Pese al trauma del destierro

Revista Desbandada, Berlín, 5 de marzo de 2018

Por Amira Armenta

 

Llegaste a Alemania en 2006, invitado por una beca de la Fundación Heinrich Böll, como escritor residente en la casa de campo de Heinrich Böll. Cuéntanos sobre esa experiencia y las circunstancias de tu llegada a este país.

Böll era uno de mis autores preferidos. De pronto me vi durmiendo, comiendo, caminando por los espacios que ese hombre vivió. Todavía estaban las marcas de su vida en aquel lugar. Además, me tocó justamente el apartamento en donde vivió el gran escritor ruso, Solzhenitsyn, cuando estuvo allí. Era como si de pronto yo llegara a un espacio en donde esos fantasmas ilustres me estaban esperando. Por eso fue algo muy especial; una especie de reencuentro con algo que yo conocía espiritualmente.

Desde entonces Amir Valle es un exiliado político en Alemania, un desterrado, porque tiene prohibido volver a la isla. Pero, a pesar del trauma del destierro, “no me sentí llegando a una tierra desconocida, como les suele pasar a otros que emigran a un país del que no conocen nada. Llegar a Alemania fue como llegar a casa: yo había leído prácticamente a todos los escritores alemanes clásicos; conocía la cultura; conocía al detalle, porque me gusta la historia, todas las batallas que pasaron aquí en la Segunda Guerra Mundial. Ese entorno me hizo sentir muy bien, a pesar del trauma de tener que abandonar un país que no quería abandonar”.    

Al terminar la beca, Valle fue acogido por el PEN Zentrum Deutschland en Berlín, “… una ciudad en la que empecé a descubrir muchas cosas, por algo obvio: todos mis escenarios, mis amigos, mis puntos de contacto eran alemanes, y eso me permitió zambullirme más rápidamente en mi espacio, que era la cultura. Esto fue importante. Fui acogido como uno más del gremio de escritores en este país. Conozco a los colegas alemanes más importantes, muchos de ellos han leído y elogiado mis libros. Yo ya tenía libros publicados aquí, no era un desconocido. No tuve el trauma de la integración que tuvieron otros desde el inicio. Era como si toda la plataforma hubiera sido preparada para que yo me integrara. Y eso, por supuesto, me ayudó mucho a que no sufriera un choque con una ciudad nueva. Así que, para mí, Berlín, desde que yo puse el pie aquí, es una ciudad entrañable”.

«Curiosamente, el único choque que reconozco haber sentido fue el encuentro con espacios de la antigua RDA que, de algún modo, eran conocidos para nosotros en Cuba. El mismo muro, para los cubanos, tiene un significado simbólico inmenso. Para otros, tiene un significado turístico; para nosotros tiene que ver con nuestra vida cotidiana, pues en Cuba tenemos también un muro que nos separa de todo: el mar. Recuerdo que iba a jugar con mi hijo de cinco años a un jardín de arena cerca a una zona en donde había estado el muro, y aprovechaba la historia del muro para contarle cosas de su niñez en Cuba y hacerle entender la nueva situación que vivía ahora. El muro me sirvió increíblemente para que él comprendiera que hay un antes y un después de determinadas cosas».

«Otro detalle muy impactante fue comprobar, por un cubano que trabaja como guía de turismo en la antigua prisión de la Stasi en Hohenschönhausen (hoy un Museo), la similitud entre la policía política cubana y la policía política alemana, la Stasi. Ese cubano estuvo preso allí y luego preso en Cuba. A través de él, pude entrar a los archivos de la Stasi, buscar información relacionada con la colaboración entre ambas instituciones, y de ahí salieron un par de novelas todavía inéditas».

 

Ahora llevas casi once años viviendo en Berlín. El tema central de tus libros sigue siendo Cuba. ¿Has escrito también sobre Berlín?

Sí, tengo cuentos, historias que transcurren en Berlín, aún inéditos. También en mi novela, No hay hormigas en la nieve, que será publicada pronto, narro situaciones que se desarrollan en Berlín en torno a las historias reales de vida de cinco cubanos, en cinco periodos históricos diferentes de esta ciudad. Y dentro de esas historias hay pequeñas viñetas que cuentan anécdotas de otros cubanos también en distintos tiempos. Me interesaba hablar más ampliamente de la presencia cubana en Berlín y es lo que hice en esta novela. Curiosamente, va a aparecer primero en alemán y, poco después, la edición española.

 

Te defines como escritor y periodista. En alguna parte dijiste: “Mi vida se debate entre esos ámbitos, a los que prefiero llamar “responsabilidades”, pues considero la escritura como un acto de absoluta responsabilidad social. La literatura debe ser un creador de conciencia… una aguja que le pinche el trasero a quienes deciden estar sentaditos en la comodidad de su burda tranquilidad egoísta mientras el mundo se viene abajo a pedazos”. Esta idea de que la literatura debe tener una misión, ¿no es resultado de tu formación en un país comunista?

Creo que toda la intelectualidad, desde el siglo XX hacia acá, se ha debatido entre la ya eterna discusión iniciada por Sartre y Camus sobre la responsabilidad del escritor en la sociedad. Esta es una pregunta que todavía muy pocos han respondido. Yo creo que sí, que el escritor tiene que tener conciencia de su papel en la sociedad, y no creo que esto implique una determinada filiación ideológica. Se trata más bien del concepto de la funcionalidad del arte. Pienso que el arte se creó para generar conciencia, para crear determinados espíritus en las personas, no simplemente como algo para admirar y sentirse bien, sino para que la gente piense. La literatura, incluso aquella de ciencia ficción, aboga por buscar en los mundos alternos respuestas a los mundos actuales.

Ciertamente, en esto que digo puede entenderse algún matiz que se acerca a la ideología de izquierda, porque yo me considero un hombre de izquierda, pero de esa izquierda que a lo largo del siglo XX fue traicionada por todos los que aplicaron esa ideología. Ahora, ese matiz nace de que yo asumo esa responsabilidad, es decir, creo que la literatura, el arte en general, debe cumplir la función social de colocar al hombre justamente en el sitio en el que la sociedad necesita que el hombre esté para mejorar esa sociedad. Y este punto de vista está más allá de toda ideología. En mis ya casi 40 años de vida artística he conocido también artistas y escritores de la extrema derecha que consideran que el arte cumple una función social humanista. El problema está después, en la aplicación que se hace de eso. Es decir, uno concibe una obra y sabe que quiere mover determinados resortes humanistas en un pueblo, en un grupo, crear determinados niveles de conciencia. Pero después llegan los políticos. Son ellos los que generalmente malogran la obra en función de sus intereses. Son muy pocos los grandes escritores que se propusieron hacer política desde su filiación ideológica”.

 

Leyendo tu obra, la impresión es que en ti domina el periodista investigador, que tienes una fuerte necesidad de investigar para denunciar ciertas cosas. Esto también se refleja en tus trabajos de ficción.

Sí, antes de comenzar a escribir, hago una investigación que triplica en páginas y archivos el número final de páginas que alcanza la novela. Para una de mis novelas más cortas (110 cuartillas) me pasé casi tres años investigando. Y es obvio que así sea: yo estudié periodismo y caí en el periodismo porque, ante mi pasión por las ciencias y las matemáticas, mi mentor literario me dijo: “ponte a pensar si te interesa pasarte la vida entre números o entre letras”. Hemingway era para mí el gran modelo en ese tiempo, sobre todo porque yo estaba escribiendo muchos cuentos y su modelo me ayudaba mucho: él decía que todo escritor que se preciara tenía que mirar la vida desde el punto de vista del periodismo.

Empecé a hacer periodismo cuando tenía 16 años y tengo 51, casi toda mi vida la he pasado ejerciendo ese oficio. Al mismo tiempo, creo que he sido siempre un escritor, pero en mí prima más la mirada del periodista hacia lo que voy a escribir”. Y como periodista, Valle utiliza a veces técnicas de la literatura. Ese fue el caso de su libro sobre la prostitución en Cuba, ‘Habana Babilonia‘ (publicado originalmente como ‘Jineteras’) en el que “… utilicé a propósito técnicas de la ficción para recrear determinados momentos de las entrevistas, determinadas historias. Hay una parte en el libro sobre un video muy crudo, muy fuerte, y yo necesitaba contar esa historia. Me dije, bueno, si cuento esta historia tal cual está en el video, va a ser muy feo, así que lo conté como si estuviera escribiendo una novela. Es un fragmento absolutamente basado en un video real, pero contado con una perspectiva literaria”.

 

¿Te afecta en algo vivir en una lengua diferente a la lengua con la que trabajas?

No me afecta en lo absoluto. Vivir en otra lengua no es un conflicto. Aprender alemán me ha permitido revisitar el español. Nosotros en español tenemos un código elemental del habla. Hablamos con muy pocas palabras. A la hora de escribir, nos ampliamos un poco más. En ese sentido, los escritores somos favorecidos. En alemán, para muchas cosas que nosotros tenemos una sola palabra, ellos tienen diez y doce palabras. Palabras que son muy específicas, muy marcadas. Eso no quiere decir que el español no sea tan rico como el alemán, pero nosotros no usamos el español en su amplitud. Conocer la lengua alemana, y conocer todas las connotaciones que puede tener una palabra, me ha servido para que, a la hora de revisar lo escrito, yo tenga un concepto más preciosista, más puntillista de lo que necesito decir.

Yo tuve la suerte de tener un editor alemán que me conoció muy joven y que apostó por mí, y me dijo, te voy a publicar toda tu obra, hagas lo que hagas. Y lo hizo. Los ocho libros que yo tengo publicados aquí, los editó él. Soy un tipo muy curioso y me preguntaba cómo sonará mi literatura en este idioma. Por eso me interesó profundizar más en el alemán. Puedo leer y escribir mejor en alemán que hablarlo, porque necesité primero leer mis libros, ver si de verdad decían en alemán lo que yo estaba diciendo en español.

Yo me siento bastante reconocido en Alemania, pero no me olvido de que en esta ciudad y en este país, en el mundo de la literatura, yo soy el cubano.

 

¿Has considerado la posibilidad de escribir en alemán?

Muchos de mis artículos periodísticos los escribo directamente en alemán. He escrito en alemán también un texto literario de unas 60 cuartillas para un proyecto que se estaba haciendo acá con varios latinoamericanos contando su vida, cómo habían llegado, etc.  Pero nunca me he planteado escribir en alemán. Pienso que el escritor tiene que escribir en su lengua. Mis próximos libros seguirán siendo escritos en español; si los quieren traducir, que los traduzcan.

 

A diferencia de la mayoría de los escritores latinoamericanos que viven hoy en Europa en un exilio voluntario, tu eres un exiliado político, un desterrado. De tus libros se desprende que Cuba no es el paraíso que mucha gente cree, sino que puede ser el mismo infierno.

Yo siempre he dicho que Cuba no es ni infierno ni paraíso. Es un país, como México, Argentina, cualquier otro. En todos los países hay cosas en matices, no en blanco y negro. Pero en mi literatura yo hablo de infierno, con ello priorizo esa mirada. Yo creo firmemente en la máxima de Hemingway de que el escritor se alimenta de la carroña humana. Los grandes personajes de la literatura se han alimentado de los grandes traumas humanos, las pérdidas, las traiciones, los grandes crímenes, los grandes secretos. Eso no forma parte del paraíso; eso forma parte del infierno. Y esa es la mirada que sobre Cuba nunca se ha querido reconocer: que en Cuba también hay un infierno, como en otras partes.

Recuerdo que cuando hice mi libro sobre la prostitución, el elemento principal de comparación que yo tuve fue el de las prostitutas mexicanas del DF, porque yo las había visto. Y de pronto, ese mismo fenómeno lo vi en La Habana. Algo que me golpeó mucho la primera vez que fui a México fue ver niños en la calle. Te parabas en un semáforo y venía un chorro de niños a limpiar… En Cuba eso no existía. Pero cuando regreso a Cuba un año después, ya eso estaba también en Cuba. Me sentaba en una cafetería con mi esposa y venía un niño a pedirnos lo que sobraba. Era algo nuevo. De pronto me di cuenta de que Cuba tenía los mismos problemas, con matices más o matices menos, con cosas mejores, como la educación, la salud. Yo prioricé el infierno.

Mi mayor reto ha sido intentar explicar, lo más objetivamente posible, que Cuba es también un país con problemas; que no se lo puede mirar ya con la ciega nostalgia de los años sesenta, pues, sólo por poner un ejemplo, incluso hoy la salud y la educación ya no son lo que eran.

En Cuba yo vivía en barrios marginales, en Centro Habana, que es donde están los barrios más marginales de la capital. Y, sin embargo, por ahí pasa toda la vida social de Cuba. Esa contradicción era infernal para mí. Yo me decía, ¿por qué razón, cuando el Gobierno le enseña la capital a la gente, la lleva por la Avenida del Malecón y no se meten por esos barrios depauperados que están a dos cuadras? ¿Por qué los llevan solo a la Habana Vieja, que está restaurada?

 

Es lo mismo que hacen en todas partes, limpian las calles por donde va a pasar el visitante.

La diferencia está en que en Cuba supuestamente se hizo una revolución social para que eso no pasara, y en los otros países no. En los otros países, un gobierno tras otro promete. En Cuba, ese gobierno está actuando igual que los de otros países, ocultando, manipulando información. Cuando a mí me dicen, “pero prostitutas hay en todo el mundo”, yo les digo, sí, pero en 1959 Fidel Castro prometió una revolución para acabar con la prostitución y 50 años después seguimos con el fenómeno. Finalmente, Fidel se vio obligado a reconocer el problema, y dijo que teníamos prostitución, pero que nuestras prostitutas eran las más saludables y cultas del mundo. Obviamente, el modelo ha fracasado.

 

Vives hace años fuera de Cuba, pero estás muy conectado con la vida de la isla.

Yo soy obsesivo en el caso de Cuba porque nunca he querido romper los lazos. Quizá es un modo de resistencia a lo que me hicieron: echarme de mi país. En los últimos años, Cuba ha empezado a entrar en el mundo de internet. Muchos de los más noveles autores hoy en Cuba fueron mis alumnos. Yo estoy en comunicación con ellos, y me mandan toda la información que les pido. Recibo a diario de veinte a treinta correos de diferentes personas de Cuba. Esto es importante para mí.

Estoy conectado también con Cuba a través del público que me lee. A pesar de que allá no me publican, mis libros no se consiguen, están prohibidos, según una encuesta reciente, soy uno de los tres escritores cubanos más leídos, después de Leonardo Padura, y de Daniel Chavarría, un uruguayo que vive hace años en Cuba. Eso ha sido muy importante para mí. Mis libros circulan sobre todo en ediciones digitales, y por medio de gente que sale de la isla y llevan libros físicos cuando regresan.

 

¿Tienes nostalgia de Cuba?

No. Yo tuve toda mi vida el sueño de ser un ciudadano universal. Cuando era muchacho soñaba con vivir en Palestina, o en el África, en Tanganika. Pude viajar mucho antes de salir definitivamente de Cuba, pero de pronto la vida me obligó a vivir fuera del país. Esta condición me ha hecho saber que la patria de uno está allí donde uno es feliz. Lo he aprendido a golpes. He tenido la suerte de vivir el destierro junto a mi mujer y mis hijos. He visto que mis hijos se desarrollan perfectamente en esta sociedad.

Si te soy franco, la única nostalgia es la de no poder ver a mis padres todos los días, ya están viejitos, y no poder bañarme en las playas de mi país. Punto. La Cuba que yo habité queda en mi cabeza; esa Cuba ya no existe, o apenas quedarán algunos retazos. No quiero que me pase como a algunos colegas: que han vuelto a Cuba y se han encontrado con que vivieron 15 años de su vida diciendo “yo no vivo en París, porque mi país es Cuba” y, al regresar de visita a la isla, encontraron que ése ya tampoco era su país. Que no eran ni de allá, ni de acá. Por eso me siento muy cómodo en esta posición de decir: yo vivo en Berlín, es mi ciudad, amo esta ciudad, a pesar del clima que es lo único que realmente nos golpea. Cuando viajo a España, me siento como en Cuba. Desde aquí puedo viajar a cualquier parte del mundo sin problemas. Además, hoy hay más amigos míos en España o en Miami que en Cuba: casi todos se han ido de la isla. Ni eso me queda allá. Hay tres amigos en la cárcel. De mi generación –la generación de los Novísimos, los que empezamos a escribir a finales de los 80 y que publicamos libros en los 90– unos 58 autores, hoy solo quedan seis en Cuba.

Además, no creo en las patrias. Creo que uno tiene unas raíces, y esas raíces las arrastra donde quiera que uno va. Cuando salí de Cuba, cierto personaje de la política cultural dijo: «ahora Amir va a saber lo que es morirse culturalmente porque va a perder sus raíces». Yo no he perdido mis raíces. Todas mis novelas hablan de Cuba, tienen el lenguaje y la esencia de Cuba. Incluso, al contrario, estar fuera me ha permitido ver la realidad nacional desde perspectivas que allá no tenía. Uno en Cuba anda como los caballos, con orejeras, mirando a un solo lado. Aquí yo tengo más nivel de información. A veces, a amigos que están escribiendo una novela sobre algún caso criminal sucedido en Cuba, les mando yo la información desde aquí, porque ellos no la tienen allá.

No me veo regresando a vivir a Cuba ni siquiera si hay un cambio de régimen. Iré de visita. Eso sí, me gustaría que mi obra volviera a leerse en los espacios cubanos, aunque sin condicionamientos de ninguna índole. Cuando uno va para viejo empieza a entender que uno es del lugar en donde se siente bien, esa es tu patria. Si mañana alguien me pregunta dónde me gustaría vivir, le diría, en el Mediterráneo. Allí paso mis vacaciones y me siento como si estuviera en el paraíso. Con todas las contradicciones que hay en España, allá me siento en el paraíso.

 

¿Qué crees que va a pasar en Cuba en los próximos años?

Todo apunta a una sucesión no dinástica en lo público, pero sí en lo secreto; un traspaso de un viejo poder a otro nuevo, que va a utilizar la misma ideología obsoleta, pero desde la perspectiva de un capitalismo salvaje fuerte que, a largo plazo, puede derivar en un capitalismo más suave. Lo que se vive en Cuba desde hace un par de años es un Capitalismo Militar de Estado disfrazado de socialismo. Si hace unos años la diferencia entre ricos y pobres en Cuba era mínima, hoy un 15 por ciento de la población vive bajo los límites de la pobreza, una cifra reconocida incluso por el Estado.

Pero veo muy mal la situación allá. Si con la generación de Fidel Castro uno pensaba que todo estaba basado en una ideología, que uno podía criticar o no, pero era ideología, en unos sueños que no consiguieron o que traicionaron, la ideología de la nueva generación es el Poderoso Caballero Don Dinero del que hablaba Quevedo. Esto ya apunta a dónde va ese país. A medida que Raúl va perdiendo poder, lo va ganando una nueva casta, que ya está asentada en sitios clave para el control del país.

 

En tu libro ‘Santuario de Sombras‘ se ve el drama de la emigración por el mar. Mucha gente es engañada y muere. ¿Es comparable la situación cubana con el drama de los que migran hoy por el Mediterráneo?

Según cálculos del Instituto de la Memoria Histórica Cubana, en ese trasiego de unas 90 millas plagadas de tiburones, han muerto unos treinta mil cubanos. Esa cifra no es nada comparada con los muertos en el Mediterráneo. Pero lo que uno tiene que tener en cuenta es lo que hay detrás políticamente. Los africanos huyen de sistemas corruptos –de esto también Europa ha tenido la culpa–, pero son generalmente gobiernos nacionales, dictaduras de derecha. En Cuba se huye de una Revolución socialista, supuestamente huyen del mejor modelo de desarrollo social. Esas son las comparaciones que yo me hago. A nivel de trauma nacional, me atrevería a decir que el trauma de los ahogados en el mar huyendo de Cuba es mucho más fuerte que el de los africanos. En Cuba hay muy pocas familias que no tengan un muerto y está, además, el impacto social, lo que esto implica para la familia que se quedó en Cuba. Cuando los africanos huyen a Europa, generalmente a su familia no le pasa nada. En Cuba, la familia sufre toda clase de represiones personales, sociales y políticas.

 

 

«Berlín es un cuento» es una serie de entrevistas con autores hispanoamericanos residentes en Berlín. El título proviene de la novela de Esther Andradi que lleva este mismo nombre.