Los desheredados de Mecenas

Martí Noticias. Estados Unidos, 7 de enero de 2011

Por Manuel Vázquez Portal

En el Paseo Marítimo de Niza.

En el Paseo Marítimo de Niza.

Mientras el oro del Kremlin relumbró en las arcas de La Habana, el artista cubano gozó de rica y ancha avena. Era un protegido y orientado del Partido, el único partido, y su única preocupación consistía en ser voz, suma y reflejo de la muchedumbre triunfante que conquistaría el glorioso porvenir.

Este, es un yugo: quien lo acepta, goza.
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.

 José Martí.

Aunque siempre existieron «sospechosos» como Virgilio Piñera o José Lezama Lima; Ernesto Lecuona o Fidelio Ponce, y no «tan sospechosos» como Guillermo Cabrera Infante o Severo Sarduy; Celia Cruz o Cundo Bermúdez, la inmensa mayoría aceptó el mecenazgo a cambio de lo que Heberto Padilla viera luego en su libro Fuera de juego como la petición de hasta la lengua.

Eran tiempos en que las ediciones de libros se hacían por cientos de miles, las exposiciones de pintura -con nutridas representaciones de «los solidarios hermanos del campo socialista»- menudeaban en la capital de la isla, los festivales, simposios y francachelas supuestamente culturales se efectuaban al por mayor, sin tomar en cuenta los costes. Pero el tiempo es un depredador voraz, sin lindes ni ideología, y ha puesto las cosas en su sitio.

 

Coopere con el artista cubano.

El primero de enero de 2011, a más de veinte años del derrumbe del socialismo real, el viceministro cubano de Cultura, Fernando Rojas, aseguró a la prensa local que este año va a ser un año muy tenso. De menos asignaciones presupuestarias, sin discusión. Un período en el que tienen que crecer los ingresos, lo que significa que el arte y la cultura han de pasar a ser empresas rentables por medio de la autogestión. ¿Volverá acaso -como ya ocurre en ciertas instalaciones turísticas del país- que tras la función, los artistas se vean obligados para obtener magras ganancias, pasar «el cepillo y decir señor: coopere con el artista cubano?.

Luego de una catástrofe económica que se ha prolongado más allá de lo soportable, y dentro de la cual la población se ha visto obligada a hacer uso de las más estrambóticas iniciativas laborales y comerciales, la jerarquía cubana ha decidido reformatear las derruidas bases de su sistema y ha propuesto un paquete de medidas que van desde más de un millón de despidos hasta la eliminación de la mayor parte de las subvenciones que caracterizaban el paternalismo gubernamental.

El arte y la cultura, por supuesto, no escapan a este reajuste y se avecinan tiempos tormentosos para los artistas e intelectuales dentro de la isla, como ha afirmado el propio viceministro de Cultura, Fernando Rojas.

Teniendo en cuenta los nuevos derroteros que se abrirán, o cerrarán, ¿quién sabe?, para los desheredados de Mecenas, nos hemos propuesto escuchar a algunos reconocidos intelectuales cubanos dentro y fuera de la isla. Aquí tienen voz tres reconocidos escritores de tres generaciones diferentes.

 

En carne propia.

Ante mi pregunta de: ¿cuál sería, según tu criterio, el impacto que las reformas económicas que emprende el gobierno cubano, tendrán sobre el arte y la cultura, sobre todo en el sector más joven?, el escritor y periodista Amir Valle, uno de los más destacados intelectuales de la «generación de los ochentas» me respondió desde Berlín:

La crisis económica cubana ya venía haciendo estragos en la cultura en una espiral que no se ha detenido desde los años duros del período especial. Empecé a trabajar en el Instituto Cubano del Libro en los años posteriores a ese período y recuerdo que la llamada «recuperación» era más un eufemismo propagandístico que una realidad, pues la palabra «crisis» estaba en todas las bocas de los representantes del Ministerio de Cultura. Fueron los años en que la sede del ICL se quiso transformar en un mercadillo cultural: se inauguró un Café literario que fue un fracaso; se quiso traer de Italia una máquina impresora de fotografías, muy moderna y única en La Habana, que supuestamente atraería público con dólares; se intentó negociar con la Oficina del Historiador de la Ciudad la apertura al turismo, mediante alquiler, del mirador en la azotea del ICL; se quiso vender toda la primera planta derecha a empresarios extranjeros para que utilizaran esa parte del Palacio del Segundo Cabo en negocios realmente seudoculturales y se rentó la otra ala de la planta baja a una red de librerías que vendía en dólares. Incluso recuerdo que se manejó la idea de incluir colecciones de novelas a lo Corín Tellado en algunas editoriales provinciales, novelas que serían encargadas a escritores cubanos que vendían muy bien sus libros.

Lo curioso es que esa crisis funcionaba solamente para la cultura nacional, pues fui testigo en cientos de reuniones de la doble moral política al respecto. Un solo ejemplo, en el año 2000, mientras no teníamos para publicar ni siquiera los libros de los premios literarios convocados y concedidos, y justo cuando estaban detenidos más de 200 títulos en todo el país por falta de dinero, y el dinero disponible alcanzaba solamente para imprimir mil ejemplares de los pocos títulos que resultaron afortunados en esa larga lista de espera, llegó la orden «de arriba» de que había que publicar e imprimir el libro Operación Pedro Pan. Un caso de la guerra psicológica contra Cuba y se nos ordenó «que cada familia cubana tenga un ejemplar». Era un libro de más de 400 páginas, lo hizo la Editoria Política y recuerdo que en los almacenes del Instituto habían estibas que llegaban hasta el techo.

En la actualidad es todavía más dura la situación y te puedo asegurar que es un tema recurrente en la comunicación diaria que sostengo con más de una veintena de colegas que viven en la isla, algunos de los cuales ocupan cargos oficiales del poder cultural. Hay que marcar, ante todo, el abismo entre capital y periferia. Mientras los colegas de la Habana suelen ver la crisis con más optimismo, e incluso algunos me han hablado de que las autoridades culturales tienen «el puño de la censura menos cerrado», las noticias que llegan de provincias son realmente desalentadoras. Como bien sabemos, en las provincias incluso la represión contra el pensamiento intelectual contrario al oficial suele ser más aplastante, menos encubierto que en la capital.

En primer lugar, que este anuncio de las autoridades culturales de que el 2011 será un año duro para la cultura, económicamente hablando, es simplemente el reconocimiento público de algo que ya los escritores, artistas y trabajadores de la cultura estábamos viviendo en carne propia durante años.

En segundo lugar, y es lo que más preocupa a nuestros colegas en la isla, este cambio de postura oficial apunta a tres caminos que, ya se verá, afectarán profundamente la cultura nacional:

por un lado, las medidas anunciadas indican un claro posicionamiento en la capitalización de la cultura bajo el rótulo de «hay que vender lo vendible», «hay que hacer de la cultura un negocio rentable» o «hay que comprender de una vez que la cultura puede ser también una fuente de ingreso» (rótulos por cierto que no son de mi autoría, ya que han sido escuchados por nuestros colegas de la isla en reuniones con funcionarios de la cultura en Holguín, Santa Clara y Santiago de Cuba, en estos tres casos).

Por otro lado, se habla de cubrir la crisis con la inventiva popular local y con la entrada, como protagonistas de la cultura, del «amplio movimiento de aficionados». Es decir, se retoma como posible solución una idea absurda de Fidel Castro que la realidad se encargó de derrotar (sin hablar de la oposición que tuvo esa locura en la mayoría de los artistas, escritores e intelectuales más serios): aquella «masificación de la cultura» que tanto daño hizo en los años 90 cuando se difundió el concepto de que artista, escritor, intelectual puede ser cualquiera si se ponen en sus manos las condiciones materiales para que desarrolle «sus talentos», violando así una regla de oro de la cultura: la cultura puede (y debiera) ser de todos, disfrutada por todos, pero jamás podrá ser «hecha» por todos o, como se pretendió en Cuba, por «cualquiera».

Y por otro lado, en materia de financiamiento se habla de «invertir en la vanguardia intelectual» y de tener sólo en cada localidad «los artistas que se necesiten». Quienes hemos vivido en Cuba en los últimos años conocemos bien qué es lo que los políticos llaman «vanguardia intelectual» y sabemos bien qué condiciones se exigen a los escritores, artistas e intelectuales si quieren ser «promovidos» o «favorecidos» por el llamado Programa Cultural de la Revolución.

Todo este engendro de llevar a la cultura un concepto de gestión capitalista pero con claras directivas ancladas en la lucha ideológica «socialista» que ya conocemos, tiene puntos neurálgicos que son motivo hoy de preocupación de nuestros colegas en Cuba a partir de lo que les ha sido comunicado en reuniones realizadas en varias provincias del país:

Habrá una «racionalización» en la entrega de dinero por premios literarios, pago de derechos de autor y pago por participación en actividades culturales (conferencias, presentaciones de libros, lecturas, etc.) que constituían un ingreso fundamental para el mal pagado sector de los escritores. Todo el mundo se manifiesta preocupado porque ya saben los extremos a los que puede llegar la palabra «racionalización» cuando es pronunciada por los funcionarios.

Se racionalizarán también las publicaciones (en La Habana se ha hablado claramente de la palabra «reducir» publicaciones), se harán «más objetivas» las tiradas de los libros (el número de ejemplares impresos) y se priorizará «la vanguardia intelectual» y los escritores «que hasta hoy son venta segura». Lo que pasará con las editoriales provinciales está aún en la más oscura de las incógnitas.

Se eliminarán subvenciones a instituciones y eventos que no se consideren estrictamente arraigados en el Programa Cultural de la Revolución. Y en reuniones del ICL, el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y la UNEAC se ha dejado bastante claro que la primera prioridad en otorgamiento de presupuestos será para aquellos eventos que sirvan de promoción internacional a Cuba, tales como ferias internacionales en la isla y diversas áreas del plan llamado ALBA Cultural.

Se eliminarán las gratuidades en el pago a espectáculos y productos artísticos, se elevarán los precios de entrada y de adquisición de obras de arte, libros, etc.; se disminuirán las escuelas de instructores de arte y se «racionalizará» la selección de entrada de jóvenes a las escuelas de arte «de acuerdo a las necesidades del país».

Dos aspectos más a destacar pueden ser, como se discutió por un grupo de escritores en Holguín y como pude constatar en emails recibidos desde Ciego de Ávila, el reordenamiento de los cauces promocionales nacionales e internacionales y los despidos en el sector cultural, que como se sabe es uno de los que más «plantillas infladas» tiene el país.

Una pregunta muy recurrente es la de cómo y quién priorizará la promoción y difusión nacional e internacional de los creadores revolucionarios (esa llamada «vanguardia intelectual»); pregunta que surge a raíz de la entrevista concedida por Fernando Rojas y también debido a opiniones vertidas en reuniones de análisis donde se ha dicho que «lamentablemente» habrá que correr incluso el riesgo de abandonar lo logrado en promoción nacional de aquellos artistas cubanos residentes en el exterior que no se hayan manifestado contra el proceso revolucionario a quienes, llegado el momento, puede ofrecérsele la alternativa de pagar su promoción en la isla, en efectivo o en «especie» (es decir, que se conviertan en difusores oficiales del Programa Cultural de la Revolución, y de los «logros» de ésta en los países donde viven).

La otra pregunta tiene que ver con una realidad aplastante: muchos de los artistas y escritores de prestigio que trabajan en instituciones del Ministerio de Cultura entran en zonas de eso que se llama «plantillas infladas». ¿Se harán esos despidos afectando a esos profesionales, sin tener en cuenta su prestigio, su importancia para la cultura nacional siguiendo un criterio estrictamente economicista o se impondrán, para la ola de despidos en el sector cultural, otros criterios de selección?