Hypermedia Magazine, 5 de febrero de 2021
Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:
¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o sus métodos de escritura? ¿De qué modo?
En un año en que millones de personas en el mundo perdieron sus trabajos y otros muchos millones más vieron reducidos sus ingresos salariales con los ajustes económicos por la pandemia, me sentí un privilegiado: las labores no cesaron en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, ni en la agencia internacional de noticias Deutsche Welle, sitios donde me desempeño como Experto en América Latina y periodista, respectivamente. Tuve, en resumen, más trabajo que otros años y, si acaso algo cambió, fue el tiempo que normalmente paso en mi casa, debido a que me tuve que someter a cuatro cuarentenas de 14 días cada una, debido a mi contacto con colegas que resultaron positivos al Covid-19. Seguí entonces escribiendo, como de costumbre, todos los días, con la diferencia de que durante unos cuatro o cinco meses pude dedicar a la escritura más de las dos usuales horas diarias. Así pude terminar la versión definitiva de mi novela No hay hormigas en la nieve, historias del exilio cubano en Alemania en el siglo XX y lo que va del XXI; pude completar la primera versión de la noveleta 1959. Habana es un nombre de mujer y comenzar a escribir 1960. Viejo retrato de Cuba que no es de Chagal, obras estas que vienen a ser los dos primeros pasos de un proyecto mayor: mi serie de novelas cortas «Los infiernos sumergidos».
¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?
Mi ritmo de lectura, aunque con la edad ha ido disminuyendo, sigue siendo muy alto, y además leo tres y cuatro libros a la vez. Y disponer de más tiempo este año, la imposibilidad de viajar y la asunción de funciones de editor al frente de Ilíada Ediciones me obligó a leer aún mucho más. Lo único que he extrañado son las largas lecturas en los aviones. Hace unas semanas, en una charla online con colegas escritores latinoamericanos, se asombraban de que yo había leído casi todos sus libros publicados en los últimos 10 años, que había sido jurado en tres premios internacionales de novela y que me conocía al dedillo cualquiera de las más de 40 obras que he publicado en Ilíada Ediciones. Me preguntaron cómo hacía y, aunque no puedo responder a eso porque no tengo idea ya que es un mecanismo que se activa siempre más allá de mi raciocinio, recordé que uno de los escritores más originales de las letras cubanas de todas las épocas y que menciono siempre para que su temprana muerte no hunda su obra imprescindible en el olvido: ese hermano espiritual que fue Guillermo Vidal, bromeaba diciendo que yo debía leer hasta dormido.
¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?
La primera plataforma sería mi propia editorial y el proceso evaluativo de cada uno de los libros que publicamos en 2020, pues yo doy la lectura última y definitiva a las obras aprobadas por los tres lectores especializados que asumen la evaluación de todo lo que nos presentan. En este caso hablamos de más de 30 obras leídas y unas 11 aprobadas, entre las que destacan autores cubanos como Alfredo Antonio Fernández, Rafael Vilches, Ana Rosa Díaz Naranjo, Frank Castell, Alejandro Aguilar, o esa increíble narradora que merece ser más conocida, la rusa/cubana Galina Álvarez, entre otros; los colombianos Marco Tulio Aguilera Garramuño y Gustavo Forero, los mexicanos Juan Manuel Villalobos y Grizel Delgado, el argentino Fernando López, o el descubrimiento de Ilíada Ediciones este 2020: el venezolano Johan Ramírez, alguien que dará mucho que hablar en las letras latinoamericanas y a quien incité a armar y publicar con nosotros su primer libro de cuentos Fe de erratas. Ocho cuentos para remendar la vida, una obra excelente.
Luego están los cientos de ensayos, reseñas, entrevistas, poemas, cuentos y fragmentos de novela que publico trimestralmente en OtroLunes – Revista Hispanoamericana de Cultura. Después, las obras de colegas amigos que uno sabe que van a preguntar qué te pareció su nuevo libro, así que ser amigo de tantos escritores latinoamericanos y españoles de alta valía me mete en unos compromisos que a veces no creo poder superar. Súmales esos otros, la mayoría cubanos, que me envían sus libros buscando mi opinión que, según ellos y para mi orgullo, consideran importante como elemento de validación intelectual, y como me cuesta recibir un regalo así y no dar mi opinión sobre la obra al autor, puedes ya imaginar el rollo que se me arma.
Eso no ha variado este año con la pandemia. La lista de libros y autores sería tediosa, pero, por las circunstancias especiales en que ocurrieron, puedo mencionar Como polvo en el viento, de Leonardo Padura; El centro del mundo, del español José Luis Muñoz; La hija única, de Guadalupe Nettel; varias novelas de una de las editoriales más interesantes del panorama actual para quien desee leer buena literatura de otras culturas, Nocturna Ediciones; o libros cubanos que considero ya de imprescindibles lectura como 1959. Cuba el ser diverso y la Isla imaginada, de Manuel Gayol Mecías; Realismo metafísico: un texto mistérico acerca de la creación literaria de Armando de Armas; o el último libro que leí: El hombre con la sombra de humo, una novela realmente memorable de José Hugo Fernández, que ganó el premio Hypermedia 2020.
¿La nueva situación global le inspirado algún proyecto literario?
Como se sabe, nunca separo al periodista y al escritor, así que fui construyendo un libro de sucesos reales narrados literariamente sobre casos curiosos e incluso anómalos en eso que llamamos «especie superior» como reacción a la pandemia. Fueron informaciones aisladas que llegaban desde todas partes del mundo y que, en momentos en que bajaba el ritmo de trabajo en la redacción, anotaba para que no se me olvidaran. Eran en algunos casos tan irracionales que estoy seguro cualquier mente sana los borraría con el paso del tiempo. Si tuviera que etiquetarlos diría que son relatos testimoniales.
Un ejemplo: cuando se levantó la cuarentena en Wuhan, la ciudad donde supuestamente surgió el virus, las autoridades encontraron una granja abandonada en las afueras, perteneciente a una familia conocida en esa zona de la que no se tenía noticias. Después de una intensa búsqueda decidieron cerrar el expediente de investigación. Pero uno de los vecinos cercanos vio salir a un perro de una vieja cañería que conectaba a tres pozos de agua, ya secos y sellados, que durante años habían servido para regar los cultivos de hortalizas. Durante un par de días, a la caída del sol, vio que el perro salía a desparasitarse, ese modo ancestral de los perros de comer ciertas yerbas para eliminar parásitos intestinales, y luego lo veía colarse en la tubería. Dio la alarma, buscaron en el pozo, que llevaba años tapiado, y encontraron dentro a la familia. Se habían encerrado allí, asustados, al inicio de la pandemia, después de construir en pocos días una galería lateral cavada en la tierra, que acondicionaron como habitación y otra amplia galería que servía de almacén y cocina, y mediante la que se comunicaban con los otros dos pozos, donde también habían almacenado alimentos. Se iluminaban con velas y lámparas de aceite. Todo aquello se aireaba gracias a las cañerías por donde salía el perro a desparasitarse, obviamente sin permiso de sus dueños. No sabían que la amenaza había terminado, así que al final el perro los salvó de morir allí donde, todavía más curiosamente, se alimentaban de arroz, con reserva suficiente para meses, y de sopas que preparaban con topos, ratas a las que hacían bajar desde la superficie con muy originales trampas y… esto es lo más literario de todo… cazando con flechas ejemplares de esa enorme comunidad de murciélagos que colgaban de la inmensa tapa y las paredes, en el interior de los otros dos pozos, a pocos metros del que ellos utilizaban como vivienda. ¿Parece absurdo, invención de novelista? Pues no, es un suceso absolutamente real que la prensa china reflejó con pelos y señales.
Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).
Siempre, y me sucede desde que era niño, me cuesta trabajo dormir más allá de las cinco y media de la mañana. Necesito pocas horas para descansar, pues suelo dormirme bastante tarde, a veces entrada la madrugada. Incluso los domingos me propongo dormir más, pero ahí me tienes, a las cinco, dando vueltas en la cama. Entonces, me levanto, me preparo mi jarra de agua tibia con limón que tomo cada mañana, oro a Dios unos minutos y me pongo a escribir. Una hora y media, dos quizás, pues a las 8 se levanta mi esposa y prepara el desayuno. Entonces reviso los emails, leo las noticias y me dispongo a mis otras dos funciones, según corresponda; es decir si tengo que ir al MINREX o a Deutsche Welle. Como, salvo excepciones, ambos son trabajos de pocas horas, suelo estar en casa, a más tardar a las tres de la tarde y ahí entronco con mi otra responsabilidad: dirigir el trabajo del equipo de Ilíada Ediciones, labor en la que desde temprano está mi esposa. Si no hay mucha carga en eso, me encierro en mi estudio y reviso lo escrito esa mañana, o escribo otras cosas, generalmente artículos, reseñas, ensayos, prólogos que me piden… cosas así… Hasta las siete de la tarde, hora en que hago un poco de ejercicio físico para despejar la mente. Después, también como parte de lo que llamo «relax enriquecedor», veo en la TV series humorísticas o de otro tipo, o películas, o audiovisuales diversos aunque mayoritariamente históricos, científicos. Termino en la cama, como se supone por lo que dije en la tercera pregunta, leyendo, que es algo que no dejo de hacer, aunque lo haga solo a retazos, en la inmensa mayoría de esas otras funciones y momentos anteriores que he descrito en este «un día de mi vida como escritor».