lo que por naturaleza ha nacido injusto, irracional. Y ese enfrentamiento entre su «tonta ingenuidad» y la cruda maquinación del caudillo y de su corte para lograr sus objetivos políticos, ofrece a la novela, creo yo, un mayor equilibrio.
MG: ¿Hasta qué medida la Historia; y hasta qué medida la ficción?
AV: Eso nadie lo sabe, como nadie puede saber si la historia que nos han mostrado, si las versiones que nos muestran todavía hoy son las reales. Yo me he quedado frío con las historias que he ido leyendo acá en Alemania sobre la «incorrupta, perfecta y humanísima República Democrática Alemana». Hay más espanto en muchas de esas historias que en la mayoría de las películas de terror de Hollywood, y son casos reales, cosas que se les ocultaron al mundo. ¿Asistiremos a lo mismo en Cuba cuando se desclasifiquen los archivos de estos años de Revolución? Me temo que sí. En la novela mi única pretensión fue recuperar las historias contadas por el pueblo, por la gente humilde, rescatar la voz de los que no tienen voz en el discurso oficial ni intelectual de nuestra historia. Y fui tan respetuoso que no puse las historias que yo mismo viví, ni forcé historias recogidas para acercarlas a mi punto de vista, aún cuando en algunos casos yo no crea que sea cierta la versión que puse en la novela. Interesante, sin embargo, me ha resultado escuchar las opiniones de muchos lectores que me han manifestado encontrar en la novela una verdad que intuían, o verdades que tienen comprobadas por sus experiencias de vida. Eso ha sido gratificante. Pero, te insisto, la especulación histórica a través de las fuentes populares no es un invento mío, y casi siempre que se ha hecho, el resultado ha estado más cerca de la verdad histórica que la misma historia oficial.
MG: ¿Podría ser -a tu consideración- una novela que, aun cuando cabalgue entre la Historia y la ficción, proyecte su tesis. Y cuando digo tesis, me refiero a eso que se ha hablado bastante de que: «Después de que usted se muera, Jefe, esto se va a la mierda»? ¿Consideras que en la realidad esto es, o puede ser, así?
AV: Si no es totalmente así, puedo asegurar que para la mayoría de los cubanos con la muerte de Fidel Castro se producirá la muerte de su proyecto de Revolución. Y fíjate que hablo de «su proyecto» porque conozco a muchos hombres que estuvieron en los inicios de esa Revolución, que tenía objetivos e ideas bien distintas a las que la locura personalista de Fidel Castro la ha llevado. ¿Sabes cuál es el texto más contrarrevolucionario que existe en Cuba, si entendemos por Revolución eso que Fidel Castro y su gente ha impuesto en nuestro país? Pues nada más y nada menos que la historia me absolverá, que como todos sabemos es el proyecto original de la Revolución cubana. Desde el punto de vista personal, mi tesis es simple: la realidad demuestra que la Revolución, tal cual es hoy, no ha cumplido a cabalidad ninguna de las promesas hechas por Fidel en su alegato de defensa cuando el juicio por el asalto al Moncada. Las ha ido postergando una tras otra, siempre con una justificación distinta, en la cual por cierto, jamás ha reconocido sus errores. Siento una vergüenza inmensa cuando colegas intelectuales de la izquierda, enceguecidos por sus sueños (que muchos son justos y los comparto, y no hablo de los intelectuales oportunistas que se ceban del cadáver del pensamiento de izquierda) le piden al pueblo cubano que sigan resistiendo por un futuro mejor: ¿no se han preguntado cuántas generaciones han pasado ya sacrificándose por ese futuro que, cada vez, es peor para los cubanos?, ¿no han pensado en cuantos millones de cubanos han visto sus familias divididas, sus sueños frustrados y sus vidas destrozadas en lo profesional y lo personal porque un gobierno no ha sabido encontrar el camino a la independencia nacional sin violar la soberanía individual de cada ser humano? Creo, sinceramente, que en Cuba ya no hay que hacer ninguna Revolución: lo primero es salvar lo poco que va quedando de la isla, y para eso cada día que pasa va siendo más claro que habrá que esperar a que Fidel (y toda su influencia en las élites del poder actual) muera.
MG: ¿Crees que esta novela debería tener una continuación, en la que se siga contando esta infinita historia del dictador Fidel Castro, mediante otros personajes, o quizás, un diario… en fin, el mar…?
AV: Puede ser, pero te juro que no me vuelvo a meter en un proyecto tan ambicioso como éste, de modo que esa otra parte se la dejo al que la desee escribir. Además, como dicen por ahí, segundas partes nunca fueron buenas. Pero sí, hay mucho material de donde escoger, y no ya sólo en la historia de nuestro «ilustre» dictador. Hay unos cuantos de esos que se aferran al poder que tienen historias como para escribir una saga al estilo de Galdós o de Balzac.
MG: El final. ¿Surgió por sí mismo? ¿Pensaste variarlo? ¿Es posible que una persona como Facundo termine de esa forma; o que espere que lo vengan a matar para vender cara su vida?
AV: Lo único que hay mío en la novela, y me refiero al aspecto anecdótico, es ese final. Es un final deducido de la lógica de vida del personaje Facundo. Pero además, si analizas bien su psicología y su accionar en la novela, no hay otra salida para él que la que tiene en mi obra. Lamentablemente, incluso para el personaje real no existe otra salida: su única cualidad es su fidelidad, jamás traicionaría a Fidel ni siquiera para apoyar a su hermano, suponiendo que Raúl decidiera mantener el proyecto de Revolución de Fidel, cosa que, ya vamos viendo si analizamos lo que está sucediendo en la isla, no está en la cabeza del sucesor. Hace un par de meses tuve noticias del Facundo real y te puedo asegurar que está viviendo como mi personaje, como si estuviera todavía encerrado en su oficina en el Palacio de la Revolución, a la espera de algo que no sabe.
MG: ¿Estimas que un dictador como Fidel Castro realmente se creía (o se cree si aún esta vivo) ese cuento de que era el Mesías esperado, el predestinado o destinado a liberar a su pueblo, y hasta a la humanidad misma, y nunca haya tenido ojos para ver todo el dolor, las muertes y el desastre que le ha traído a su pueblo y a otros lugares del mundo?
AV: Hay un programa humorístico en Miami, hecho por autores cubanos, que satiriza las mesas redondas que se hacen en Cuba. Seguro lo has visto. Se llama La Mesa Retonta. Allí, el personaje que hace de Fidel dice mucho una frase que a los cubanos nos resulta muy familiar: «voy a hablar porque el pueblo lo pide». Eso es simple y puro mesianismo. Y que conste que nosotros, los que creemos en Jesucristo sabemos bien qué cosa es el Mesías. Lo de Fidel Castro es pura enfermedad. El mesianismo te hace creer que eres Dios. Fidel ha tenido el poder de Dios, aunque a muchos les cueste reconocerlo: manejó hasta los hilos más invisibles de nuestra isla; ha movido como marionetas, a su antojo, a cientos de presidentes latinoamericanos, norteamericanos y de otras latitudes, llegando a estar a la cabeza de eso que llaman Tercer Mundo; ha hecho cambiar, incluso, las políticas hacia América, África y los Estados Unidos por parte de los gobiernos de Europa y buena parte del primer mundo. No es poco lo que ha logrado en materia de influencias, aunque nada de eso haya devenido en bienestar y libertad para los cubanos. Cuando un gobernante, tenga la ideología que tenga, cree que lo que hace es lo mejor para el pueblo, y no le da a ese pueblo la posibilidad de comunicarle lo que realmente piensa, está jugando a ser Dios. Basta leer los discursos de Fidel, o muchas de sus entrevistas, para notar que él nunca habla en primera persona cuando se refiere a su proyecto de Revolución para Cuba y el Mundo: habla en tercera persona del plural, y ese «nosotros», en su credo, es el pueblo. A eso debes sumarle que, desde muy joven, se creyó destinado para ser un Mesías, un hombre especial, un ser superior, y todo lo que hizo en su vida fue para lograr eso. Pero lo más grave de todo es que, como le está sucediendo hoy a la izquierda internacional, Fidel cree firmemente (y ahí están sus entrevistas) en que cualquier sacrificio es necesario cuando se quiere lograr un fin. Él, como buena parte de la fanática y falsa izquierda internacional, es capaz de justificar todo con el pretexto de que se hace por un mundo mejor. Hace unos días, en una noticia de un periódico de izquierda que no merece ni que lo mencione, leí un trabajo de uno de esos teóricos de la nueva izquierda latinoamericana donde aseguraba que los crímenes que se le achacaban a Stalin eran una exageración de los enemigos del socialismo. Es enfermizo, ¿no crees? Hay verdades que no pueden ocultarse. Y la vida misma de Fidel Castro, sus palabras, e incluso sus escritos más recientes donde se erige como el salvador del universo, demuestran que se cree que es un verdadero Mesías.
Gracias por tus palabras, Amir, que son las del amigo y la del escritor de buena literatura. Éstas redimen el espíritu del lector de cualquier tipo de opresión, incluso la del tedio y la de la enajenación cotidiana, y le otorgan el verdadero conocimiento de una realidad muchas veces tergiversada.