Revista Arique. Cuba-Chile, 12 de noviembre de 2006
Por Raúl Tápanes López
Amir Valle, el conocido narrador, periodista, crítico literario y ensayista (Santiago de Cuba 1967), ha accedido gentilmente a responder algunas preguntas en relación con la poesía especialmente para los lectores de Arique. Amir, que ya a los veintiún años había ganado los más importantes premios literarios del país, es autor de una veintena de libros, entre ellos las novelas Santuario de sombras y Si Cristo te desnuda, y ha escrito uno de los libros más leídos en Cuba, a pesar de haber circulado clandestinamente: Habana Babiblonia o Prostitutas en Cuba. Hoy se encuentra en Alemania, donde prepara su próximo libro.
P: Sabemos que es un voraz lector de poemas, tanto que ha llegado a confesar que lee más poesía que narrativa y que, dicho sea entre paréntesis, también los ha escrito. A decir de algunos críticos la poesía nuestra se mueve entre el corpus-norma y el corpus-desvío. ¿Considera que puede hablarse de una nueva poesía cubana?
R: No me gusta hablar de poesía porque, usualmente, se suele dar más credibilidad a la opinión cuando uno ha escrito al menos algo digno dentro del género. Sé que mis opiniones sobre la narrativa son altamente valoradas en los predios intelectuales universitarios. Y como no he escrito poesía temo resultar pedante y malintencionado. Pero ya que me preguntas, y como no suelo esquivar ninguna pregunta, te diré que soy muy reacio a aceptar que exista una nueva poesía cubana. Por lo que he leído, que como dices, creo es bastante, o al menos me permite llegara tener una idea del asunto, desde la ruptura-salto que se produjo a mediados y finales del 80 en la poesía cubana ha existido una especie de estancamiento que ha provocado una creación mimética, repetitiva, un concepto demasiado estático e impersonal de lo que es la poesía. Tengo cientos de alumnos y colegas en todo el país, y fuera de la isla, y recibo sus libros con bastante frecuencia. A muchos les he insistido en que su poesía se me parece demasiado a lo que escribe fulano, o a lo publicado por perencejo. Y fíjate que no digo que es mala poesía, pues por suerte Cuba es una isla de poetas, y muy buenos, pero el apuro por publicar, las presiones de los concursos y de estar en ciertos corrillos literarios que supuestamente legitiman al escritor, les ha tendido una trampa: unifica lejos de diferenciar, y al menos en el concepto que yo tengo de la poesía, es esencial para un poeta ser distinto, tener su propia voz, tener su poética exclusiva, sea de la tendencia o de la estética que sea.
Sigo recordando, por ejemplo, que aquellos años finales del 80 sonaron como cañonazos las estéticas absolutamente diferenciables de Damaris Calderón, Alberto Rodríguez Tosca, Heriberto Hernández o Emilio García Montiel, como absolutamente distintos, únicos, fueron desde poco antes Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, o un poco antes Delfín Prats y Lina de Feria. Como también fueron notas evidentes de distinción los poemarios publicados entre fines del 80 y la década del 90 por Carlos A. Alfonso, Rafael Almanza o Jesús David Curbelo, o lo que ahora están escribiendo Noel Castillo, Carlos Esquivel o Michael H. Miranda. Me llama la atención que ese fenómeno de unificación de la voz poética y pérdida de la individualidad estética no haya sucedido de modo tan masificado en la poesía cubana que se ha escrito en la diáspora.
Yo decía: ¿qué se escribirá en poesía allá afuera? Y por los usuales asuntos de la incomunicación entre las orillas de lo cubano, que en el caso de la literatura es todavía más abismal que en otros terrenos, me costó mucho trabajo llegar a esa poesía. La primera puerta me la abrió mi muy querida amiga Belkis Cuza Malé cuando un día me hizo llegar a Cuba, desde Estados Unidos, unos cuantos ejemplares de la revista Linden Lane Magazine que ella fundara junto a Heberto Padilla hace ya unos cuantos años. Luego, otra gran amiga, la narradora y poeta Odette Alonso, nos presentó una antología preciosa, amplia, seria, sobre la poesía escrita en el exilio (Las cuatro puntas del pañuelo, por desgracia todavía inédita), cuando yo era coordinador de la Colección Cultura Cubana de la editorial Plaza Mayor, de Puerto Rico. Allí vi una diversidad tal de voces y descubrí que el exilio, las duras condiciones en que muchos de aquellos poetas llevaban su isla, los había obligado a crearse mundos cerrados muy íntimos, muy únicos, donde la poesía fluía sin influencias de modas, corrientes estéticas, exigencias extraliterarias. Empecé a buscar y leer esa, digamos, «otra poesía». Allí encontré voces de estéticas tan imprescindibles para la poesía cubana de todos los tiempos como las de Lorenzo García Vega, Ángel Cuadra, Lourdes Casal, Manuel Díaz Martínez y Juana Rosa Pita; o como las de Emilio Bejel, Carlota Caulfield, Jesús J. Barquet, Rafael Bordao, Orlando González Esteva o mi preferido, Amando Fernández; o como las de José Kozer, ya casi un clásico. Y me dio gusto que seguían siendo «voces distintas» Salvador Lemis, Rolando Sánchez Mejías, y Alberto Lauro. En todas esas voces distintivas, diferenciadas, puede encontrarse la verdadera poesía cubana.
Quiero decirte que escribo esto desde un lugar donde no tengo mis libros, acá en la fría Alemania, y estoy seguro que algún nombre se me queda fuera. También quiero aclarar: no hago diferenciaciones de calidad. Hay gran poesía en la isla o fuera de la isla, y quien intente establecer barreras divisorias no tiene la más mínima idea de lo que hoy sucede en la literatura cubana. Tengo muy claro que la literatura cubana es una sola, escríbase donde se escriba, aunque yo ahora mismo, para clarificarme, la haya separado un poco.
P: Si le pidiéramos más que un mensaje, un consejo para los poetas y lectores de Arique, ¿qué diría a los jóvenes que hoy hacen poesía dentro de la Isla? ¿Podemos esperar leer algún día un poemario de Amir Valle?
R: No me atrevo a dar un consejo específico a los poetas. Les doy un consejo al escritor que es el poeta, al creador de mundos y sensibilidades que es el poeta. Y le diría que, en mi poca experiencia, un día descubrí que el mundo de las letras tiene trampas en las cuales no se puede caer. La primera de esas trampas es que te hace creer que para legitimarse hay que hacer presencia y poses en la farándula literaria. Nada más alejado de la verdad. Para legitimarse hay que escribir, sólo eso, y hacerlo con la misma naturalidad con la que uno, como ser humano, hace otras cosas que nos son vitales. El poeta, el escritor, no tiene que desgarrarse porque ya es un hombre desgarrado desde el momento en que fue colocado en la tierra con la posibilidad de ver y decir lo que otros no pueden: ese simple don conlleva rupturas, descubrimientos, desafíos, frustraciones, y lo único que tiene que hacer es descubrir el modo más natural, menos forzado, más fluido, de manifestar ese modo íntimo y personal de ver y entender el mundo. La segunda de esas trampas es más difícil: el hecho de ser poeta, de ver las cosas de un modo distinto, no nos hace seres especiales, ni personas con dotes superiores; nos hace aún más imperfectos, y entonces la otra gran lucha del creador, del poeta en este caso, es recordarse a sí mismo su imperfección buscando la humildad que es la que engrandece.
Sobre la posibilidad de un libro de poesía, al menos mientras yo esté vivo no será, lo he jurado. Y es que para mí la poesía es el más grande y difícil de los géneros, y aunque he escrito bastante poesía, creo que solamente uno o dos amigos muy íntimos, han logrado, alguna vez en el pasado, leer lo que yo he escrito. Respeto tanto la poesía que no quiero mancillarla publicando esas imperfecciones que he escrito en su nombre.